"Desde chiquitico estoy en este hospital. Pero no me acuerdo cuántos años llevo aquí. Solo el doctor sabe.
"Mi papá trabajaba como chequeador de los buses de Escazú. Se ahorcó. Tomaba guaro, fumaba y andaba robando en las calles. Nosotros sufrimos mucho porque nos dejaba sin comer (…) vivíamos debajo del puente Los Anonos".
Alexánder Vega Hidalgo, de 49 años, no tiene cristalizado en su memoria el año exacto cuando llegó a vivir al Hospital Nacional Psiquiátrico, en Pavas, San José.
Solo recuerda que su familia lo dejó ahí tirado desde que era un niño porque sufría convulsiones. Lo dejaron crecer en los salones de ese centenario hospital hasta que se convirtió en adulto. Es uno de los cientos de hombres y mujeres que, con el paso del tiempo, hicieron de ese lugar su residencia permanente.
Dicho edificio está lleno de otras historias, cada una más dramática que la otra.
Una de ellas, acabó hace poco, cuando Alexánder Vega dejó el Psiquiátrico para ir a vivir con una de sus dos hermanas a San Josecito de Alajuelita.
Vega siempre regresa al hospital todos los días para asistir al taller donde teje los tapetes y bufandas que luego vende.
Pero ya no se queda a dormir en el legendario pabellón uno de hombres.
Tampoco viste las pijamas celestes de hospital ni se queda detrás del portón y de las rejas que, hasta hace poco, eran la frontera entre “los de afuera y los de adentro”.
Candado al 'asilo'
Este 23 de abril, el Hospital Nacional Psiquiátrico pondrá candado para siempre al legendario "asilo" donde alguna vez llegaron a vivir casi 1.000 enfermos mentales.
En el mismo proceso se encuentra el otro centro psiquiátrico de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), el Hospital Roberto Chacón Paut, en La Unión.
Será el final de una época oscura, donde resaltan las imágenes de enfermos descalzos, deambulando por pasillos cercados por mallas y portones, sin oportunidad de salir, como condenados a una “cadena perpetua” solo por padecer una enfermedad mental.
Prácticamente, desde los inicios del Hospital Psiquiátrico, a finales del siglo XIX, los salones de lo que alguna vez fue conocido como "Hospital de Dementes" y "Hospital Nacional de Locos", albergaron residentes permanentes.
Eran personas a quienes sus familiares abandonaron por creencias y concepciones que, a la luz del conocimiento actual y de la evolución de la Psiquiatría, se consideran erróneas.
Su situación dio un giro radical hace dos décadas, cuando el país firma la Declaración de Caracas y se compromete, junto al resto de los países de América, a cerrar estos asilos y promover la inserción familiar y comunitaria de estos pacientes.
"Es el primer paso que da el hospital para sacar a estos usuarios. Se empieza a trabajar en un nuevo modelo de atención que le permita a las personas salir y se empieza a trabajar con las familias", explicó Carolina Montoya Brenes, jefa de Rehabilitación del Hospital Nacional Psiquiátrico.
Aunque se comenzó a trabajar desde entonces, no fue sino hasta el 2016 cuando se aceleran los traslados hacia albergues, familias y residencias de larga estancia para adultos mayores (antes llamados hogares de ancianos), luego de que este Gobierno promulga la Política de Atención Integral de Personas en Situación de Abandono y Calle.
De los casi 1.000 pacientes que alguna vez llegó a asilar el Nacional Psiquiátrico –el hospital con más pacientes institucionalizados en la CCSS–, hoy solo faltan por ubicar 35; 11 de ellos, son adultos mayores con alguna enfermedad mental.
Del pabellón a la casa
"Aquí me criaron", dijo Lucía (nombre ficticio a solicitud de la paciente), una de las 920 personas que vivieron en el Hospital Nacional Psiquiátrico.
"Mi abuela me tiró a la calle, y de ahí me recogió el carro del PANI (Patronato Nacional de la Infancia), que me trajo aquí. Viví muchos años en el pabellón 4 de mujeres", contó.
Como más de la mitad de los pacientes reubicados, ella padece esquizofrenia, un trastorno mental que, según la Biblioteca de Salud de los Estados Unidos, "dificulta diferenciar lo que es real de lo que no, y pensar con claridad, tener respuestas emocionales normales y actuar de manera normal en situaciones sociales".
