Como suele pasar en estas historias, la de don Ignacio Mesén Sandí comenzó con unos olvidos sospechosos, más allá de lo normal para una persona de su edad.
Que dónde están las cucharas, que dónde queda el baño o qué se hizo la escoba...
“Él fue agente bancario. Llegó a ser gerente del Banco Crédito Agrícola, en Desamparados. Se pensionó ahí y aún estaba bien. Pero como hace cinco años se comenzó a perder cuando veníamos a San José en carro. Se tuvo que vender el carro porque ya era un peligro que él manejara”.
Virginia Aguilar Torres, su esposa, cuenta que lo llevaron “como a tres doctores” hasta que, finalmente, uno le confirmó que su esposo padece un tipo de demencia, la más común de todas: la demencia por Alzheimer.
"Mi hijo se lo atribuía a la vejez, pero yo le decía que no, algo raro pasaba. Cuando nos dieron el diagnóstico, lloré, lloré y lloré. ¿Qué voy a hacer? Mi esposo, mi amigo y mi compañero se está yendo poco a poco y día a día.
“Costó mucho. Para mí, especialmente, porque soy la que estoy con él. Es muy difícil. Yo le pido al Señor todas las mañanas y noches: ¡ayúdame, dame sabiduría y paciencia! Después me levanté y me dije: 'Aquí hay que seguir adelante. Lucharemos contra Goliat”, agregó.
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Han pasado cinco años desde el diagnóstico. Don Ignacio tiene hoy 75 y doña Virginia 70. Acumulan 44 años de matrimonio, dos hijos y ocho nietos.
Don Ignacio se encuentra en una fase moderada de este tipo de demencia, en la cual la dependencia del cuido es mayor que al inicio pero todavía puede hacer algunas cosas por sí mismo, como bañarse, vestirse, comer o caminar.
No puede salir solo, tampoco está en capacidad de controlar la ingesta de medicamentos o responsabilizarse de manejar el presupuesto de la casa. De esto se encarga su esposa.
“Él aún se baña y come solo, me ayuda a limpiar. Recoge las caquillas de los perros, sabe que hay que sacar la basura y esas cosas ya son una rutina. Pero se pasa preguntando qué día es, y pregunta muchas veces las mismas cosas”, comenta Virginia.
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La vida que la pareja llevaba luego de que ambos se pensionaran, también cambió. Ya no salen como antes a fiestas o a pasear.
“Usted ve a Ignacio y dice que no tiene nada. Él le habla como si nada. ¿Yo cómo estoy? Yo estoy bien, gracias a Dios. Soy operada de dos hernias de la columna y tengo un desgaste en las rodillas”, comenta Aguilar.
Ahora, van a San Carlos a visitar a su hijo, a las clases de pintura de los martes y viernes, a clases de natación y a la infaltable misa de los domingos. Ambos viven en Lomas de Ayarco, en una casa que comparten con su hija y una nieta de 11 años.
En la familia de don Ignacio también hay un antecedente de demencia: su mamá la sufrió.
“Cuando me casé, dije que era en las buenas y en las malas. ¿Y si la tortilla se hubiera volcado al revés y hubiera sido yo la de la enfermedad y no él? El matrimonio es muy difícil siempre, pero sobre todo al principio y al final”, comentó.
Virginia no ve esta nueva situación en sus vidas como un castigo. Al contrario.
Ella es una mujer de fe: “Yo siento alegría y no me siento con una carga. Siento paz. A pesar de lo que se está viviendo y que vamos caminando hacia algo que no tiene retroceso ni vuelta, y que el Señor sabrá qué nos falta”.