Fueron seis horas las que transcurrieron entre la muerte del hombre de 45 años, y los intentos del personal de Trabajo Social del Hospital San Juan de Dios por contactar telefónicamente a su esposa para darle la noticia.
Le enviaron un mensaje de texto: “Aquí estamos si necesita de nosotros”. La joven mujer se encontraba en aislamiento domiciliar con su hijo debido a la covid-19, la misma enfermedad que mató a su marido.
“Nos contestó. Estaba devastada. Nos dijo que no tenía cómo despedirse de él. ‘No se va a llevar algo mío', dijo. Y ahí empezamos a pensar cómo la podríamos ayudar en esa despedida”, relató Gina Coto Villegas, jefa de Trabajo Social del San Juan.
Lo resolvieron así: le dijeron a la viuda que le hiciera una carta: “Escríbale cuánto lo ama, exprésele todo lo que siente. Envíele algo que tuvieran en común”. Y ella mandó el anillo de matrimonio que él había dejado antes de salir hacia el hospital para nunca más volver.
Anillo y carta fueron introducidos al ataúd antes de que este fuera sellado con clavos, como lo exige el protocolo para el manejo de cadáveres de víctimas de covid-19. El hermano del fallecido fue quien se encargó de reconocer el cadáver, como también demanda el protocolo, pues la esposa no estaba ni en condiciones de salud ni emocionales para hacer ese ‘trámite'.
De la historia de esta joven pareja solo se sabe que él era un pintor reconocido y que ambos tenían una relación estable y un hijo.
La pandemia ha arrebatado a familias como esta muchas cosas; incluso, la posibilidad de dar el último adiós a sus seres queridos con un abrazo, un beso o sosteniendo su mano en el último aliento. Nada de eso existe ya para las víctimas mortales del coronavirus.
Mueren con extraños, lejos de sus parientes y amigos. Enfermeras y enfermeros son quienes, fugazmente, sustituyen la mano familiar que los sostiene antes de morir, e imponen la señal de la cruz en las frentes de los enfermos mientras susurran una oración antes de que se apague el sonido de las máquinas.
Solo una persona está autorizada a ver el cuerpo, amortajado hasta el cuello por los enfermeros, con la cara descubierta para facilitar el reconocimiento. Debe ser algún pariente hasta tercer grado de consanguinidad o alguien con autorización legal familiar que confirme que esa persona que murió es quien aparece en los registros hospitalarios.
En la morgue, esa persona dispondrá solo de 15 minutos para tratar de distinguir la cara conocida entre una bolsa transparente de plástico de bioseguridad 3, según lo establecen los lineamientos para el manejo de cadáveres relacionados con la enfermedad covid-19, emitidos por la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), en marzo.
Después, sigue la entrega del cadáver a la funeraria mientras corre el plazo máximo estipulado en estos casos para enterrar o cremar al fallecido: 36 horas entre la muerte y la inhumación.
Trauma y dolor
Es es otra historia igualmente dolorosa. El paciente venía tan grave que pasó directo de Guatuso, en Alajuela (comunidad fronteriza) al Hospital San Juan de Dios, en San José, adonde falleció en cuestión de pocas horas.
Su familia quedó a más de 120 kilómetros de donde él murió. El único que podía hacer el reconocimiento era uno de sus yernos.
“Se empezó a coordinar con Trabajo Social de Guatuso y con el IMAS (Instituto Mixto de Ayuda Social) para asegurar el transporte del yerno. Mientras tanto, el tiempo pasaba. Se trataba de una familia muy pobre y aquí tampoco teníamos recursos para trasladar el cuerpo hasta allá y organizar la sepultura”, relata Gina Coto.
La gestión hospitalaria consiguió que un cementerio privado regalara la cremación. Pero no acabó ahí, comentó la jefa de Trabajo Social del San Juan.