Un grupo importante tiene psicosis orgánica producto de lesiones cerebrales, y los menos padecen algún deterioro cognitivo.
En los escasos momentos en que salió para intentar vivir con su familia, siendo adolescente, esta joven mujer corrió una suerte peor. Fue abusada dos veces. A los 13 años, nació su primera hija, quien posteriormente fue dada en adopción a una pareja de extranjeros.
Un año después, nació su segundo bebé, quien hoy vive con otra familia, pero costarricense.
Del pabellón, Lucía logró pasar a las casitas que tiene el Hospital Psiquiátrico como parte del proceso de transición hacia el mundo exterior.
Luego de reunir los méritos suficientes para dar el siguiente paso, entre ellos, cumplir con el tratamiento, controlar los cambios de comportamiento y demostrar que domina rutinas básicas de la vida diaria (como bañarse sola, vestirse y ayudar en las tareas de limpieza), la mujer pasó a vivir a uno de los albergues junto con otras 18 personas que tienen condiciones similares a la suya.
Ese paso apenas lo acaba de dar. Desde enero anterior, vive, como ella dice, “más tranquila, sin bulla, sin que nadie la moleste y comiendo comida más rica”.
Tiene un horario por cumplir entre semana, que incluye regresar por algunas horas durante el día al hospital para asistir a un taller de carpintería, y también para ir a la escuela, que quiere terminar. ¡Y hasta tiene novio!
Rompiendo esquemas
El enfoque para el tratamiento de las enfermedades mentales se aleja cada vez más de los tratamientos institucionalizados. Estos se quedan para los casos agudos, que requieren alguna compensación inmediata.
Los salones que alguna vez albergaron a estos "residentes permanentes" ahora serán ocupados por pacientes jóvenes que, cada vez con más frecuencia y cantidad, desarrollan enfermedades mentales tempranamente debido al consumo de drogas.
Los recursos también serán redirigidos a otros programas que este hospital está desarrollando, que son de carácter ambulatorio; es decir, no requieren internamiento.
Uno de ellos es un programa para niños con autismo, una condición neurológica que comienza en la niñez y dura toda la vida. Afecta el comportamiento de la persona, cómo interactúa con otros, se comunica y aprende.
También se están abriendo espacios para que las familias con adultos mayores con algún tipo de demencia (por ejemplo, Alzhéimer o vascular), desarrollen capacidad para cuidarlos y para que estos pacientes conserven el mayor tiempo posible sus habilidades para funcionar (comer, vestirse, caminar, etc).
Integrar a estos pacientes a la comunidad ha representado todo un trabajo de coordinación entre diferentes instituciones.
Como afirma la directora ejecutiva del Conejo Nacional de Personas con Discapacidad, Lizbeth Barrantes Arroyo, "una sola institución no hubiera podido con todo".
"Ha sido un proceso de muchos años. Para el Conapdis son casi 20 años bajo el Programa de Servicios de Convivencia Familiar, donde se atienden a mayores de 18 años en situación de abandono.
"Esto tomó auge, sin embargo, cuando se decide en esta administración cerrar los servicios llamados de atención de personas en estado crónico, personas con discapacidad psicosocial que han vivido muchísimos años en el Psiquiátrico", explicó Barrantes.
Según dijo, desde setiembre anterior al día de hoy, han logrado que egresen 107 personas. Ese grupo tiene para el Conapdis un costo mensual de manutención por pago de albergues de alrededor de ¢50 millones, aunque en todo el programa tienen a 1.300 personas con diferentes tipos de discapacidad, no solo con enfermedad mental.
"Lo que se ha logrado es la defensa de un derecho de las personas con discapacidad a vivir en ámbitos comunitarios y no encerrados solo por tener una discapacidad. Nos ha costado como país dar este paso, pero lo hemos logrado finalmente", agregó Barrantes.
Los fondos para financiar estos albergues provienen del Fondo de Desarrollo Social y Asignaciones Familiares (Fodesaf), y de la Ley General de Control del Tabaco y sus efectos nocivos en la salud (número 9.028).
En cuanto a esta última normativa, existe un proyecto en la Asamblea Legilativa que propone modificarla para asegurar fondos permanentes para el Conapdis y el Consejo de la Persona Adulta Mayor (Conapam), los dos entes responsables de la manutención de estos pacientes.
