“Ha sido muy difícil”. Como si se hubieran puesto de acuerdo, dos familias empezaron con esas cuatro palabras su relato de dos años sin los seres queridos que les arrebató la covid-19 en el 2021, el año más trágico en término de muertes de los tres que suma la pandemia.
La Nación conversó con ellos cuando la herida de la pérdida estaba fresca. La entrevista con Nereida Orozco se realizó en julio del 2021, dos meses después del fallecimiento de su hijo, Gustavo Céspedes Orozco, quien murió el 13 de mayo de ese año. Este 2023, conversamos con la viuda de Céspedes, Lourdes Laínez Murillo, quien quedó a cargo de dos hijos pequeños.
Con Laura Parra también hablamos en julio del 2021, entre cuatro y seis meses después de que ella y sus hermanos perdieran a sus papás, Johel Parra Vargas (63 años) y Marlene Martínez Alvarado (57), quienes fallecieron el 5 de febrero y el 4 de marzo de ese año, respectivamente. El abuelo materno, Miguel Martínez, de 77 años, murió el 28 de enero del 2021 por complicaciones de esa enfermedad.
¿Cómo han sido estos años de ausencia? ¿Qué ha pasado con estas familias? El siguiente, es un resumen de sus relatos.
Una vasija rota curada con oro
“Realmente, ha sido muy difícil... Yo uso la analogía de que en mi casa pasó un tsunami, arrancó todo de raíz, y ahora sí, ¡a levantar todo otra vez! Y con dos niños.
“Con una, Alicia, que tenía tres años y medio cuando Gustavo murió. Joaquín tenía tres meses. Ahí es donde uno ve que el tiempo no se detiene. Cuando Gustavo tenía tres meses de fallecido, el chiquitillo ya estaba gateando. Y cuando Gustavo cumplió nueve meses, Joaquín ya se estaba poniendo de pie. Uno toma perspectiva de que el tiempo no se detiene y yo no me podía detener porque mis hijos seguían creciendo”.
Lourdes Laínez Murillo es la viuda del farmacéutico Gustavo Céspedes Orozco, quien falleció a los 39 años. Recién acababa de tener a Joaquín cuando su marido murió en el Ceaco producto de las complicaciones de la covid-19. Ella tuvo que hacerse cargo, sola, de su incipiente familia.
“Muy difícil al inicio porque yo, como mamá, lo que quería era proteger a mis hijos. Gracias a Dios he tenido muchísimos ángeles en mi camino. Para empezar, mi familia, mis compañeros de trabajo, mis amigos y los de Gustavo. No ha habido un solo día en que me sintiera abandonada”, dice Laínez, quien también es farmacéutica.
Trabaja en Roche, empresa a la cual agradece ser parte importante de ese regimiento de ángeles en su vida. También Lourdes agradece al Ceaco porque sus trabajadoras sociales y psicólogas la tomaron de la mano en todo el proceso.
“Cuando Gustavo murió, ellas se dejaron el caso, que era violento: yo recién parida y con bebés. El manejo inmediato de duelo lo recibí del Ceaco. Eso es maravilloso.
“Les pedí ayuda. Les dije que yo aguantaba lo que fuera, pero que me prepararan para decirle a mi hija que su papá se murió. Y fueron un soporte impresionante”, recuerda como si hubiera sido ayer cuando las trabajadoras sociales llamaron para hablar con Alicia y explicarle, nuevamente, que su papá se había ido.
La terapia recibida ahí, contó, tiene como base una filosofía de vida japonesa, conocida como kintsugi, una técnica oriental donde las vasijas rotas se reparan con oro y transforman al nuevo objeto en uno más bello que el original.
Este acompañamiento y el de sus seres queridos más cercanos, le permitió a esta farmacéutica retomar su trabajo y tener la fuerza para contestar las frecuentes y profundas preguntas que su primogénita le lanza cada vez que puede sobre la muerte de su papá.
LEA MÁS: Niña tica que perdió a su papá por covid-19 quería volar para alcanzarlo en el cielo
“Alicia me preguntaba cosas que me devastaban: ‘¿por qué Dios se llevó a mi papá si solo se mueren los viejitos?’ Cuando recibí esas preguntas de Alicia pensé que definitivamente alguien me tenía que ayudar y contraté una psicóloga que había trabajado en duelo en el Hospital de Niños.
“Mi hija me tenía que ver llorar. Un día que lloré y le dije que era porque me hacía falta su papá, compartió su muñeca y me consoló. Ese día ella conectó conmigo y con el dolor, y yo entendí que ella tenía que acompañarme en el proceso”, agrega.
Cuenta que otro día la pequeña, hoy de 5 años, preguntó: “‘¿Mami, cómo papi nos va a reconocer en el cielo? Cuando nosotros lleguemos va a haber tanta gente. ¿Cómo nos va a recordar? ¿Cómo va a saber que soy yo?’ Le contesté que él siempre nos ve y nos reconocerá”.