“El yerno llama por celular al trabajador social que lo contactó y le dijo: ‘Estoy aquí (en la morgue) pero me siento totalmente perdido, mis piernas no me sostienen. Si yo no llevo ese cuerpo allá...' El trabajador social lo acompañó en el reconocimiento. Luego, el compañero me dijo: ’Jefa, yo no sabía qué podía hacer eso, pero valió la apena vivir el día de hoy”.
Cada vez más enfermos son hospitalizados a causa de covid-19, y las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) permanecen muy llenas.
Este viernes, 373 permanecían en algún hospital de la Caja; 99 de ellos en alguna cama de cuidado crítico. Las muertes, para este 14 de agosto, llegaban a 281.
Esos son los números sobre los cuales nos informan todos los días las autoridades de Salud. Sin embargo, cada uno de esos 281 fallecimientos implica una devastadora despedida para la familia de esos muertos.
El último viaje
Los lineamientos para manipular a las víctimas mortales por covid-19 procuran reducir al máximo el riesgo de que otros se infecten:
FUENTE: LINEAMIENTO PARA EL MANEJO DE CADÁVERES RELACIONADOS CON LA ENFERMEDAD COVID -19. || J.C. INFOGRAFÍA/ LA NACIÓN.
Ruy Vargas Baldares, coordinador de la comisión nacional de paciente fallecido por covid, de la CCSS, admite que la pandemia obliga a extremar las medidas para cortar posibles cadenas de transmisión.
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Esto es lo que explica que los familiares no puedan acompañar al enfermo en su tránsito a la muerte, y que el ritual funerario tal y como lo conocíamos hasta hace poco, haya cambiado radicalmente.
“Antes, la preparación del cuerpo la hacía la familia. Le ponía su ropa preferida: el saco al señor, el vestido a la señora, para prepararlos para un entierro normal y común. Hoy, esa etapa la asume el personal de Enfermería, que limpia y amortaja al fallecido, con un manejo respetuoso y una oración”, explicó Vargas.
Desde la CCSS, han establecido los protocolos para el embalaje del cadáver en dos bolsas de bioseguridad 3, el sellado del ataúd y el plazo máximo para disponer del cuerpo: 36 horas para enterrar o cremar el cadáver a partir del momento de muerte.
“Esa entrega de cuerpos está estipulada en que no sea mayor a 24 horas y que a las 36 horas ese cuerpo esté enterrado. Antes de covid, un cuerpo podría quedarse en el servicio de Patología hasta un mes mientras se hacía la búsqueda de familiares; se mantenía preservado en soluciones químicas porque no era un riesgo potencial.
“Si no era retirado por un familiar, se procedía a una donación a un centro de docencia o al entierro. Covid también cambió esto. Ya no podemos acumular cuerpos porque pueden venir otros pacientes y ese riesgo biológico podría incrementarse en el sitio”, agregó el patólogo.
Antes de la pandemia, los hospitales de la CCSS tenían una capacidad instalada para el manejo de cuerpos en sus morgues entre 140 y 150 fallecidos. Covid-19 los ha obligado a armarse de contenedores refrigerados como previsión a un eventual incremento de cuerpos.
FUENTE: Gina Coto, jefa de Trabajo Social, HSJ; y Javier Rojas, jefe de Psicología del Centro Nacional de Control del Dolor y Cuidados Paliativos. || DISEÑO / LA NACIÓN.
El Centro Especializado para Pacientes con covid-19 (Ceaco), tiene un contenedor para 25 cuerpos; el hospital de Guápiles (Limón) otro para 24; el San Juan de Dios uno para 24, y se está colocando otro contenedor en el Hospital México para una misma cantidad de cadáveres.
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“Esto lo que nos indica es que tenemos que estar preparados para morir, ese es un riesgo potencial, y debemos ayudar a nuestros familiares a abordar de una mejor manera esto. Si soy un paciente de riesgo, si me van a internar, que mi esposa sepa, al menos, dónde está mi cédula.