Vivir en familia
Catalina, de 47 años, también fue diagnosticada con esquizofrenia hace cuatro años, cuando todavía daba clases de inglés en una escuela, en un colegio público y en la universidad. Solicitó reservar su identidad.
Esta mujer, quien además habla francés e italiano, a diferencia de Lucía y Alexánder no vivió tantos años en el Psiquiátrico, pero sí los suficientes como para apreciar hoy la oportunidad de estar en su casa, junto a su único hijo.
Su enfermedad está compensada. Ella misma lleva control de sus medicamentos, tras dos años volviendo a aprender hábitos diarios, en las casitas del Psiquiátrico, lo más parecido ahí a un ambiente familiar.
"Me siento mil veces mejor. Yo nunca tuve mal comportamiento, no era malcriada con nadie. Creo que eso me ayudó. Estoy feliz porque aquí logré pensionarme del Magisterio (Nacional)", contó orgullosa.
Desde hace cinco meses, vive con su hijo. "Ya pude ir a votar, ¡y me apunté bien!", comentó entre risas.
Según Zulema Villalta, presidenta de Conapam, esta institución tiene proyectado invertir, al menos, ¢5.000 millones anuales, que también vienen en su mayoría del Fodesaf.
"Nosotros ya hemos trasladado 250 adultos mayores. Tenemos 11 pendientes que tienen que estar reubicados antes del 23 de abril, que es el día que se cierran simbólicamente estos salones. Quedan, además, otros 39 del Chacón Paut", comentó Villalta.
Según contó Villalta, en estos dos últimos años se aceleró el proceso "de algo que siempre se quiso hacer pero nunca se pudo".
"Se abrió una partida en Fodesaf denominada 'de abandono hospitalario y de calle' para asumir a la población de 60 años y más, cinco años menos de lo que establece la ley pero en consonancia con la Convención Interamericana para la Protección de los Derechos Humanos de Personas Adultas Mayores.
"Nos dimos a la tarea de capacitar a las residencias de larga estancia para bajar el estigma sobre la demencia y logramos, por medio del personal hospitalario, que estas residencias cayeran en cuenta de que estos pacientes son seres humanos que, con tratamiento y disciplina, pueden convivir en condiciones de normalidad", manifestó.
A las personas que no logren responder a ese modelo, dijo Villalta, el Conapam les pagará el cuido de hasta tres asistentes para su vigilancia las 24 horas del día. Pero estos son los menos, aseguró Villalta.
Despertar a otra vida
El único hijo de Rebeca (pidió reservar su identidad) nació hace 11 años, mientras ella vivía en el Hospital Psiquiátrico.
La mujer de 32 años, quien pidió no revelar su verdadera identidad, padece esquizofrenia. Se la diagnosticaron a los 18 años, "cuando me agarró como una desesperación y un sentimiento de persecución", recuerda.
Estos años no han sido fáciles para ella, pues ha permanecido la mayoría de ellos lejos de su hijo.
Sin embargo, en los últimos tiempos ha experimentado una gran transformación porque fue cuando empezó su transición del hospital hacia el mundo exterior. Rebeca ahora es otra.
Hace seis años, "me internaron en las casitas" del hospital. Ahí aprendió nuevamente a hacer desayunos –hoy prepara unas de las mejores pupusas que se pueden comer en el hospital–, a limpiar y administrar lo básico del dinero.
Hoy, colabora administrando la caja de la soda que tienen los pacientes en el Hospital Nacional Psiquiátrico. Vive con su mamá muy cerca de su hijo, que ha sido criado por una de sus hermanas.
Su vida ha cambiado tanto que está planeando continuar con sus estudios. Llegó hasta tercer año de colegio y quiere terminar el bachillerato.
Se siente super orgullosa porque logra reunir hasta ¢50.000 semanales para ayudar a pagar el recibo de la luz en su casa y colaborar con la manutención de su hijo.
Entrevista a jefa de Rehabilitación del Hospital Psiquiátrico: Muchos pacientes tenían 20 años o más de vivir aquí
La reubicación de pacientes en modalidades comunitarias y familiares responde a compromisos del país para respetar los derechos humanos de quienes padecen alguna enfermedad mental.
Desde los años 90, el país suscribió convenios internacionales que lo obligaban a buscar una salida a la institucionalización de estos pacientes, pero no fue sino hasta los dos últimos años que este proceso se aceleró.
El próximo 23 de abril, simbólicamente, se cerrarán los salones que durante décadas albergaron a hombres y mujeres que hoy gozan de una mejor calidad de vida.
