Eliander Lara Vargas despertó en el Hospital México 23 días después de quedar con su moto debajo de las llantas de un camión ganadero con el que se topó en una curva, mientras iba de regreso a su casa, en La Palmera de San Carlos. Uno de sus últimos recuerdos antes de chocar fue ver la hora: su reloj marcaba las 11:30 a. m. del jueves 9 de febrero del 2022.
“Después, despierto en el hospital, desorientado, con muchas preguntas y sin poder hablar porque tenía una traqueotomía (abertura en la tráquea para facilitar la respiración), que no me permitía comunicarme y las lesiones en todo mi cuerpo eran bastante graves. Para mí, fue un golpe psicológico bastante fuerte. No sabía cómo reaccionar”, relató.
El 6 de marzo pasado cumplió 28 años. Hace un año que se topó con la muerte en una curva, un kilómetro antes de llegar a su casa.
Como suele pasar, ese jueves pintaba como un día totalmente normal en la vida de un joven superactivo, acostumbrado a mejenguear todas las semanas, varias veces, y quien frecuentemente salía de paseo los fines de semana con su novia, Karen Carranza, a las pozas sancarleñas.
“Era un día totalmente normal de trabajo. Resulta que un compañero mío renunció, y me dijeron que si estaba dispuesto a cambiar turno, a lo cual accedí. Entonces, me dieron la salida al mediodía porque tenía que volver al trabajo en la noche. Casi llegando a la casa, un camión me invade el carril en una curva donde yo no tuve visión, y cuando lo topé no había quite. Sé eso por un video de una empresa que hay cerca del sitio del accidente.
“Primeramente, le doy gracias a Dios y entiendo que el casco me salvó la vida porque funcionó como una calza. El chofer ni siquiera se dio cuenta, pero frenó por el impacto. Se bajó a ver qué había pasado. Según testigos, cuando vio que yo estaba debajo echó para atrás, y ahí me fracturó tres vértebras, me causó un problema en la médula, ocho fracturas en costillas y el esternón quebrado.
“Fueron muchas las lesiones, pero el casco me salvó la vida porque la cabeza no sufrió ningún daño. Puedo decir que si hubiera sido un día en que uno se confía y sale sin casco jamás hubiera sobrevivido, ¡jamás!”, recuerda.
Quien lo ve hoy, sentado en su silla de ruedas, movilizándose con ella por su propia cuenta, le resulta difícil creer la condición tan grave en la que Eliander Lara quedó.
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Este año que ha transcurrido desde el accidente ha sido de desafío tras desafío. Primero, logró sobrevivir; y luego, ha ido recuperando movilidad e independencia; claro que no son las mismas que tenía antes de ese 9 de febrero del 2022.
De la mano de Dios
En los cuatro años que tiene de manejar moto, ese es el primer accidente que tuvo Eliander, y fue muy grave.
Lo que le cuentan quienes llegaron corriendo al sitio del percance −entre ellos, su mamá y su papá−, es que de ahí una ambulancia lo trasladó a la clínica de Aguas Zarcas, donde lo estabilizaron con la traqueotomía para que pudiera llegar vivo al Hospital San Carlos.
Ahí lo volvieron a estabilizar con una operación de pulmones, y a las 7 p. m. de ese 9 de febrero del 2022 Eliander estaba en el Hospital México, donde lo volvieron a intervenir quirúrgicamente en las primeras horas por problemas de coagulación de la sangre y dificultades renales para filtrarla.
“Hubo como diez días en que no daban ningún tipo de expectativa alentadora. Desperté 23 días después, pues me tuvieron en coma inducido”, dice. En total, pasó tres meses y 21 días hospitalizado, y le hicieron tres operaciones de pulmones, una operación en columna vertebral, y una en las costillas.
“Lo que recuerdo es que llegando al hospital del INS (Instituto Nacional de Seguros), los enfermeros me estaban ayudando en la camilla. Para mí fue muy extraño, sentía mucho dolor al costado derecho y una incomodidad en las piernas.
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“Con una mano le señalé al enfermero las piernas, y él las agarró y las acomodó. Para mí fue muy duro porque no sentí cuando él me las tomó. Quise moverlas y no pude. Ese golpe psicológico me afectó bastante. A punta de señas, les pregunté qué pasaba. Llegó un doctor que me explicó la lesión. Me dijo que yo venía de un accidente muy grave. Fue un golpe de realidad bastante fuerte”, describe Lara.
Desde entonces, la recuperación ha sido muy lenta, pero lo que ha logrado en un año que comenzó con la amenaza de una muerte prematura demuestra la fuerza de su red de apoyo, la fortaleza espiritual y el esfuerzo mental de este joven para salir adelante.
En las primeras semanas, su brazo derecho quedó atrofiado y pegado al cuerpo tras el accidente. “Hubo que desgarrarlo para que se volviera a soltar, fue de llorar y gritar”, relata mientras se mueve en la silla de ruedas en la casa que sus papás tuvieron que construir para adaptarla a sus nuevas necesidades.
La casa en donde nació y vivió durante 27 años se alcanza a ver desde la loma en donde la familia Lara Vargas levantó su nuevo hogar. Es lindo, la verdad, completamente adaptado: con puertas anchas, un baño y vestidor enormes, sin escaleras o desniveles que pudieran convertirse en barreras para el desplazamiento del nuevo Eliander.
Porque, sí, hay un nuevo miembro en esa familia. Ese 9 de febrero, salió de la vieja casa un Eliander distinto al que entró varios meses después, dependiente de la ayuda de otros hasta para lo más básico, pero más empático y cariñoso.
“El sufrimiento es bueno. Es el mejor maestro. Depender tanto de los demás le hace a uno quitarse el orgullo y el ego. A mí, honestamente, me quitó el pensamiento de ser alguien superior a otros, que es una forma tan equivocada de pensar. El hecho de que vengan, día con día, enfermeras y enfermeros a bañarte. ¡Oiga, no puedo ni bañarme! ¡No puedo hacer ni lo básico! Viera cómo ayuda eso a quitar el orgullo”, reconoce.
Los planes de antes ya no existen, es cierto. Pero hay nuevos, y entre ellos está su novia, Karen, quien también ha sido una de sus cuidadoras y apoyos más importantes, junto con su mamá, Lucrecia Vargas Campos.
“¿Qué plan más cercano tengo? Me gustaría llegar a formalizar con mi pareja, que es una persona que vale más que el oro. Lo que ha hecho por mí, no lo hace cualquiera. Me gustaría comenzar un hogar con ella, en mi propia casa.
“Yo era técnico electromecánico, era andar para arriba y para abajo. Mi nueva situación me hace pensar en un nuevo proyecto: un negocio, algo para ventas con lo que se produce acá: madera o ganadería. Todos son posibles proyectos para mi vida. El estudio me llama la atención.
“En esta condición la parte de programación sería buena para mí aprovechando el teletrabajo. ¿Por qué no?”, se pregunta mientras su espíritu lo motiva a convertir en realidad esos sueños.