La jefa de Enfermería del Hospital San Juan de Dios, Virian Mejías, recibió la llamada desde el servicio de Emergencias: “¡Jefe: corra, corra! Hay dos baleados y aquí están sus familias, agarrados unos contra otros”.
Sucedió un jueves de octubre del año pasado. Mejías bajó inmediatamente a Emergencias con el personal de la comisión de crisis y se encontró a los bandos entre alaridos y reclamos estridentes.
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Apenas unos minutos antes, una mujer y un hombre heridos de bala ingresaron en ambulancia desde Desamparados. Pertenecían a pandillas diferentes y eran víctimas de uno de tantos pleitos entre delincuentes.
No se sabe porqué la Cruz Roja llevó a los dos al mismo hospital, pues por seguridad el protocolo recomienda enviarlos a centros distintos.
Pero llegaron al San Juan, y sus familias detrás de ellos. Muchas de estas personas venían armadas. La pareja de la mujer, recuerda Mejías, traía un arma en la cintura y lo que parecía ser un machete oculto en la pierna del pantalón.
La comisión, integrada por especialistas en seguridad, Enfermería y Trabajo Social, separó a los grupos. A la familia de la mujer --unas 27 personas-- la llevaron al área de recuperación. A los parientes del hombre --un grupo aún más numeroso-- los dejaron en Emergencias.
“Les pedimos que no entorpecieran el proceso de los médicos, que estábamos haciendo lo posible para salvarles la vida...”, recordó la enfermera.
Ambos bandos nunca se cruzaron. De haberlo hecho, aquel encuentro habría provocado una tragedia.
“A los 15 minutos de haber ingresado la muchacha a quirófano, nos confirman su muerte. ¡Aquello se puso peor! Los aislamos más. Los llevamos a la parte de la morgue, y coordinamos todo para que el cuerpo saliera y la familia la pudiera ver.
”El hombre también murió. Fue cuando pedimos apoyo de la Medicatura Forense para que nos ayudaran a sacar uno de los cuerpos antes para que las familias no se encontraran”, comentó Mejías.
Todo este proceso se desarrolló en seis horas. “Logramos contener a las dos familias y que se fueran agradecidas con la atención que les dimos, a pesar de los fallecimientos. Evitamos un caos entre ellos”, agregó.
No es la primera historia y saben que, probablemente, no será la última.
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En el 2016, otro baleado ingresó a Emergencias. Poco después, se filtró la información de que el atacante estaba en la sala de espera de emergencia. “Llegó la policía y requisó a todos los que estaban ahí. Fue muy impresionante para quienes no tenían nada qué ver con este caso”, dijo Mejías.
Hace dos años, un pandillero pidió la salida porque sabía que si se quedaba ahí podría ocasionar una matanza. “Traía como cinco balazos. Dijo que ahí no se podía quedar porque lo iban a venir a matar y también podían matar a sus familiares y a otros pacientes. Le dimos el tratamiento quirúrgico y se fue. No volvimos a saber de él”, recordó la enfermera.
Mejías, quien tiene 30 años de trabajo y ha visto evolucionar los casos. En sus inicios como enfermera, era todo un acontecimiento cuando ingresaba una persona baleada.
Los proyectiles se guardaban en tubos de ensayo. Hoy, reconoce, hay que preguntar más bien quién no viene baleado.
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