La soledad que todos los días experimenta Francisco Ugalde Pérez, de 79 años, no es por la de falta de compañía, porque en su casa están su esposa, Ligia Molina Leitón, de 80 años, y su nieto, Isaac Ugalde, un colegial de 14 que cuida de sus abuelos como un lazarillo.
Su soledad tiene más que ver con un sentimiento que él mismo describe como abandono. Francisco Ugalde se siente solo porque, a su edad y con enfermedades agobiando cuerpo y alma, siente que nadie escucha sus pedidos de ayuda para sobrevivir en una etapa de la vida cada vez más alejada de la tranquilidad, el descanso y la paz con la que muchos sueñan para su vejez.
“En esta casa, no se puede comer un pedazo de carne. A veces, me entra un antojo de un huevito o un pedazo de pollo, y la situación no lo permite. Las pensiones no alcanzan: o pagamos alquiler o comemos. Dependemos de alguien que nos traiga una bolsita de arroz, o una manita de pan.
“Sí, sí, indiscutiblemente uno está solo. Ya los hijos se casaron y se fueron, cada quien hizo su vida. De vez en cuando vienen, pero ellos no pueden ayudarle a uno. Más bien están para que les ayuden. Es muy difícil”, dijo este vecino de San Rafael de Heredia.
Francisco Ugalde es incapaz de movilizarse por sus propios medios. Necesita dos bastones y una silla de ruedas, que le fueron regalados por el Club Rotario.
Su nieto Isaac le ayuda en todo: a cortarse las uñas, rasurarse o bañarse. Lo hace sin descuidar su responsabilidad en el colegio, donde a pesar de las condiciones en las que vive junto a sus abuelos destaca por sus buenas calificaciones.
Francisco, además, lidia con el dolor que le provocan varias hernias y padece problemas cardíacos que aún están en proceso de diagnóstico, pues él, como miles, forma parte de las listas de espera de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
Este taxista retirado, que trabajó desde pequeño cogiendo café, con bueyes en el trapiche, volando pala o jalando carne en el antiguo matadero de Heredia, solo heredó a sus hijos la pobreza que lo ha perseguido desde que tiene memoria.
“Una hija vive en Concepción de San Rafael de Heredia, es madre soltera de seis muchachos. Se le está cayendo la casa porque viven a la orilla de un río en una pobreza que usted no tiene idea.
“Tengo otra casada con un señor al que le han dado tres infartos, es diabético, está casi ciego y no puede caminar. Y el mayor trabaja en una carnicería. Un día de estos vino a verme; está todo torcido, me dio lástima verlo. Casi ni puede caminar”, relata.
En Costa Rica, había 710.417 personas adultas mayores (PAM) en el 2022. Clasifican como tales quienes tienen 65 años o más. Este grupo representa un 13,63% de la población total del país. Para el 2052, la proyección es que los adultos mayores sean casi 1,4 millones.
Un 71,3% viven en hogares integrados entre dos y cuatro personas, como en el caso de Francisco Ugalde, su señora y nieto.
Pero más de 109.800 viven solos, en lo que técnicamente se llaman hogares unipersonales (donde vive una sola persona), reveló un estudio del Observatorio del Envejecimiento, de la Facultad de Medicina, de la Universidad de Costa Rica (UCR).
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Este grupo representa un 15,5% de toda la población adulta mayor (PAM) de Costa Rica. Además, hay 80.981 adultos mayores en familias de cinco miembros o más (11,4%).
¿Solos y en soledad?
La investigación de la UCR, presentada el 15 de junio anterior, plantea la necesidad de profundizar con otros estudios que exploren las condiciones en que están viviendo todos estos adultos mayores para identificar quienes están en condición de vulnerabilidad y riesgo.
Expertos consultados por La Nación afirman que, si bien pueden vivir adultos mayores solos, esto no necesariamente significa que vivan en soledad; es decir, sin apoyos o red de cuido.
Aplica el mismo principio para quienes habitan en hogares con más personas, pues pueden estar acompañados pero aún así vivir en soledad al carecer de apoyo familiar, comunal o estatal.
Es lo que sucede con Francisco Ugalde quien, como vimos, no está solo. Su hogar lo integran dos personas más. Sin embargo, la pobreza en la que vive crece en forma directamente proporcional a su dependencia física debido a las enfermedades que padece, y esto lo hace sentirse cada vez más aislado.
Materialmente, le resulta imposible trasladarse a hacer filas a instituciones como el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), o al Consejo Nacional de la Persona Adulta Mayor (Conapam) para pedir más ayudas.
Alguna vez, dijo, alguien le habló de un hogar de ancianos. “¿Irme para un asilo con mi esposa? ¡Jamás! Sea como sea, vivo en mi casita y aquí tengo a mi nieto. No he escuchado cosas buenas de esos lugares”, dijo.
Sinpe de Francisco Ugalde para ayudas: 7246-2627
Actualmente, sobrevive con la pensión de ¢130.000 de su esposa y con la suya, de la que le quedaron ¢115.000 debido a un préstamo que pidió para sostenerse económicamente luego de una operación que le impidió volver a trabajar en taxi.
Pagan de alquiler ¢227.000 mensuales, y es casi nada lo que les queda para comer, cancelar servicios como luz y agua, o pagar gastos por medicamentos o citas que la Caja no le puede dar con la prontitud que necesita.
Vivir así, reconoce, es un estrés y un dolor muy grande. Sobre todo, que esto suceda en una edad a la que cualquier persona aspira vivir en paz hasta su último día.