Ángel Martínez tiene 40 años, dos hijos, una esposa, un rancho alquilado y dos riñones que casi no le funcionan.
Pasó 16 años de su vida cortando caña bajo el sol y el calor guanacastecos, hasta que la debilidad extrema, los mareos y vómitos se incorporaron a su rutina diaria y lo mandaron directo al hospital. En plena edad productiva, está pensionado por invalidez.
El miércoles 5 de abril, este vecino de Bebedero de Cañas se metió en un pequeñísimo anexo blindado con tablones que construyó a duras penas junto a su rancho.
Ahí, extrajo un catéter a través de una abertura en su estómago, y se conectó a un pequeño dispositivo que, por ahora, sustituye la función de sus riñones moribundos.
Este ritual lo hace cuatro veces al día. Se llama diálisis peritoneal, y es lo que lo mantiene con vida porque le ayuda a limpiar de tóxicos el organismo.
Él es uno de los cientos de hombres jóvenes afectados en esta provincia por la llamada enfermedad renal crónica (ERC).
Martínez y otros 30 enfermos son atendidos por personal del Centro de Atención Integral en Salud (CAIS), de Cañas.
Además de Cañas, Bagaces, Santa Cruz y Carrillo son las comunidades guanacastecas con más casos de ERC.
Ante el incremento de la demanda, la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) abrió varias unidades de diálisis peritoneal con el propósito de atender a pacientes como este trabajador de labranza.
Doble impacto
El rancho donde viven Martínez y su familia está frente a una plantación de caña. Tiene hendijas por todo lado, pero aun así, no está tan mal como los sitios donde intentan vivir otros enfermos como él.
Hay un grupo de siete cuya situación social y económica les impide darse el “lujo” de Martínez de tener un “cuarto” exclusivo para hacerse el tratamiento. Estos siete deben ir todos los días –excepto domingo–, de 6 a. m. a 10 p. m., al CAIS de Cañas.
Uno es Erick Palacios Ramos. Sabanero, de 28 años y de origen nicaragüense, lleva un año de haber sido diagnosticado con ERC. No puede orinar y hace dos meses, dice él, “depende del catéter para vivir”.
“La parte social de todos es de sentarse a llorar. No hay excepción”, resumió el especialista en Cuidados Paliativos de ese CAIS, Joaquín Hernández.
Entre ese centro y los hospitales de Liberia y de Nicoya atienden a 140 personas –casi todos hombres– con diálisis peritoneal en sus casas o en los puestos de salud. Más tarde o más temprano, un grupo considerable requerirá trasplante de riñón o hemodiálisis.
“Esta es una enfermedad epidémica, que cada día ataca a más personas en el país. Particularmente, en la Región Chorotega va en incremento de forma exponencial, llevándose a su paso a personas jóvenes, jefes de hogar con toda una vida por delante”, lamenta Marta Avellán, la única nefróloga que tiene la CCSS en esta región.
Los datos oficiales de la Caja registran en Guanacaste un índice de hospitalización por ERC de 112,9 por cada 100.000 habitantes. En Cartago, la provincia que sigue, es de 43,8 por cada 100.000. En el grupo de 50 a 59 años, la tasa de hospitalización en Guanacaste es de 1.100 internamientos por cada 100.000, y en Cartago es de 400.
¿Qué sigue?
Los datos anteriores salieron de un estudio de la CCSS del 2014. Son reveladores pero insuficientes. La investigación detectó, entre otras cosas, que ocho de cada diez enfermos son hombres, trabajadores de labranza o construcción, y en edad productiva.
“Quedaron más preguntas que respuestas. Lo que estamos viendo es tan solo la punta del iceberg. Aún no conocemos el tamaño real de este monstruo”, comentó Patricia Montero, médica de familia del CAIS.
Médicos, psicólogos, enfermeros y trabajadores sociales –entre un extenso equipo de salud– apoyan a estos pacientes en lo físico y en lo social.
Trámites como las pensiones por invalidez o las del régimen no contributivo (RNC), se realizan con mayor agilidad porque se coordina en red.
El siguiente paso es seguir investigando la dimensión de este problema de salud.
“El objetivo es estudiar la verdadera prevalencia de la enfermedad para estimar las necesidades de personal médico y de apoyo”, dijo Avellán.
Por ahora, intentan mantener con una vida de relativa calidad a enfermos como Ángel Martínez. Entre tratamientos, él puede salir a hacer mandados al centro de Bebedero, o ayudar a su señora a atender a los cortadores de caña que le compran el gallito de comida con el que sostiene a la familia.