“La muerte es un tema sobre el cual necesitamos el apoyo y compromiso de la familia de los enfermos, porque son ellos quienes también ayudan a que el sistema no colapse”, advirtió Vargas.
Paso final
Ingrid Castro Delgado, de 30 años, tiene diez años como enfermera en el San Juan, cinco de los cuales ha trabajado en la UCI.
“Venía de Maternidad acostumbrada a ver vida. La UCI es la otra cara de la moneda. Y se ha vuelto una experiencia más dolorosa con covid. Mueren cerca de extraños, pero uno trata de hablarles. Yo les tomo la mano, les explico y les doy una palabra de paz.
“En algunos casos, cuando el paciente está consciente y sin ningún tipo de invasión que le comprometa la vía respiratoria, hacemos una videollamada, pero son pocos los casos. En la UCI, el paciente entra crítico y a veces no da tiempo de nada”, comenta Castro Delgado.
Según cuenta, toda la UCI del San Juan está prácticamente dedicada a la atención de estos pacientes.
En ese hospital, hasta este 12 de agosto, habían fallecido 57 personas por covid-19: 20 mujeres y 37 hombres, informó Gina Coto. En total, ahí se han atendido hasta esa fecha 432 enfermos.
Todo el trabajo de preparación del cuerpo se realiza con ayuda de un asistente de pacientes, cuenta la enfermera. Toma hasta una hora quitar vías, tapar orificios, limpiar y amortajar. Luego, el cuerpo se introduce en dos bolsas: la primera, una transparente para facilitar el reconocimiento; y la segunda de color.
“Las últimas tres semanas han sido de una intensidad altísima. Estamos esperando para agosto y setiembre el pico más alto, e intentamos prepararnos emocionalmente. La Unidad tiene 16 camas, y pasa con 12 o 14 llenas. Vamos a ver más muertes todavía”, dijo Castro, quien asegura que ha tenido que trabajar turnos de hasta 16 horas.
Para la jefa de Trabajo Social de ese hospital capitalino ha sido todo un reto.
“A todos la pandemia nos agarró de improviso. Cambia nuestros hábitos, nos golpea con algo muy sensible como el manejo de los duelos. Desde el primer lineamiento, se le atribuye a Trabajo Social abordar los casos de covid. Eso implica hablar con la familia, preguntarles si están preparados para una eventual muerte de su pariente, incluso, si tienen preparado todo para la sepultura”, dijo Coto.
Además, el San Juan lidia con una situación histórica: le ha tocado atender a la población más pobre del sur de San José, y la pandemia no ha sido la excepción. Aquí, se topan todos los días con muchas personas que no están preparadas para enfrentar la muerte y que, además, carecen de recursos para la sepultura.
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Los aislamientos familiares complican la situación cuando alguien muere, dijo Coto. Y cuenta el caso de una señora que internó a su esposo en el San Juan, pero que ella se encontraba aislada.
Poco después, también internó a su suegra. Esposo y suegra fallecen, con una diferencia de 16 días. “A ella le tocó enfrentar los dos procesos y a nosotros ayudarla con el duelo”, dijo Coto, para quien es cada vez más común encontrar familias en donde muere dos o más miembros por esta misma causa.
FUENTE: Consultas a expertos. || DISEÑO / LA NACIÓN.
El personal de Trabajo Social del San Juan pero también de otros centros de la CCSS, han recurrido a la creación de grupos de apoyo, y de consejerías para que las familias puedan crear rituales de despedida que les permitan aceptar la pérdida.
Una tarea que no es sencilla, aun en tiempos ‘normales'. El psicólogo experto en Cuidados Paliativos, Javier Rojas Elizondo, explica que para el ser humano es fundamental tener la certeza de muerte, incluso a nivel neurológico. Y para esto es fundamental ver el cadáver, algo que ya no se puede hacer con covid.