Verónica Vizcayno Castro recibe una vez al mes una inyección de Fulvestrant y, cada día, a la misma hora, toma tres pastillas de Ribociclib. En conjunto, los dos fármacos cuestan más de ¢1 millón por mes. Los paga la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) desde que la Sala IV la obligó a comprarle a Verónica estos medicamentos para frenar un cáncer de mama metastásico extendido a hígado y pulmones.
Gracias a esos fármacos, Vizcayno, de 48 años, acumula seis meses libres de cáncer. Son su fuente de vida. Lo hace por Aldana, su hija de 13 años por quien lucha todos los días. “Mami, desde que entré al kínder usted tiene cáncer”, le dijo la pequeña a Verónica quien cuenta la anécdota en un intento de resumir los últimos siete años de su vida en una sola línea.
Fue en el 2015 cuando se le diagnosticó cáncer en su mama izquierda. Desde entonces, esta vecina de San José y dibujante arquitectónica de profesión, ha vivido un viacrucis: le amputaron su pecho, recibió fuertes dosis de quimio y radioterapia y estuvo entre la vida y la muerte después de sufrir un infarto cardíaco como consecuencia de las ramificaciones que el tumor generó en todo su organismo, a pesar de estos tratamientos.
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El oncólogo se lo había advertido casi cinco años después de haber iniciado esta batalla, cuando descubrió dos manchas del tamaño de una moneda de ¢500 en su hígado: debía empezar a recibir el tratamiento que combina terapia hormonal con inmunoterapia, pero que no estaba en la lista oficial de la Caja. Vizcayno lo solicitó por las vías usuales, pero la institución se lo negó alegando, según dijo, que era “muy caro”.
Y como la enfermedad muchas veces no viene sola, en su caso, cuenta, la abandonó su pareja y quedó sin trabajo. Hoy, el cariño y la protección que le dan familiares son los que le aseguran un plato en la mesa y un techo sobre sus cabezas a ella y a su hija.
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Transcurrió más de año y medio para el episodio en que Vizcayno estuvo entre la vida y la muerte. El cúmulo de agua en sus pulmones causado por la metástasis la hizo parar en emergencias del Hospital México y de ahí pasó directamente a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), con daños irreversibles en el pulmón que hoy le han bajado sustancialmente sus capacidades para trabajar y la tienen en una nueva lucha; esta vez, por una pensión por invalidez.
“Nada de esto me hubiera pasado si desde el primer momento, cuando el oncólogo me recomendó la terapia, la CCSS la hubiera aprobado. Pasé año y medio deteriorándome hasta que mis pulmones no soportaron y caí, grave, en Cuidados Intensivos”, reclamó.
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Vizcayno no solo recibió con tardanza los medicamentos que necesitaba, sino que ahora debe vivir con las complicaciones derivadas del avance de su cáncer y del episodio que la mantuvo entre la vida y la muerte, en una UCI. Estando en Cuidados Intensivos, recibió la noticia de que la Sala IV había obligado a la CCSS a brindarle el tratamiento, lo cual logró con ayuda de la organización Unidos Contra el Cáncer.
Ella es una en la lista de varias mujeres con un padecimiento parecido (cáncer de mama metastásico) beneficiarias de esa terapia. También es testimonio de los efectos positivos del tratamiento pues los últimos exámenes, dice, revelan que “está limpia”.
Para Vizcayno, proveer estos tratamientos a los pacientes cuando los necesitan ahorraría a la CCSS muchos de los gastos en atención.
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Ver a su hija salir para el colegio, interactuar con sus compañeros y convertirse en una joven de bien, dice, es algo que los números de la CCSS son incapaces de retratar. Tampoco muestran el disfrute que ella tiene de la vida al pasar por una experiencia que la marcó para siempre.
Las flores de su balcón son testigo de la forma en que Verónica hoy degusta cada día. Estos últimos seis meses sana y al lado de su hija y de una familia que le ha dado la mano en los momentos más duros, han sido sus meses más felices. Y asegura que va por más.