Al teléfono, su voz se eleva por la indignación de que aún haya quienes llaman “gripe” a la covid-19 mal pero también pareciera una súplica cuando habla de quienes no han capturado la esencia de lo que ocurre con la enfermedad.
Quien habla es Leonardo Chacón Prado, médico intensivista del Hospital Calderón Guardia, quien como muchos de sus colegas lleva 14 meses de soportar, sin posibilidad de respiro, las muertes constantes por la pandemia.
“La covid-19 se roba a la gente de las casas para no verlas más, pero hay quienes no lo entienden, la gente no termina de entender esto”, advirtió este lunes en referencia a la crecida de pacientes ya fallecidos en Unidades de Cuidados Intensivos (UCI).
Recordó el caso de tres miembros de una familia de Pérez Zeledón a quienes se debió trasladar a las UCI del Calderón Guardia.
Sin ellos saberlos, la mamá, de 78 años; un hijo, de 56; y una hija, de 60, estaban en esas unidades en forma simultánea. Él logró recuperarse, pero luego tuvo una neumonía intrahospitalaria debido a una bacteria y regresó a la UCI.
Al final, todos se murieron en el transcurso de unos cinco días.
Eran de una familia numerosa, recordó Chacón, donde nadie pudo acercárseles al final de sus vidas por las restricciones sanitarias.
“Esas muertes debieron golpear a un gran número de personas y eso desestabiliza a una familia que recibe la noticia en un periodo cuando se vive en clases virtuales, zozobra y sin cómo despedirse de forma digna”, lamentó.
Cuando los pacientes ocupan esas camas (si hay disponibles) lo hacen sin noción clara de la fatalidad que ello implica e incluso sin posibilidad de despedirse de sus seres amados o, en el mejor de los casos, es un adiós por WhatsApp o teléfono.
Nada de verse las caras unos a otros o sentirse al tacto. El peligro de más contagios degradó el rito de las separaciones a un arreglo forzado, que Chacón declara “primitivo”.
“En muchos pacientes, el proceso de colocarlos en intubación y luego sedarlos no es un tránsito amable. Algunos se comunican con sus familias y son momentos muy emotivos porque se despiden de sus seres más amados de la manera menos adecuada. Es en verdad durísimo. Otros llegan tan mal que ni eso tienen las familias, pero la gente falla en capturar esto; que quizás ya no los vean más”, explicó.
Estas separaciones, advierte, dejarán en Costa Rica muchas secuelas.
“Quedás marcado de por vida y hay mucho resentimiento y trauma que, si no se atienden bien, podrían ser insuperables”, refiere.
Asiduo a Twitter, Chacón es el primero en invitar a quien dude de la importancia de las medidas para evitar contagios a ingresar a cualquier red social a darse un baño de realidad en la oleada de obituarios que por estos días se publican.
Sin embargo, es esa incredulidad aún existente lo que eleva el enojo de la voz al teléfono.
“Esto es una lotería bastante fea; no se puede minimizar. Si a uno le da covid puede quedar bien fregado, pero todavía hay quienes suponen que el único covid malo termina en un hospital y no es así”, lanzó.
Aparte de llevarse vidas, la enfermedad sustrae funciones cognitivas, calidad de vida y coloca en su lugar toda clase de consecuencias.
“Parece mentira, pero la gran cantidad de secuelas es extensa, porque aunque alguien viva y sale adelante, le puede robar facultades y dejarle un duradero estrés postraumático, la gente sale lesionada a nivel mental. Y, se lo digo, esto será un lastre en Costa Rica”, advirtió.
Infierno sin fin
Chacón desearía compartir mejores augurios pero, sin más camas y compromiso social de las personas, las noticias seguirán desalentadoras justo ahora cuando, dijo, la crisis sanitaria es “una catástrofe que empeora desde todo punto de vista”. Eso también alcanza a todo el personal.
En su caso dice que durante estos 14 meses ha pasado por un variado espectro de emociones una y otra vez.
“En octubre terminé una relación de pareja de varios años y debí ir al psiquiatra porque estaba con un severo desgaste. Al cabo de dos horas, la doctora me dijo que no podía trabajar. Las cosas se habían deteriorado y desarrollé un trastorno de ansiedad porque usted ama su trabajo y no quiere que se le mueran los pacientes a su cargo. Este es el reto más grande que me ha tocado”, expresó el profesional de 34 años.
Entonces vuelve a cambiar la voz desde el teléfono.
Dice que logró restaurarse por cuanto ama su trabajo en cuidados intensivos, donde hay vidas por defender. Está claro en que él y sus compañeros pueden marcar la diferencia en esas personas y sus familias.
El caso es que hay límites a la resistencia incluso para todos ellos, como cuando toca hacer turnos de 36 horas cada tres días, pues el impacto en la vida personal es tan contundente que todo se deshumaniza.
No importa su esfuerzo y actitud, si durmieron bien o alguien les dio un abrazo; las personas que cuidan se les mueren a cada momento y esto dificulta renovar votos profesionales.
En especial cuando algunas voces culpan a los doctores de las muertes o sugieren que estos eligen quien vive o muere, asegura.
“Uno no elige. No hay garantía de nada porque la mortalidad varía cada día de 30% a 70%, según la severidad del paciente. Si hoy amanece una cama vacía porque una señora se murió, hay nueve candidatos para ella en mi hospital y otros 25 en el país. ¿Quién se atreve a decir que puedo elegir? Estamos abrumados y habrá tragedias mayores porque no puedo producir oxígeno con las manos y eso es lo que pasa”, concluyó.