Este artículo fue publicado originalmente en La Nación del 6 de julio de 1991 y se republica en 2018, tras la muerte de Blanca Vega.
El proyectil que recibió en la sien derecha Jackson Herrera Retana, cuando accionó su arma, en forma supuestamente accidental, fijó la muerte de un joven de apenas 17 años, y la salvación de Blanca Herminia Vega, quien rogaba a Dios que alguien donara un corazón que le permitiera seguir viviendo.
Jackson era hijo de María Elena Retana, una mujer de aproximadamente 38 años, vecina de Colonia Kennedy y quien forma parte de la Guardia Civil femenina, encargada de proteger a los niños en escuelas de la capital.
“Mi hijo era un poco rebelde y desde que murió su padre, hace dos años, él estaba muy deprimido; su conducta era un extraña”, aseveró la atribulada mujer, quien recordó que su esposo falleció a consecuencia de un cáncer.
Cuando se le consultó acerca de versiones de los vecinos, que atribuyen a un supuesto suicidio la muerte de su hijo, doña María Elena aseguró que son “habladurías de la gente”.
Recordó que hace unos siete meses el muchacho decidió vivir con uno de sus mejores amigos, llamado Ólger, el cual tiene una casa en Pavas, debido a que el hombre le ofreció trabajo como vendedor de manzanas.
La madre afirmó que el joven se ganó la vida durante años vendiendo esas frutas en las cercanías del Mercado Central, pero en los últimos días estaba pintando la casa de su amigo.
“Hace unos 15 días lo vi por última vez; llegó a la casa y estuvo jugando con sus dos hermanos menores, él era muy cariñoso con todo”, exclamó.
La donación
La señora Retana confirmó ayer (5 de julio de 1991) que una hora antes de morir su hijo --a eso de las 3 p. m. del jueves-- los cirujanos del hospital México le rogaron que autorizara la donación del corazón, para transplantarlo a una mujer, que lo necesitaba con urgencia.
“Yo accedí --después de muchas súplicas-- porque los médicos confirmaron que mi hijo no se salvaría, y que la mujer era muy pobre y con varios hijos q ue necesitaban de ella”, reiteró.
A pocas horas de sepultar a su hijo mayor, ayer a las 4 p. m. doña María Elena dijo sentirse tranquila, porque “al final y al cabo el corazón de mi hijo sigue latiendo con fuerza”.
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