Alberto Morales Bejarano es médico pediatra, fundador de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños, y un costarricense preocupado por la situación actual y futura de adolescentes y jóvenes del país, víctimas del abandono acumulado por décadas. Y una condena a muerte.
Es un abandono, dice Morales, que afecta con especial saña a los más vulnerables por su condición socioeconómica y la exclusión del sistema educativo, quienes se convierten en víctimas y victimarios prematuros del desempleo, el sicariato o el narcomenudeo.
Sin embargo, ese abandono tan marcado en las últimas tres décadas también golpea a adolescentes y jóvenes de las clases económicamente más privilegiadas con soledad, desconexión con su familia, abuso de drogas y suicidio, un fenómeno, comenta el pediatra, “muy democrático”, pues no distingue entre clases.
El 6, 7 y 8 de noviembre, Costa Rica será sede del Primer Congreso Internacional de Adolescencia y Juventud, y del III Congreso Integrado de la Alianza Intersectorial de la Adolescencia y Juventud, con más de 70 expertos de América Latina que discutirán la realidad de la población joven.
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Aunque todavía faltan nueve meses, los organizadores quieren convocar a padres, docentes, estudiantes y tomadores de decisiones para frenar una ola que parece tener intenciones de arrasar con todo.
“Aún hay tiempo”, advierte Alberto Morales, quien no descansa en su esfuerzo por visibilizar a adolescentes y jóvenes. Este es un resumen de una entrevista con La Nación, el 14 de febrero.
− ¿Cuál es la situación, hoy, de la población más joven?
− Es muy compleja. Está invisibilizada y estamos dejando que se acumulen eventos que serán difíciles de revertir si no tomamos acciones. Como sociedad, los estamos dejando morir. Aquellos que no mueren, en un porcentaje muy alto van a tener una calidad de vida muy mala por toda la desatención que se le ha dado a este grupo poblacional.
“Digo ‘dejar morir’ porque las cifras en aumento de homicidios nos demuestran cómo se están concentrando en jóvenes entre los18 y 34 años. En suicidios, el grupo mayoritario tiene entre 15 y 24 años. Además, les estamos garantizando condiciones de vida de mala calidad por el grado tan elevado de exclusión escolar de los adolescentes: a los 24 años solo el 50% terminó secundaria y todo se complicó aún más con el apagón educativo”.
− ¿Y la salud de los más jóvenes?
− Se descuidó en las últimas dos o tres décadas. Esto nos plantea un panorama sombrío, al cual no estamos en capacidad de dar respuesta. Esto también es un llamado de atención urgente. Deberíamos estar haciendo más cosas con todo lo que está pendiente; hay suficiente trabajo para décadas.
− Un artículo de opinión suyo enlaza el fenómeno de los llamados Chapulines, de finales del siglo pasado, con el asesinato de un joven de 19 años, a inicios de este año. ¿A eso se refiere cuando dice que estamos dejando morir a nuestros jóvenes?
− Los factores sociopolíticos y culturales del fenómeno que representó esta banda juvenil de los Chapulines no se resolvieron. Con represión se logró frenar el crecimiento, incluida la creación de la Ley de justicia penal juvenil, que era necesario actualizar pero que no resolvió el problema de fondo porque los Chapulines quedaron debajo de la alfombra.
“Hace por lo menos una década venimos detectando cómo, con todo el tema del narcotráfico, el reclutamiento se volvió muy fácil al amparo de las pocas oportunidades para nuestros jóvenes, particularmente en las costas y los barrios marginales de San José. Esto se fue complicando con las peleas por territorio, el sicariato y el ajuste de cuentas, donde los jóvenes están muy presentes. El mejor ejemplo fue el de este muchacho que murió en Nicoya y quien, desde los 14 años, era conocido por el OIJ (Organismo de Investigación Judicial). Y así hay otro montón de muchachos. Es ahí donde uno ve cómo el sistema falló”.
− ¿Por qué se repiten esas historias?
− Es una gran paradoja que los adolescentes y los jóvenes, sobre todo los más tempranos, estén tan invisibilizados. La doble paradoja es que todo lo que dejamos de hacer y descuidamos de manera escandalosa en la etapa adolescente se traslapó a la población adulta joven (entre 25 y 30 años), y está explotando en esas edades, con todas estas conductas violentas, autoinflingidas o hacia otros.
