Karla Loaiza y Lorey Rodríguez son las enfermeras del Hospital San Carlos encargadas de vacunar a los pacientes contra la covid-19. Desde el 11 de enero, ellas también inoculan a niños y niñas de 5 a 11 años con la vacuna pediátrica de Pfizer/BioNTech, pero como parte de su labor deben hacer un trabajo de educación tanto en los pequeños como en sus padres.
Ellas utilizan videos explicativos, dinámicas, conversaciones, dibujos y hasta algún regalo como un sticker o un confite para aliviar la tensión que sienten los pequeños cuando piensan en agujas hipodérmicas. Con padres y madres, en cambio, ellas utilizan todos sus conocimientos científicos para explicar la importancia de proteger a sus pequeños contra la covid-19.
“En enero vacunamos sólo 108 niños, llevamos 13 niños vacunados en cuatro días de febrero. Hay días malos de tres niños, y días buenos, como ayer, de nueve niños”, explicó Loaiza. Con el objetivo de desperdiciar la menor cantidad de dosis posibles, ellas trabajan con llamadas a los padres para programar citas.
“Coordinamos día y hora para que vengan, pero lamentablemente hay veces que no llegan. Todavía hay mamás y papás que dicen que no los van a vacunar, entonces a esos padres hay que anotarlos y trasladar el caso a Trabajo Social para que den seguimiento de por qué no quieren inocular al menor”, explicaron las enfermeras.
“Sin embargo nos sentimos felices, los niños de acá se van contentos, entienden la función de la vacuna. Esos 108 que han venido entienden perfectamente que la vacuna es para prevenir enfermedades”, agregaron.
Rodríguez y Loaiza coinciden en la importancia de aprovechar las vacunas pediátricas, pues diariamente se ven obligadas a desechar dosis debido a que después de seis horas el medicamento caduca. En una pizarra del vacunatorio ellas anotan la hora a la que abren cada frasco, con el objetivo de llevar control del tiempo y no dejar ningún cabo suelto.
Menos de un mes de aplicar la vacuna pediátrica, las enfermeras ya han enfrentado buenas y malas experiencias. “Una vez nos pasó que una madre y el niño estaban haciendo fila, entonces le pregunto yo al niño si fue vacunado y él no supo responderme, en ese momento la mamá intervino y dijo ‘sí sí, ya lo vacunaron’. Al final descubrimos que la mamá le estaba diciendo al niño que mintiera”, explicó Loaiza.
En otras ocasiones, recibieron madres que vacunaron a sus hijos a pesar de la oposición de otros familiares, pues aseguraban estar seguras de la importancia del biológico y de su responsabilidad de velar por el bienestar del menor.
“Otra vez nos pasó que un niño con trastorno psicológico estaba de difícil manejo afuera. El guardia de seguridad tuvo que ayudarle a la mamá, ambos estaban todos rasguñados. Pero lo pasamos, le pusimos la vacuna con la técnica que nos han enseñado para niños y hablando después con él, lo tranquilizamos y salió feliz, caminando solito”, detallaron las especialistas.
La decoración y el ambiente amistoso con que reciben a los infantes también partió de su iniciativa. Ellas notaron que debido al tabú que gira en torno a los hospitales, los niños llegaban temerosos, pero que el trato que recibían dentro del vacunatorio motivaba su curiosidad y confianza.
“Entonces así se distraen. Ven que el ambiente no es tenso, ni tenebroso ni que los van a agredir. Uno les explica, el hospital es una casa grande con una familia muy grande que nos vemos todos los días. El ambiente no es tan tenso como los estereotipos que algunas veces promueven.
“Nos pusimos a pensar como niños y analizamos: si nosotras fuéramos niñas, ¿Cómo se nos quita el miedo?. Bueno, con el lugar, el ambiente, lo que le gusta al niño, los dulces, los stickers, los videos que los tranquilizan. Le propusimos a la supervisora y con el visto bueno lo empezamos”, recordó Loaiza.
Venciendo el miedo
Guiselle Fernández llegó al Hospital San Carlos a vacunar a su hijo Daferson Alfaro, de 11 años. Ella explicó que el pequeño padece de asma, por lo que su pediatra le recomendó vacunarlo, especialmente con motivo de la entrada a clase. Ella, sin dudar, siguió la instrucción.
Fernández explicó que normalmente a Daferson le asustan mucho las agujas, al punto de que se desmaya después de que le extraen sangre para los exámenes de rutina.
“Yo veo que le fue muy bien, otras veces se me descompone, cuando lo traigo a exámenes de sangre. Pero hoy tuvo muy buen trato con las enfermeras”, explicó la madre. Ella, por instrucción de Loaiza y Rodríguez, esperó 20 minutos fuera del consultorio con el objetivo de atender cualquier eventual reacción alérgica que puede suscitar la vacuna.
Daferson, por su parte, superó el miedo a las agujas y recibió su primer dosis inmunizante. El pequeño no desaprovechó la oportunidad para llevarse un par de confites más para sus dos hermanas menores, Abigail y Abril. Además, por “recomendación médica”, al menor le recetaron su jugo favorito, con el objetivo de procurar una buena hidratación en las horas posteriores a la vacuna.