Tiene 80 años. Ese día, venía de la Clínica de Tibás cuando se topó con un automóvil azul a la salida de una calle.
La conductora le bajó la ventana y la dijo: “¡Hola, don Pedro! ¿Se acuerda de mí?”
Don Pedro (nombre ficticio a pedido de la víctima) por supuesto que no se acordaba, pero le dio vergüenza admitirlo ante la amabilidad de la señora. Solo se atrevió a hacer un gesto de extrañeza.
“Venga, entre. Yo lo llevo a su casa”, y le abrió la puerta del carro azul. Don Pedro entró sin desconfiar en lo más mínimo.
La mujer, quien nunca le mencionó su nombre, solo le contó que andaba en carreras porque tenía que ir a la farmacia a montar unos anaqueles, pero que se le olvidaron ¢40.000 para pagar al muchacho del transporte.
"¿Usted me los puede prestar y yo ahora en la tarde voy y se los dejo a su casa?", le preguntó.
Pedro le dijo que no tenía plata y, nuevamente vencido por aquel ambiente de falsa confianza, le mostró su billetera para comprobarle que estaba diciendo la verdad.
Solo que se le olvidó un pequeño detalle: días atrás había guardado ahí ¢50.000 de un premio de los chances que se había ganado.
"¡Eso está bien! Yo ahora voy en la tarde y se los devuelvo", prometió la mujer metiendo mano en la billetera con la rapidez con la que una cobra se lanza sobre su víctima.
El carro dejó a don Pedro justo en la entrada de su casa, como si conociera donde vivía este jubilado del régimen de pensiones de Invalidez, Vejez y Muerte (IVM).
Fue la última vez que este señor vio su premio de los chances, y también la última en que vio a la mujer quien, por supuesto, ni esa ni las siguientes tardes cumplió la promesa de ir a la casa a devolverle el dinero.
Población muy vulnerable
De acuerdo con datos de la Oficina de Planes y Operaciones del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), este año se ha recibido un promedio mensual de 260 denuncias por robos, hurtos o asaltos contra personas adultas mayores.
El jefe a. i. de la sección de Hurtos, Francisco Velásquez Salazar, reconoció que esta población es una de las más vulnerables a sufrir este tipo de acoso de delincuentes.
Recordó que el robo es cuando sustraen por la fuerza alguna propiedad. El hurto, mientras tanto, es cuando alguien toma algo como suyo “que está mal puesto”, y el asalto, cuando arrebatan las pertenencias a la fuerza.
Un 75% de las víctimas que reportan estos hechos son hombres, y un 25% mujeres; mayoritariamente vecinos de la Gran Área Metropolitana (GAM).
FUENTE: OIJ y Conapam DISEÑO/LA NACIÓN.
Los datos del OIJ, indican que el viernes es el día que más delitos se cometen contra personas adultas mayores, y las horas de mayor riesgo entre las 9 a.m. y las 6 p.m.
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Las personas adultas mayores son el grupo que más aumentará su importancia relativa entre la población costarricense, según un estudio del demógrafo Luis Rosero Bixby.
La población de 65 años o más pasará de ser el 17% en el 2041 al 27% en el 2066 o 1,7 millones de los 6,2 millones que probablemente tendrá Costa Rica en ese último año, pronostica el demógrafo.
¡Upe, doña Carmen!
El día que ocurrió, Carmen (un nombre ficticio a pedido de la señora), estaba al fondo de la casa, en la cocina.
“¡Doña Carmen! ¡Doña Carmen”, escuchó la señora de 82 años que la llamaban desde el portón.
Se secó las manos, salió y se encontró con una mujer que aseguró venía de parte de uno de sus hijos.
"Me dio el nombre completo de Orlando (nombre ficticio), y me dijo que él mandaba a decir que necesitaba ¢15.000 urgentes para una vuelta y que me los pagaba en la noche, cuando regresara a casa.