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“ Un elemento que termina de cerrar el círculo es la alta tasa de desempleo de estos muchachos, asociado a su bajísima escolaridad. El dique se desbordó y cada vez se está desbordando más sin ver respuestas adecuadas o por lo menos comprensión del problema”.
Se agota el tiempo
− Si el dique se desbordó, ‘¿es posible hacer algo?
− El pronóstico no es bueno. Por ejemplo, en salud tenemos un programa de atención integral a la población adolescente. Fue un programa exitoso en los años 80, modelo para América Latina. Se inició en las costas con la idea de llegar a la GAM (Gran Área Metropolitana). Ese programa se desmanteló.
“En el 2017, se le presentó la situación a la Junta Directiva de la CCSS. Se acordó tener una política institucional para la adolescencia, que se aprobó en el 2018, pero ahí está durmiendo el sueño de los justos. No tiene los recursos ni el apoyo político para desarrollar acciones urgentes que hablan de la calidad de vida de quienes van a ser los adultos del futuro”.
− Todo esto que describe, ¿es producto de una acción premeditada, o resultado de negligencia e incapacidad para proteger a los adolescentes?
− Esto es falta de sensibilidad y falta de conocimiento de las personas que están en capacidad de tomar decisiones políticas. No ha estado la gente idónea a cargo de lo que hay que hacer y se han desperdiciado personas muy capacitadas y con conocimiento profundo de la problemática. ¿Intencional? ¡No sé! ¿Un poco de estupidez? ¡No sé! Pero es inconcebible que a estas alturas estemos hablando de esto cuando deberíamos estar volando con servicios de calidad para adolescentes y jóvenes.
“En educación, el gran error es el cambio de paradigma que se dio hace unos 30 años, cuando pasamos del paradigma de la formación integral al academicista, competitivo, donde se forma a la gente para el mercado. En la ruta de la educación, además de evaluarlos, ¿qué más les están ofreciendo? Vienen otra vez notas, represión, no escucharlos ni tomarlos en cuenta. Hay cosas que ya probamos como país que funcionaban, que eran buenas y las despedazamos. ¿Por qué no lo podemos retomar?”
− En grupos de mayores ingresos el abandono se expresa de otras formas. ¿Cómo son esos otros abandonos?
− Los jóvenes acostumbrados a resolver sus problemas con dinero y que están en colegios más privilegiados, se quedan de camino porque si hay una palabra que define a la familia en la adolescencia es el acompañamiento, que es lo que protege a los adolescentes en esta etapa. Y acompañar requiere tiene en cantidad y calidad. Para saber qué pasa con los hijos hay que estar.
− ¿Pero papás que no estén conectados con las pantallas y desconectados de los hijos?
− Eso tiene que ser parte de la cultura familiar porque esto protege. Pero hay que tener la voluntad y el tiempo para poderlo hacer, y no lo que estamos viviendo ahorita que los niños desde los seis meses les ponen videos. Esto produce alteraciones demostradas a nivel cerebral; incluso enfermedades tempranas producto de la exposición tan temprana a las pantallas.
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“Estos jóvenes en situación de ventaja económica uno los ve en una franca desventaja emocional, pues pasan mucho tiempo solos en esos mundos ficticios, con limitaciones enormes para socializar. No es casual el incremento de suicidios en la población entre 15 y 24 años en el mundo. El suicidio es democrático porque afecta a todas las clases. No es lo mismo con los homicidios, donde víctimas y victimarios son, la gran mayoría, personas en desventaja social. Otro elemento son las drogas. Es democrático y afecta a todas las clases sociales.
“La complejidad que están enfrentando los adolescentes se enfrenta a la debilidad de los sistemas tradicionales de apoyo, como la familia, colegio, Iglesia, la comunidad o instituciones de apoyo social. Las amenazas son más complejas y más fuertes, y los adolescentes y adultos jóvenes son el sándwich que está siendo aplastado, sin que les demos recursos suficientes para tomar decisiones informadas y protectoras. Este es el gran dilema al que estamos enfrentados”.