El 5 de octubre pasado, en una operación que tardó seis horas, cirujanos del Hospital Calderón Guardia le extrajeron un tumor benigno de ovario de 22 kilos a María José Chacón Umaña.
Fue una intervención de emergencia porque aquel tumor, conocido como cistoadenoma seroso, amenazaba con estallar y quitarle la vida a esta joven, entonces de 26 años.
Llegar hasta ese quirófano fue toda una odisea. No porque María José fuera parte de una larga lista de espera quirúrgica en ese hospital. No.
Su odisea está ligada a una larga romería entre consultorios privados donde los médicos no lograron detectar su problema. Al contrario, en tales centros, lo confundieron con otros padecimientos.
María José recuerda que todo se inició hace más o menos un año, cuando las complicaciones generadas por el tumor en crecimiento comenzaron a provocarle presión alta, trastornos menstruales, dolores de cabeza y aumento de peso.
Ninguno de todos los médicos privados a quienes ella acudió en los citados consultorios tuvo sospechas, a pesar de que el estómago de María José llegó a tener el tamaño de un embarazo de sextillizos.
“Yo iba a un ginecólogo privado y lo que me decía era que tenía un quiste. Me inyectaba una sustancia para ver si se deshacía. Por supuesto, nunca pasó”, recuerda esta joven, vecina de Cedros de Montes de Oca, en San José, hoy de 27 años. Ella y su marido, Glen Castillo Delgado, invirtieron alrededor de ¢2 millones en visitas a especialistas particulares y en exámenes, sin éxito.
“Yo no hacía fila en los bancos. La gente pensaba que estaba embarazada y me preguntaba cuántos meses tenía”, recuerda.
Pero el efecto estético del abultamiento abdominal era lo de menos. “En julio del 2016, empecé con lo que los médicos creían que era una crisis de colitis, con dolores intensos en el abdomen. Aun así, me mantenía trabajando (es psicóloga y laboraba en el departamento de Recursos Humanos de una empresa). Ya no podía caminar erguida. Tardaba hasta 45 minutos para ir al baño y pasaba bañada en sudor”, relata.
Invivible
Sus días se llenaron de inyecciones de buscapina y voltarén. “Las venas para inyectarme esos medicamentos se me reventaban”, relata.
Las noches también se volvieron un sufrimiento. “No podía respirar. Le costaba dormir porque se le entrecortaba la respiración y sudaba copiosamente”, recuerda su esposo.
Un día de tantos, la doctora de la compañía donde laboraba le recomendó hacerse un ultrasonido porque sospechaba que todos estos malestares podrían deberse a piedras en la vesícula.
“Me hice el examen en un consultorio privado donde, por primera vez, me alertaron. ‘Usted tiene algo muy, muy grande. Tanto, que mi equipo no lo puede ver todo’, me dijeron y me enviaron una orden recomendando mi internamiento en el Calderón Guardia”, contó.
En el hospital de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), el especialista en Ginecología y Obstetricia, Danilo Medina Angulo, asumió el caso y confirmó el diagnóstico.
En sus más de 30 años de ejercicio, Medina ha visto muchos cistoadenomas, pero ninguno de las características de este.
“Este tipo de tumor es muy violento porque crece muy rápido. Estrecha todos los órganos adyacentes y va generando síntomas diversos, sobre todo digestivos, que se confunden con otros diagnósticos”, explicó Medina, jefe de Gineco-Obstetricia y Neonatología del Calderón.
Los mayores riesgos asociados, dijo el especialista, son los problemas respiratorios y la amenaza de hemorragias porque los grandes vasos del abdomen están presionados por el tumor.
Por eso, a María José le resultaba cada vez más difícil respirar y padecía un edema (hinchazón) generalizado.
El procedimiento quirúrgico tenía un alto riesgo y requirió de un anestesiólogo experimentado que pudiera manejar la descomprensión de los vasos al sacar el tumor.
El “disparador” de ese tumor, explicó Medina, es un trastorno en el ADN celular, que provoca que las células pierdan la capacidad de autorregulación y crezcan sin control.
En ese quirófano del Calderón Guardia había siete personas trabajando en la extracción cuya biopsia mostró que era una masa benigna.
Finalmente, a María José le extrajeron el ovario derecho, la trompa de falopio y el apéndice.
Los cirujanos lograron mantener el resto de sus órganos reproductivos internos, pues esta pareja planea formar familia.
“Yo soy un milagro de Dios. Quienes me vieron durante todos estos meses atribuían mi problema a la obesidad y perdieron la malicia para sospechar de otras causas”, cuenta.
Apenas dos días después de la operación, Chacón egresó del hospital y pasó al cuidado de su esposo, quien fue quien le atendió la enorme herida de 36 puntadas en su estómago. Con ese tumor, María José llegó a pesar 140 kilos. Hoy, pesa 115.
La experiencia, asegura, le dejó lecciones. Una fue poner en orden las prioridades en su vida pues hasta hace poco el trabajo llegó a desplazar cuestiones tan importantes como la salud.
“Siempre tuve mucha fe. Esto fue lo que me mantuvo firme. Espero que mi historia le sirva a otras mujeres para no perder la malicia y exigir a los médicos una buena atención”, dijo.