Joaquín recién cumplió dos años. Aunque apenas tenía dos meses de edad cuando Gustavo falleció, él reconoce a su papá en todas las fotos que hay, y en abundancia, por toda la casa.
La vida sin Gustavo cambió radicalmente. Lourdes contrató a doña Julia para que la ayude no solo con la limpieza sino con la administración del hogar.
“Yo no puedo ser mamá, papá, ir a trabajar y pensar en la administración. ¡No puedo! Ella me ha ayudado muchísimo. Obviamente mi familia ha sido la que ha estado al pie del cañón.
“Si tengo alguna actividad de trabajo y me tengo que ausentar, alguno llega y cubre. Roche ha sido un patrono excepcional porque saben que soy ‘zoila’... entiende mi realidad y aceptaron ese cambio. Saben que a las 5 p.m debo salir volada porque me cierran el kínder. Esto me ha permitido seguir mi desarrollo profesional”, agradece.
Reconoce el dolor. “La soledad de la viudez es espantosa. Yo he perdido familiares pero jamás como el duelo de la viudez. Es algo horrible. Porque vos tenés un plan de vida y de pronto te das cuenta que lo que planeaste no es por ahí, y te cambian todo de la noche a la mañana.
“Y cuando estabas acostumbrada a dividir los gastos en conjunto, la incertidumbre que hay en el momento inmediato en que él fallece es espantosa. Eso es durísimo. Uno sabe que tiene a otros a cargo, y que no se puede enfermar, no puedo faltar al trabajo... lo que uno piensa es que estoy en modo ‘sobreviviendo 100%’”, dice.
Dos años después, Lourdes sigue con los trámites administrativos de una mortual por el fallecimiento de Gustavo. La burocracia judicial ha impedido que el proceso avance como la familia necesita.
Pero Lourdes no se queja más de lo necesario por eso, aunque sí levanta la voz pues se pregunta cómo la pasarán otras familias con menos posibilidades que la suya.
‘No es lo mismo sin ellos’
“Ha sido muy difícil. Porque ellos eran el pilar fundamental en la familia, que siempre ha sido muy unida. Siempre salíamos, paseábamos, ahora es muy distinto. Ya no están esas personas que nos impulsaban y todo ha cambiado mucho”, comenta Laura Parra Martínez, la mayor de los tres hijos que dejaron Johel Parra y Marlene Martínez, quienes murieron de covid-19 con pocos días de diferencia, entre febrero y marzo del 2021.
Cada uno de los hijos, contó Laura, ha llevado de manera diferente el duelo de perder a sus papás y también a su abuelo materno.
“Somos tres y cada uno ha llevado su duelo aparte. No hemos tenido aún esa conversación entre todos. No hemos podido. Ha costado mucho hablar de eso. Siento que aún no estamos preparados para tener esa conversación”, reconoce Laura, quien sí ha llevado diferentes terapias psicológicas.
En la casa, cuenta, ella vivía con sus papás y su hija. El cuarto de la pareja aún sigue igual. “Las cosas están como cuando ellos murieron. No hemos podido deshacernos de las cosas, que siguen en su cuarto, lo mantenemos limpio. Esa fase no la hemos podido asumir. En algún momento, tal vez”, cavila.
La vida sigue. Tanto así, que el 14 de febrero pasado la familia celebró la llegada del segundo nieto de Johel y Marlene, hijo del hermano de Laura, quien también está próximo a graduarse como educador físico.
La llegada del pequeño Jayden Andrés ha sido una bocanada de aire fresco para aliviar el dolor que se siente todavía.
“Tuve la gran dicha de ser tía. Eso fue una bendición que nos dio una alegría en medio de tantas cosas. Ahora que cumplió papi dos años de fallecido fuimos todos, lavamos la tumba, le llevamos flores como hacemos todos los meses y le llevamos a mi sobrino.
LEA MÁS: Homenaje a las vidas que la covid-19 nos arrancó
“Frente a la tumba, donde están papi y mami, les dijimos ‘aquí está su nieto’. Sé que estarían superfelices, como locos, para ellos los nietos eran algo que anhelaban. Fue algo muy bonito”, describió esta vecina de Quepos, en Puntarenas.
“Entre los tres nos hemos ayudado. Nos hemos unido mucho a pesar de no vivir cerca. Después de la tormenta dicen que viene la calma.
Para Laura Parra es increíble que, a estas alturas de la pandemia, todavía haya gente que la niegue y otra más que no se vacune.
“Yo trabajo para el sector salud y hay gente a la cual llaman y le dicen que tiene covid y no le importa. Usted los ve y les da lo mismo.
“¡Cómo es posible! Tal vez porque no han vivido lo que hemos vivido nosotros: perder, en mi caso, tres familiares. Vieras que sí es frustrante ver cómo la gente todavía no tiene esa consciencia ni piensa más en quienes lo rodean. Da pena, da rabia, da cólera ver estos comportamientos”, dice con reproche.