Los ataques de ansiedad se han convertido en compañeros frecuentes de Ana, una mujer de 43 años, vecina de San Isidro de Heredia, a quien el alto costo de la vida comenzó a asfixiar este año con más fuerza que nunca.
Solo la llamaremos por su primer nombre. Así lo pidió. Accedió a contar su historia bajo esa condición. Ana es protagonista de problemas emocionales desencadenados por la imposibilidad material de llevar comida, cada día, a la mesa de su casa.
“Los ataques de ansiedad me están dando muy seguido. Me comienza como con una desesperación Lo que deseo en ese momento es salir en carrera y desaparecerme, donde no vea ni escuche a nadie, me da por llorar y llorar y llorar. Si tengo que llorar todo el día, lloro. Para mí es la única manera de desahogar un poco lo que siento. Sentarme a llorar. Pero el muerto sigue ahí”.
Su “muerto” es muy pesado. Este año, no pasa una semana en que deba dejar para la noche la única comida disponible para la familia, que generalmente solo es arroz y frijoles. “El hambre se controla mejor de día. De noche es más difícil”, dice.
‘¿Y cómo controla usted el hambre?’, le preguntamos. “Tomando agua y café pelado”, responde. Al hijo que vive con ella, un adolescente, envía sin desayunar al colegio. El muchacho come ahí como parte de los beneficios que le da la institución a los estudiantes más pobres.
A pesar de las dificultades, es un alumno destacado. Hasta ahora, se ha eximido en cuatro materias, y va por más. Espera buenas noticias en los próximos días.
Su familia son su esposo, este hijo adolescente, y otro, que ronda los 30 años, pero este no está con ellos. Su marido, con quien lleva más de dos décadas, trabaja en un taller mecánico. Los ¢50.000 semanales ya no alcanzan para mucho; una sensación que viven, particularmente desde mitad de este año, afirma.
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“Antes de la pandemia vivíamos bien: comprábamos la comida de la semana. Pero ahora, los 50.000 no alcanzan. No vemos lo que compramos. Comemos lo que Dios nos repare. Antes íbamos y comprábamos arroz, frijoles, siempre he dicho que donde hay verduras uno sale adelante, yo iba y compraba papas y las acompañaba con algo. Ahora, con costos, pasamos con una bolsa de arroz y frijoles para una semana”, cuenta.
Los ataques de ansiedad la mandaron a consulta en el Ebáis de su comunidad. Se salva, dice, porque todavía las psicólogas dan consulta telefónica pues un día de estos ni siquiera tenía ¢1.000 para los pasajes de ida y vuelta al Ebáis.
Ana apenas llegó a cuarto grado de escuela. Cuando los ingresos lo permitían, compraba algunos ingredientes para hacer queques y pan casero, que sus vecinos le ayudaban a comprar. Pero si no tienen casi ni para arroz y frijoles, menos para harina, mantequilla o huevos.
Tampoco ha logrado conseguir trabajo como doméstica o en comercios de su comunidad. Muy difícil. Por eso, el único ingreso familiar es el que trae su marido, que labora desde las 7 a. m. hasta las 5 p. m. o 6 p.m., seis días a la semana. Ana no ha querido que su hijo deje de estudiar, pues comprende la importancia de que, al menos, acabe la secundaria.
La única ventaja que por ahora tienen es que viven en una casa prestada por un pariente de su marido, y no tienen que pagar alquiler.
En Trabajo Social no las refieren al Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) porque, según cuentan, le dijeron que al tener un salario en la familia ya no califican para ninguna ayuda. El único beneficio que hasta ahora recibe el hogar es con su hijo, con el almuerzo que le dan todos los días en el colegio y que ya, muchas veces, se ha convertido en su único bocado.
‘‘¿Cómo ve su futuro, Ana?’. “Muy difícil. Cuando tuve la cita telefónica con la psicóloga, me desahogué con ella y le dije todo. Mi cabeza va a mil por hora. Mi esposo se va a trabajar y yo me quedo aquí dándole vuelta a la cabeza de todo lo que uno tiene encima”, cuenta.
Alguna vez, a esta familia no le iba tan mal. Hasta compraron un carrito modelo 93, que por supuesto está sin gasolina, guardado hace meses en el garage de la casa prestada. Está detenido esperando, como Ana y su familia, que lleguen tiempos mejores.