Entre enero y mayo de este año, 10 mujeres perdieron la vida a manos de sus parejas, esposos, novios o por el simple hecho de ser mujer. Esa condición las convirtió en los rostros de las 10 víctimas de feminicidio que registra el país. Grettel Tatiana Téllez Ortíz fue una de ellas y esta es su historia.
Paz tenía puesto un vestido de tirantes, con flores lila en la enagua volada y unos minúsculos zapatos de charol negro. Estaba en los brazos de su tía Diana.
La niña (cuyo nombre fue cambiado para esta publicación) cumplió dos años el pasado 2 de abril, dos semanas después de que asesinaran a su mamá.
Grettel Tatiana Téllez Ortiz tenía apenas 18 años. La mataron el 16 de marzo y se convirtió en la sétima víctima de feminicidio de este año.
El jueves anterior al crimen, Tatiana le había revelado a su mamá que estaba embarazada nuevamente.
“Si acaso tendría un mes”, contó Luz Marina Téllez, abuelita de Paz.
El asesino dio muerte a Tatiana cuando tenía a la niña en brazos. Tati, como le gustaba que la llamaran y como a veces también le decía su pequeña, quedó tendida en un charco de sangre en el corredor de su casa, ubicada en Linda Vista de La Unión, una barriada muy muy humilde, levantada entre las lomas que rodean lo que hace muchos años fue el relleno sanitario de Río Azul.
Ese viernes 16 de marzo, pasada la una de la tarde, Diana encontró a Paz junto al cuerpo de Tatiana. La sangre le había manchado la pijama. Según le contaron los policías, el asesino podría haber estado ahí unos 15 minutos antes de que ella llegara.
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Cuando él apareció, el portón de hierro de la entrada estaba cerrado. Se cree que desde ahí llamó a Tatiana y cuando ella salió, el sujeto la acribilló desde el callejón de tierra que pasa frente a la casa. Las marcas de algunos balazos quedaron en una de las barandas.
La mamá de la muchacha sospecha que el asesino es una expareja que nunca pudo aceptar que la joven se separara de él. La información la tiene la Policía.
Milagrosamente, ninguno de los diez proyectiles que atravesaron tórax, abdomen y piernas de Tatiana impactaron a su pequeña.
Más de dos meses después de haber presenciado el asesinato de su mamá, Paz crece al calor de su abuela. Ahora, duerme con ella y la sigue a todo lado.
Desde que su mamá no está, a la niña le ha dado por morderse las uñas, ya no intenta comer sola como antes del crimen y corre asustada a esconderse al cuarto cuando oye que abren el portón.
Diana enciende el celular y pone a sonar una canción del británico Ed Sheeran, Thinking Out Loud. Era de las preferidas de su hermana. Cuando Paz la oye grita: “¡Tati”. No se despega del aparato mientras escucha la pieza sin separar la vista de la pantalla. Tampoco permite que le interrumpan la canción.
Su tía le muestra una foto de Tatiana en el celular y la pequeña llena de besos la pantalla.
Paz lleva los apellidos de su difunta madre y es como ver a Tatiana cuando tenía su misma edad. Blanca de piel, cabello castaño rizado, ojos grandes. Sonríe constantemente, como lo hacía su mamá, a quien describen como una joven de espíritu alegre.
“Sus risas nos hacen falta”, confesó Luz Marina Téllez.
Según la madre, Tatiana quería terminar la secundaria, había entrado a sétimo en el Colegio Nocturno de Gravilias, Desamparados. Lo hacía por Paz, quería darle una mejor vida a su hija.
Quería estudiar belleza. Tenía grandes habilidades para el maquillaje y el arreglo de uñas, aunque nunca había llevado un solo curso.
Trabajó en tiendas, en una recicladora y, antes de morir, tenía pocos días de haber empezado a laborar en un bar.
Un día antes de repasar todos estos recuerdos, la abuela llevó a Paz al cementerio de Río Azul, donde reposan los restos de Tatiana. Ya pusieron una placa con su nombre. Abuela y nieta van ahí todas las semanas.
“Chao, Tati”, le dice Paz a la tumba silenciosa.
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