Carolina Montoya Brenes es la jefa de Rehabilitación del Hospital Nacional Psiquiátrico. Ahí, alguna vez, casi mil personas convirtieron ese sitio en su casa. Montoya explica cuál ha sido el proceso para lograr que estos pacientes hoy vivan una realidad sustancialmente diferente.
- ¿Hasta cuántos pacientes institucionalizados llegó a tener el Hospital Nacional Psiquiátrico?
- Teníamos 920 para inicios de los años 90.
- ¿A partir de qué fecha se inicia la reubicación de estos pacientes en modalidades comunitarias?
- En 1990, Costa Rica firma un documento que se llama la Declaración de Caracas, donde todos los países de América se comprometen a realizar un cambio en la atención con el cierre asilar y la proyección comunitaria. Es el primer paso que da el hospital para sacar a estos usuarios. Se empieza a trabajar en un nuevo modelo de atención que le permita a las personas salir y se empieza a trabajar con las familias.
"Entre 1990 y el 2000, salen y se van con la familia. Después del 2000, aparecen residencias privadas subsidiadas por el Conapdis (Consejo Nacional de Personas con Discapacidad). En total, entre 1990 y el 2005, se reubican unas 500 personas con la familia y en residencias".
- ¿Cuál es el perfil o las características que deben cumplir esos pacientes para aspirar a dar ese paso del hospital a la integración en comunidad?
- Lo principal es que estén compensados de su enfermedad mental, que sea una enfermedad crónica. No son personas que están curadas, pero están en una fase donde los síntomas han remitido, y se encuentran en su máximo nivel de funcionamiento; es decir, que hagan todo lo que estén en capacidad de hacer y sin trastornos de conducta.
- ¿Cuál es el perfil de esos pacientes?
- Más de la mitad (alrededor de unos 500), son pacientes con algún tipo de esquizofrenia. El resto, tienen alguna psicosis orgánica producto de lesiones cerebrales, y otro grupo tiene algún deterioro cognitivo.
- ¿Cuántos pacientes institucionalizados faltan por reubicar y cuáles han sido las mayores dificultades para hacerlo?
- Al día de hoy (miércoles 4 de abril), faltan por reubicar 35 pacientes. Evidentemente, empezamos a reubicar a quienes estaban mejor. Con estos últimos hemos tenido dificultades para encontrar espacios. Aunque Conapdis nos ha ayudado, los espacios que puede subsidiar son finitos.
"Este último grupo ha tenido que trabajar más los trastornos de conducta. Creemos que se lograrán reubicar en el transcurso de este mes".
- ¿Por qué se definió como límite abril?
- En el 2016, este gobierno promulga la Política de Atención Integral de Personas en Situación de Abandono y Calle. Dentro del marco de esa política, se encuentran las personas en condición de abandono en los hospitales. Nosotros (el Psiquiátrico) tenemos el mayor número, pero también hay en otros hospitales.
"Nosotros entramos en el marco de esa política y hemos venido trabajando más intensivamente en estos dos últimos años para ubicarlos. Se han designado instituciones sociales como las encargadas de su manutención. Ellas tienen el recurso económico, que son fondos que vienen del Fodesaf".
- En promedio, ¿cuánto tiempo consume el proceso de reubicación de cada uno de estos pacientes?
Muchas de estas personas tenían 20 o más años de vivir aquí. No significa que hemos tardado ese tiempo en compensarlas. Nosotros los tenemos listos desde hace mucho tiempo. Lo que pasa es que esto se da en un plan articulado en dos fases: una, dentro del hospital, que tiene que ver con el aprendizaje de actividades de la vida cotidiana, como bañarse, vestirse, cepillarse o tomarse el tratamiento.
"Paulatinamente, en una fase de inducción, los acercamos a la comunidad, creando espacios para que vayan a la pulpería o visiten el centro en donde se quedarán. Luego viene la fase extrahospilaria a la que nosotros le damos seguimiento. Tenemos en Psiquiatría Comunitaria a 314 personas en seguimiento. Vamos dos veces al año, o cuando se nos solicite la intervención mediante un servicio de consulta telefónica.
"Nos estamos apegando a las normas internacionales de hacia dónde debe ir la Psiquiatría y respondiendo a las necesidades epidemiológicas del país. Ese es el sentido de lo que estamos haciendo".