"Luego, tomó su celular e hizo como si conversara con Orlando. 'Aquí estoy con tu mamá. Ya le di tu mensaje'. Yo le creí. Tanto, que cuando además del dinero me pidió prestado el baño la dejé entrar a la casa", contó la señora, también jubilada, quien vive con su esposo y dos hijos; entre ellos, el mentado Orlando.
La mujer entró ‘turún turún’. Ella le prestó el baño que su hija tiene dentro del cuarto.
Cuando Orlando llegó a casa, avanzada la noche, Carmen se quedó esperando el pago del dinero, que ella había tomado de los fondos de su pensión.
Ante la tranquilidad del muchacho, le tuvo que contar y él, por supuesto, no sabía absolutamente nada.
Además, ¡sorpresa! Cuando la hija menor llegó a la casa y entró a su baño, se dio cuenta que la mujer también se había atrevido a robar todos sus jabones.
Generación de puertas abiertas
Pedro, el señor de la primera historia, cuenta que esto le pasó porque él forma parte de una generación acostumbrada a vivir de puertas abiertas.
“Mi mamá me enseñó a sentar en la mesa de la sala al indigente que pasaba pidiendo comida, o dar café a los señores que recogen la basura. Siempre hemos sido así de confiados”, aseguró.
Y es cierto. La directora ejecutiva del Consejo Nacional de la Persona Adulta Mayor (Conapam), Teresita Aguilar, confirma la versión del señor.
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“Fuimos criados en una generación con mucha confianza en la gente, en los parientes, en los hijos, yernos, nueras, en la familia que entra por ahí, y por eso estamos sufriendo consecuencias muchísimas personas”, manifestó.
El Conapam no lleva registros de ese tipo de estafas, la del conocido timo, pero su jerarca sí ha escuchado historias similares, de manera cada vez más frecuente, dice.
Lo que llega al OIJ es apenas las denuncias que se atreven a poner; mas lo cierto es que existe una “cifra negra” de muchos, probablemente, que por vergüenza o miedo se abstienen, reconoció Francisco Velásquez.
El investigador del OIJ confirmó que estas acciones las pueden protagonizar personas solas o en grupos, que hacen una labor básica de inteligencia, para obtener información de su próxima víctima.
La información de Carmen, de hecho, la obtuvieron probablemente de un vecino, a quien una desconocida llegó y prácticamente lo entrevistó sobre la señora antes de hurtarle el dinero.
Se quedó esperando el pollo
Las hermanas Josefina y Rita, de 90 y 78 años, acostumbran salir solas a tomarse un café al centro comercial una vez a la semana.
Lo hacen desde que ambas quedaron solas, una al cuidado de la otra. Y todo iba bien hasta que un día, en uno de los pasillos del centro comercial, se les apareció una mujer.
"¡Hola, tía Josefina! ¿Se acuerda de mí? Yo soy la hija de Guillermo, Memo, el de Francisco", le dijo como si la conociera de toda una vida.
“Pero ¡claro! Memo. Si yo había criado a ese güila en sus primeros años. Por supuesto que lo conocía, aunque a ella no. Nunca, nunca la había visto en toda mi vida”, comentó la señora a una de sus sobrinas nietas cuando se atrevió a contarle la historia.
La pariente falsa tomó a Josefina del brazo con una confianza envidiable, y siguió caminando con las dos como si lo hubiera hecho siempre.
"Me contó que el hijo menor se le graduaba en la noche y que andaba en carreras. Nos acompañó hasta la casa y fue ahí donde me tiró el zarpazo.
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"Me dijo que necesitaba una plata que no había podido sacar del banco porque la tarjeta la tenía mala. Que si le podía prestar ¢100.000 y que luego ella me invitaba a comer el pollito que tanto me gusta", relató la señora a su verdadera pariente.
Y sí, se los dio. Billete sobre billete.
Pero la mujer ni siquiera completó la escena. Sin vergüenza alguna, tomó la plata y salió corriendo de la casa, con Josefina atrás preguntando ¿y el pollo?