234 horas y 39 minutos tardó el equipo de Marco Vargas Salas en concretar la misión que le dio la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), en marzo del 2020: abrir un hospital nuevo y dejarlo en condiciones para atender, a al menos 88 pacientes de covid-19, una enfermedad de origen respiratorio, nueva en el país y en el mundo. Ese hospital, que funcionó durante 20 meses y unos días es el Centro de Atención Especializada para Pacientes de Covid-19 (Ceaco). 2.840 enfermos y 645 fallecidos después, el Ceaco pondrá punto final a casi dos años de trabajo ininterrumpido. Poner ese punto final también será responsabilidad de Vargas, cabeza de un equipo mayor.
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El siguiente, es un resumen de la entrevista con el médico a pocos días de finalizar la misión encomendada. Vargas condensa así la intensidad de la experiencia: “Me siento agradecido, honrado especialmente. El servir a pacientes es un privilegio y hay que hacerlo con mucho honor. Es el privilegio de la atención en el servicio”.
– ¿Cómo ha sentido al equipo que lo ha acompañado en estos meses? Están muy cansados y desgastados, pero también de alguna manera están felices. El personal de Enfermería, los terapeutas y los demás también están agradecidos con los pacientes, por haberles permitido servir. Es personal tan joven, que llegó ahí y se transformó de muchas formas. Algunos perdieron a sus familiares ahí mismo. Sin embargo, se enjugaron las lágrimas, se subieron las mangas y siguieron sirviendo.
– ¿Qué ha sido más difícil: montar el Ceaco en tiempo récord, o iniciar su cierre? ¡Cerrarlo! Es más fácil abrirlo que cerrarlo. Para abrirlo había mucha expectativa. Éramos punta de lanza y todo el mundo presionaba. Cuando se va a cerrar no todo el mundo quiere. Sin embargo, el Ceaco tiene que convertirse en Cenare porque hay una población país que necesita rehabilitación poscovid. Aprovechamos una ventana epidemiológica y una de oportunidad para hacerlo responsablemente. Nunca se había abierto ni cerrado un hospital así. No existe ningún parámetro. Tuvimos que aprender de los procesos.
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“Escribimos cómo íbamos haciendo cada cosa. Y dejamos evidencia de qué hacer porque nuestra perspectiva es que nosotros cuatro (el equipo a la cabeza del proceso), –nos dicen C4, que es un explosivo–, siempre partimos de que nos íbamos a enfermar y a morir. Entonces, teníamos el compromiso de transmitir nuestras ideas y darles sostenibilidad en el tiempo, porque una organización no puede depender de alguien que se va a morir. Siempre supimos que nos íbamos a morir. Por dicha, ninguno se ha enfermado hasta la fecha.
– De la gestión del Ceaco, ¿qué puede aprender el resto de la red hospitalaria? Que los equipos de Trabajo Social funcionan, y a veces no les damos la posición que merecen. Tuve la experiencia de trabajar con uno de Trabajo Social, Salud Mental y Psicología espectacular, que atendieron a los pacientes. Lo segundo, que tenemos capacidades por encima de nuestra zona de confort. Si me salgo de esa zona, siempre puedo hacer algo más por el país, y ahí es cuando un empleo deja de ser un trabajo y se vuelve pasión. Los empleados públicos podemos trabajar con pasión e innovar. Aquí lo hemos hecho. Incluso, por encima de otros países. Esto es un mensaje para la población: que crean en los servicios que da la institución. Aquí hay personas que trabajan con pasión.
“El sueño de mi vida había sido el transporte de pacientes críticos. Se materializó con el equipo Prime, al cual, hasta el momento, no se le ha muerto un solo paciente en tránsito. ¡Esas estadísticas no las tiene nadie en el mundo! En las primeras semanas, cuando teníamos el hospital pero no teníamos tantos pacientes, trabajamos en simulación mañana, tarde y noche. A veces, llegábamos en la madrugada con una ambulancia y decíamos: ‘Tienen dos pacientes con covid... quiero ver cómo lo hacen’. Esto fue muy formador. La institución tiene personas muy valiosas. Como todo, hay quienes se quedan en su zona de confort, pero este tipo de trabajo se hace con personas apasionadas que quieren hacer la diferencia”.
