Susana Grunbaum es una psiquiatra uruguaya especialista en niños y adolescentes. Preocupada por las personas más jóvenes, también se ocupa en impulsar políticas públicas que disminuyan los riesgos para esta población y protejan su salud mental.
Uno de los fenómenos que más los está golpeando, afirma la psiquiatra, es la violencia en sus múltiples formas, incluida la que los convierte en miembros de pandillas y en víctimas directas o colaterales de estos grupos, como sucede en Costa Rica.
Consultora de Unicef, Grunbaum preside la Confederación de Adolescencia y Juventud de Iberoamérica, Italia y Caribe (Codajic), que reúne a 22 países.
Ella es una de las expertas que participará en el primer Congreso Internacional de Adolescencia y Juventud, el 6, 7 y 8 de noviembre, en el Hotel San José Barceló. Conversó con La Nación hace una semana.
− ¿Cómo impactó la salud mental de adolescentes y jóvenes la falta de trabajo y de educación, entre muchas otras cosas que se agudizaron con la pandemia?
− Los determinantes de la salud siguen siendo los mismos. Lo que cambió fue la intensidad o impacto que pueden tener en el crecimiento y el desarrollo, pues tienen que ver con la vida cotidiana de la familia, el barrio, el entorno, el acceso a la educación, los ingresos (…). También con la seguridad y la violencia, con la cobertura y el acceso a la salud, que son las cosas más concretas para la vida de las personas.
”Hay que tener presente que la adolescencia implica un cambio psíquico, búsqueda definiciones y también ambivalencias. Todos estos cambios precisan un escenario de cierta seguridad. Pero hemos encontrado adolescentes de 11 o 12 años que escapan de la casa por la violencia que sufren, y esto se vio aumentado por la pandemia.
”Hay familias que quedaron sin trabajo, además con enfermedades, duelo y muerte. También hay chicos que quedaron sin el contacto con sus pares, en una etapa en la que precisan transitar junto a otros. Hemos visto que al terminar la pandemia algunos adolescentes regresaron con alegría a reencontrarse pero otros no. Otros quedaron más aislados”.
− El ‘apagón educativo’ en Costa Rica agravó la situación.
− 150 millones de adolescentes se quedaron sin clases desde el 2020. En Latinoamérica tuvimos uno de los cierres más importantes en cuanto al acceso a estudiar, que no solo tiene que ver con lo cognitivo y los aprendizajes. Tiene que ver con contactos afectuosos y de encuentro con el otro, que también es un encuentro con uno mismo. Por eso es que son tan importantes los vínculos con los pares en la adolescencia.
− En Costa Rica, ese vínculo con los pares se está dando con grupos narco. Hay niños y adolescentes en narcomenudeo, incluso en sicariato. ¿Cuál es su lectura de estos escenarios?
− Este movimiento de los chicos hacia pandillas o maras en otras regiones, está siendo bastante estudiado. En el congreso, vamos a tener una mesa que analizará estos temas, lo mismo que el sistema penal juvenil: cuánto ayuda o no a los jóvenes a salir de estas violencias.
”Entendemos que es un fenómeno doloroso, importante, y nos genera mucha preocupación. Podemos darle muchas interpretaciones. Por ejemplo, si un adolescente o joven no puede estudiar ni elegir un proyecto en el cual se sienta valioso, elegirá otro en el cual también se pueda distinguir de alguna manera. No importa si es ser bueno o malo. Es distinguirse en el sentido de ser reconocido por otros”.
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”Preocupa mucho que sea en espacios de violencia, porque estos jóvenes, que pueden ejercer violencia contra otros, también la sufren ellos pues son adolescentes explotados, utilizados y esclavizados que quedan fuera de lo que yo le llamo el circuito nutritivo para el desarrollo: estudiar, estar con amigos, hacer proyectos y canalizar esa expresión de agresividad en el sentido bueno de esa palabra, que también significa luchar por los ideales.
”Quienes están en esos grupos que ejercen violencia, como esas pandillas narcos, que ejercen violencia y dan miedo en la calle, es una manera equivocada de sobreponerse a la adversidad. Es una manera de enfrentar en forma lamentable y triste las dificultades que han tenido. Lo que tenemos que discutir es cómo hacemos algo de emergencia para poder rescatar a esos adolescentes”.
− ¿Todavía hay tiempo de hacer algo?
− Sí, sí, claro. Hay tiempo; lo que hay que pensar es cómo trabajar en forma sostenida, no con un proyecto que empieza, termina y se cae. Los proyectos tienen que tomar en cuenta los determinantes sociales. Hay que trabajar en red. Esto no es un tema solo de psiquiatras o psicólogos, o médicos o trabajadores sociales, ni tampoco es todo para la maestra. Nos incluye a todos. Tiene que ver con sostener en el tiempo las propuestas, saber que no somos infalibles ni omnipotentes, y siempre tener la mirada en el horizonte porque sí se pueden rescatar.
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”Es darle la oportunidad de un mejor presente y un mejor futuro pero saber que esto tiene un costo. Hay que invertir, una inversión proporcional y adecuada a lo que les ha faltado. Y para esto se requiere una mirada sistémica. Porque nadie está en esa situación porque quiere estarlo. Eso es también importante subrayarlo. Parece que se elige, pero no es su decisión”.
− ¿Se puede hacer el cambio?
− Buscamos que el congreso termine con un pacto entre todas las instituciones de esta alianza intersectorial para poder incidir en todos los países con políticas que apoyen el bienestar de los adolescentes y jóvenes. Es muy importante que nos unamos porque todos tenemos el mismo objetivo.
”Siempre decimos que la adolescencia es una segunda oportunidad. Como adultos, tenemos que pensar siempre que a esos adolescentes los podemos rescatar”.