Si una persona vive fuera del Valle Central, además es mujer o adulto mayor, con un empleo informal, sin ahorros y con deudas, está entre los grupos a los cuales la pandemia no solo golpeó más fuertemente, amenazando la salud y arrebatándoles empleo o ingresos; también se ubica entre aquellos a quienes les costará más recuperarse de esta crisis.
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El más reciente informe del Programa Estado de la Nación (PEN), que analiza el período comprendido entre el 2020 y el primer semestre de este año, confirma que la pandemia por la covid-19 profundizó las brechas territoriales, de género, educativas, de edad o tecnológicas ya existentes, y empujó hacia una sociedad más desigual. En ese escenario, quienes sufren más son aquellos que acumulan rezagos desde mucho antes de que el SARS-CoV-2 apareciera en nuestras vidas.
Según el informe, que se hizo público este 16 de noviembre, las debilidades sociales y económicas que vienen desde antes de la pandemia se agudizaron con esta crisis sanitaria. Esto explica, en parte, la gran asimetría que se nota en la recuperación. En otras palabras, hay grupos que saldrán más rápido, incluso fortalecidos. Otros no, en especial los más vulnerables. Los datos que cada año publican los especialistas del PEN han alertado, hace más de tres lustros, sobre ese avance hacia una sociedad con mayores brechas.
Esa desigualdad trasciende el tema de ingresos, aclara la investigadora Natalia Morales: “La pandemia generó una crisis que afectó a todos los grupos, pero sabemos que no todos estaban con las mismas condiciones de partida. Se vienen arrastrando brechas entre zonas, regiones, también de género o entre grupos de edad... podríamos decir que todas se han ampliado. Ese escenario no se originó con la pandemia, pero cuando viene la crisis sale a flote. No solo estamos viendo que el impacto inicial fue más profundo en los grupos que venían en desventaja, sino que la recuperación está siendo desigual”.
Los indicadores, añade Morales, no dan un aumento significativo de las diferencias en la distribución del ingreso, por lo que, entonces, se debe entender la desigualdad más como la social, la que se ha documentado a lo largo de 15 años.
Pesada herencia
La intensidad de los efectos de la pandemia se distribuyó de manera diferenciada entre grupos de población. Territorialmente, las consecuencias de la contracción productiva y el empleo se sintieron más fuera del Valle Central, agudizando la desigualdad territorial. Las regiones que más sufrieron en términos de reducción de jornadas e ingresos laborales fueron la Huetar Norte y Caribe. La Chorotega fue la más golpeada, independientemente de la condición de pobreza.
Según el informe, las mayores dificultades se detectaron en los hogares guanacastecos en pobreza extrema, porque uno de cada dos reconoció que sus integrantes estaban desempleados. La actividad económica de mayor contracción fue el turismo.
El impacto también fue muy distinto entre grupos sociales. “Puede afirmarse que las personas pertenecientes a clases asociadas a puestos de trabajo poco calificados y con un bajo perfil educativo son las más afectadas por la crisis”, afirma el informe. Muestra cómo los llamados “pequeños propietarios” son los más perjudicados en sus ingresos, pues 68% tuvieron una reducción. Este grupo está vinculado a microempresas comerciales y de servicios, como turismo.
Le sigue la clase de “otros trabajadores”, donde están las empleadas domésticas, junto con las clases obreras industriales y de servicios, con cifras similares al promedio nacional, con un 37% de afectación en sus ingresos. De acuerdo con el análisis del PEN, resultaron menos perjudicados los profesionales y medianos empresarios y las clases intermedias (técnicas y administrativas), que están relacionados con empleos de alta calificación y productividad y vinculados a la “nueva economía” o al sector público.
Menudo desafío le quedará a las próximas autoridades, tanto del Ejecutivo como del primer Poder de la República, advierten los equipos técnicos del PEN. Actualmente, aseguran, no se están generando suficientes empleos formales y se está ampliando el dualismo entre la “vieja” y la “nueva” economía, un reto que se tendrá que asumir pronto, o las consecuencias en el mediano y largo plazo serán graves.
“El país está embarcado en un acelerado proceso de construcción de un riesgo de proporciones históricas de que durante estos años se produzcan regresiones, más o menos permanentes, en los logros históricos de Costa Rica en desarrollo humano, debido a la falta de respuestas frente a la ampliación de las ya profundas desigualdades económicas y sociales prepandémicas, el debilitamiento de su Estado de bienestar y de las políticas de sostenibilidad ambiental”, advierte el PEN.
La pandemia detona sus bombas en un territorio con debilidades estructurales pendientes: desconexión entre el crecimiento económico y la generación de oportunidades, falta de encadenamientos productivos, baja capacidad para multiplicar el empleo, desigualdad de género en el mercado laboral y una política fiscal con bajo margen de acción.
Como resultado, más de la mitad de los hogares fue afectado, ya que uno o más de sus miembros experimentó desempleo, reducción de jornada o de ingresos, y se endeudaron para sobrevivir. Solo en términos de jornadas laborales e ingresos, 535.743 hogares recibieron el golpe de la ola.
“La crisis cae en un momento demográfico muy difícil, y las consecuencias las veremos en unos 20 años. Esto es lo más grave, y la agrega una pizquita más al problema que tenemos. No me gusta usar el término irreversible, pero entre menos hagamos, más irreversibles van a ser los problemas. En educación, por ejemplo.
“Entre más pospongamos las soluciones, entre más recortemos la inversión en educación o pospongamos la conectividad de las familias más pobres o ampliemos las brechas de género, y nos tome más tiempo resolver la Red de Cuido, va a ser más difícil”, señala Natalia Morales.
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Lo que sigue es retroceso, dice. Si ya se da en desarrollo humano, las fortalezas históricas no solo empezarán a estancarse sino a retroceder, agrega la investigadora.
“Empezaremos a observar disminuciones en indicadores de salud si no hacemos algo, también reducciones en la cobertura de educación, y se empezará a ampliar la pobreza rural. El tema es que lo que no hagamos nos va a salir cada vez más caro, y nos generará daños más irreversibles”, advierte.