– Ese C4 siempre partió de esa idea de enfermar y morir. ¿Qué significa para ustedes trabajar con la muerte respirándoles en la nuca? Siempre dos personas estaban enteradas de lo que estábamos haciendo, lo cual hacía que tuviéramos redundancia en la función. La operación no podía fallar porque alguno de nosotros enfermara o muriera. Recuerdo haber entrado por primera vez a un cubículo y me dije: ‘estoy a 2,3 milímetros de la enfermedad que está matando a millones en el mundo’. Ese era el grosor de mi máscara (full face). Yo veía a los chicos de Enfermería que pasaban horas trabajando ahí sin full face porque no había para todos. Pero sí, da miedo, y mucho. Sí, da susto, pero si le da miedo, como dicen, compre un perro. Aquí se vino a trabajar y todos tomaron esa actitud.
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– Tres imágenes con las que se queda de estos primeros 20 meses. (Suspiro) La más dolorosa, el haber conectado por teléfono a la familia de mi prima justo antes de que ella fuera intubada para que se pudiera despedir de sus tres hijos y su esposo. Fue la última vez que habló con ellos porque falleció seis días después. Ver familiares en el portón externo del Ceaco arrodillados rezando. Y algunos de estos viendo bajar cadáveres del centro en donde teníamos a estas personas. ¡Ahhh, muy duro! Pero me quedo también con el 31 de diciembre del año pasado, cuando todos salimos a la parte de atrás del Ceaco, nos tiramos en el piso y a las 12 (medianoche) gritamos ¡Jumanji! Para que se acabara esta porquería (de pandemia).
– ¿Y se está acabando? ¿Volverá el Ceaco? Ceaco no vuelve. Creo que el asesino serial más eficaz de la historia, que es la naturaleza, simplemente nos está dando un respiro. Y es un asesino serial al cual hemos atacado con contaminación, con calentamiento, con irresponsabilidad, y ahorita nos está dando solo un respiro. Estadísticamente, los números vienen para abajo, y se van a estabilizar en algún momento. Y es mejor no abrir una página que no diga nada de Europa. Es más fácil olvidar que en una zona de 53 países, hace una semana, tuvieron 1,8 millones de contagios nuevos. Es mejor no ver que Austria se cerró, que China está cerrando, Vietnam... y que nosotros siempre hemos replicado lo que viene de otro lado, con uno o dos meses de diferencia.
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“Como dijo CNN, Europa está pagando el precio de que solo la vacuna no es suficiente. Si no nos cuidamos, vamos a llegar a una meseta, que durará unos dos meses, y van a empezar a repuntar nuevamente los casos. En el proceso de desmovilización del Ceaco tenemos un cierre, y dos etapas, la siete y la ocho, que son de incertidumbre ante un repunte igual o peor. Pero no va a haber un segundo Ceaco, por lo menos no en el Cenare”.
– Esta pandemia, ¿qué le enseñó a usted y a su equipo sobre la vida y la muerte? La incertidumbre de vivir cotidianamente. La inevitabilidad de la muerte. Es una constante. Pero eso también me da otra constante: lo inevitable de vivir mi día como si fuera el último. Hacer las cosas que no he hecho: tocar la pieza que me gusta en saxofón, agradecer y abrazar a la gente que quiero, regresar a la familia. ¡Todas esas cosas se pueden hacer y están ahí!
– ¿Aprendió esto de sus enfermos? Les agradezco con pasión a no sé cuántas personas que, llegando a hospitales, me daban la mano preguntándome si lo iban a lograr. (Me decían) que no se habían despedido de su hijo o su hija, que tenían el negocio abierto, que no pudieron hacer cosas que la vida les dio. Hay un poema, de Tecumseh (guerrero indígena norteamericano) que empieza: ‘Vive la vida de forma tal que el espíritu de la muerte jamás penetre en tu corazón’. A mí me encantan los tatuajes, y esa frase está tatuada en mi cuerpo. Hay cuatro estrofas más, y una de ellas dice: ‘el día que te llegue tu muerte, ¡abrázala! Porque ya viviste tu vida. No seas como aquel que se abraza en el último minuto cuando has tenido toda la vida para vivirla’.