Estas dos familias tomaron la decisión de mantener a sus mamás en casa hasta el final de sus días, y se organizaron para el pago mensual de su cuidado, que es casi tan alto como cancelar una mensualidad en un hogar de larga estancia, donde las señoras estarían asistidas por extraños pero muy lejos de sus recuerdos más queridos.
Sus mamás son adultas mayores que padecen un tipo de demencia, o trastorno cognitivo, que les causa cambios en el comportamiento a partir de la pérdida paulatina de la memoria. En ambos casos, se trata de demencia vascular.
Las señoras, que superan los 80 años, ya no mantienen vivas las memorias recientes. Más bien, su mente permanece anclada en los recuerdos del pasado lejano: su infancia, la añorada juventud y, con mucha suerte, sus primeros años de casadas con los hijos aún pequeños.
Estas familias accedieron a contar a La Nación cuánto les cuesta pagar los cuidadores que las apoyan con sus madres a cambio de mantener en reserva identidades y algunos detalles sobre su procedencia y vidas, por razones de seguridad.
‘Adaptamos la vida’
La primera de estas familias realizó muchos cambios para proveer a su mamá de todas las comodidades que le permitan estar bien y retrasar, al máximo, las complicaciones derivadas de una enfermedad terminal de larga evolución, como lo es la demencia vascular.
La señora apenas supera los 80 años y todavía tiene mucha autonomía en sus desplazamientos. Pero desde que comenzaron a sospechar de problemas en su memoria, sus hijos y nietos −todos profesionales− se comenzaron a organizar para su cuido.
Una de las hijas, ya pensionada, es la cuidadora principal. Pero reconoce que la atención la desborda. Por eso, entre todos, contrataron a una señora que tiene experiencia mas no estudios en asistencia personal de adultos mayores.
En el cuido de la mamá, asistente incluida, invierten alrededor de ¢600.000 al mes. La señora todavía camina, se baña y come sola, por lo que la asistencia por ahora se limita a una labor de acompañamiento para evitar cualquier riesgo de accidentes.
“Primero, optamos por dos cuidadoras en la casa de mami, pero luego yo me opuse porque sentía que mami tenía que tener alguien más cercano y empático. Las primeras cuidadoras tenían otras costumbres.
“Y apareció esta otra señora, que la acompaña dos horas en la mañana y dos horas en la tarde. Van a caminar por el barrio y me permite dedicarme a mis cosas y tener mis tiempos de respiro”, comenta la hija.
Todos aportan económicamente para el cuido. Las adaptaciones incluyeron un cambio de casa, a un sitio con temperatura más cálida donde la señora tiene acceso a una piscina para sus terapias.
“Económicamente, estamos bien. Nosotros sabemos que el día que mami se complique va a llegar y tratamos de vivir al día, le compramos tratamientos que no da la Caja para que los síntomas tarden en aparecer”, comenta.
La señora que cuida a su mamá no tiene formación para este tipo de asistencia. Sin embargo, afirma la hija, aun sin conocimiento la cuida con mucho amor y disposición al aprendizaje. Ambas cuidadoras asisten a talleres y buscan información para mejorar la calidad de su asistencia.
“Es muy chispa, muy creativa. Para nosotros, no ha sido necesaria una persona que tenga todos los conocimientos, sino que esté dispuesta a correr el riesgo que conlleva el trabajo y hacerlo con amor”, concluyó.
‘Cuidadora es un ángel’
La segunda familia convive con una adulta mayor de casi 90 años, con demencia vascular quien, actualmente, depende totalmente de cuidados pues pasa la mayor parte del tiempo en cama y utiliza sonda para alimentarse. Según dice una de sus hijas, está en etapas finales de la enfermedad.
La cuidadora actual, contratada, permanece con la mamá de esta familia las 24 horas del día, de lunes a viernes. Los hijos le pagan alrededor de ¢500.000 al mes.
La hija que asume lo principal del cuido directo relata que hay un pariente que se encarga de los gastos económicos relacionados con la asistencia, pues se le dificulta estar presencialmente con su mamá.
“Ella vivió con mi papá hasta que él murió. Cuando mami estuvo más mayor, pasaba el fin de semana con cada uno de los hijos. Pero se empezó a complicar. Logramos encontrar este ángel, que es la cuidadora actual, quien pasa pendiente de que no se deshidrate o tenga fiebre o tos.
“Los fines de semana que la cuidadora tiene libre, alguno de los hijos se encarga de asistirla. Ella nos deja una lista, todo apuntado, para que mami esté bien mientras la cuidadora no está. Es mejor que una hija”, relata.
“Está con nosotros por amor a mamá, porque no gana lo que debería. Nosotros solo le podemos pagar ¢450.000 al mes. Calculamos que en todo lo que le compramos a mami gastamos como ¢2 millones al año, más el cuido. Esto en medicamentos, pañales y otras cosas especiales que se compran por año”, estima.
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