No hay un tiempo ni una edad específica para morir; el único requisito es estar vivo.
Esa certeza quedó aún más clara este año en medio de una pandemia cuyas víctimas mortales se contabilizaban día a día; ya sobrepasaron las 1.600 en Costa Rica y casi 1,3 millones en el mundo.
De todos modos, con pandemia o sin ella, el sentido de la vida es que finaliza.
Aún así, las personas casi nunca reparan en su mortalidad o en la de sus seres amados. Hacerlo, sin embargo, podría atajar muchos problemas, advierten especialistas consultados.
“He tenido familias y pacientes en negación total aun en diagnósticos terminales; solo piensan en buscarle solución a la muerte”, advirtió la doctora Gabriela Chinchilla, psicóloga y especialista en Cuidados Paliativos.
Recuerda el caso de una mujer de 90 años “muy deteriorada” por varios padecimientos y a cuya familia, en al menos tres ocasiones, recomendó iniciar trámites ligados a dineros que esa paciente tenía en el banco.
“Un día se les cayó al bañarla y tuvo una quebradura de hueso expuesto. De milagro, superó la operación y seguí con ella varios meses. Nunca hicieron diligencias. Al morir, la familia quedó en disputas con el banco y gastos extra en el proceso”, recordó.
De hecho, quienes jamás se reconcilian con este desenlace natural eluden el ordenamiento y reparto de los bienes de quien muere o siquiera expresar su voluntad sobre qué es aceptable soportar o no al final.
Tales silencios pueden generar conflictos entre parientes centrados en disputas por bienes y dinero.
Según Chinchilla, con alguna frecuencia es poca o nula la comunicación en los grupos cuando hay bienes o fondos por repartir. Entonces, por temor a roces no toman decisiones mientras la persona dueña aún vive.
“La mayoría dice, ‘ahí se verá', y es ahí donde nacen los peores problemas, porque aquel que pudo dirigir todo, ya no vive”, añadió.
Realidad distanciada
Cada año en Costa Rica fallecen unas 30.000 personas (un promedio de 82 al día) por diversas causas, lo cual es “perfectamente común y cotidiano”, explicó Javier Rojas Elizondo, doctor en Psicología y psicólogo clínico en el Centro Nacional de Control del Dolor y Cuidado Paliativo (CNCDCP).
Sin embargo, la experiencia de muerte se alejó de las personas hasta volverse un tema privado, hoy se oculta, y propicia complicaciones; opina.
“Antes, la muerte era normal. Los decesos ocurrían en la casa donde la familia atendía al muerto en un tiempo, cuando nuestra sociedad era mucho más solidaria y comunitaria. Hoy morir se ha despersonalizado”, expresó.
No obstante, para Rojas los vínculos de quienes están próximos a morir y quienes sobreviven pueden ser clave y allanarle el camino a la aceptación y a la toma de decisiones.
Esos vínculos, dice, ayudan a contemplar directamente la circunstancia de morir y volverla una experiencia trascendente para todos los involucrados.
Por eso, incluso en medio del dolor o el miedo, morir puede ser un desprendimiento pacífico y sin asuntos desatendidos; incluidos testamentos, voluntades o conversaciones pospuestas que, de hacerse bien, podrían incluso mejorar la apreciación del tiempo restante; apuntan los consultados.
Por ejemplo, esos arreglos no deberían resolverse en los últimos momentos de vida, como advirtió Andrea Valverde, especialista en Medicina Paliativa del CNCDCP, porque al final las disposiciones legales se manejan con descuido o los apuran de forma indebida.
“He visto desde personas a quienes se les sugirió prepararse esperando la muerte en sala de emergencias, mientras firman un testamento, hasta pacientes tan previsores que alistaron sus funerales”, explicó.
Voluntad por anticipado
Una ruta hacia un cierre más cuidadoso puede ser un testamento vital, también llamado documento de voluntades anticipadas.
En ese documento, la persona deja por escrito su voluntad respecto a tratamientos médicos a los que desea o no someterse en caso de enfermedad terminal o si pierde capacidad de expresarse, así como el destino de su cuerpo u órganos.
María del Carmen Rojas Rojas, historiadora de la Universidad de Costa Rica y periodista en la Universidad Autónoma de Centroamérica, elaboró el suyo este año, poco antes de la pandemia.
En 14 páginas, en pleno uso de sus facultades, esta vecina de Tibás de 60 años determinó qué será de sus bienes, quién los administrará y sus deseos en caso de una enfermedad.
Alistó también sus deseos de asistencia espiritual, disposición de sus restos y diligencias luego de su funeral, incluido su testamento; gestión de pólizas, a quién donará su ropa y objetos materiales y qué hacer con sus títulos académicos, fotografías y el contenido de su computadora.
Según cree, luchar por la salud siempre tendrá sentido mientras sea factible mejorar o sanar, pero juzga absurdo ir contra la muerte si se está desahuciado. A su juicio, es un sinsentido cerrar la vida en peores condiciones, si médicamente no hay retorno.
“La mayoría no expresan, ni con su círculo más íntimo, cómo les gustarían sus últimos días y menos se atreven a conversar de sus preferencias al morir. Nadie habla, por ejemplo, de lo que estarían dispuestos a soportar o lo hacen cuando ya es demasiado tarde”, explicó.
Ella ahorita está buscando tres testigos para firmar su documento y aún sopesa el momento de acudir a un notario para su autenticación legal.
En Costa Rica, el ordenamiento jurídico carece de una norma específica para regular manifestaciones de voluntad anticipada o testamento vital, con excepción del artículo 45 del Código Civil.
Este indica que “los actos de disposición del propio cuerpo están prohibidos cuando ocasionen una disminución permanente de la integridad física excepto los autorizados por la ley. Es válido disponer del propio cuerpo o parte de él para después de la muerte”.
Del mismo modo, el artículo 46 de ese cuerpo normativo, precisa que toda persona puede negarse a ser sometida a un examen o tratamiento médico o quirúrgico, con excepción de los casos de vacunación obligatoria o de otras medidas relativas a la salud pública, la seguridad laboral y de los casos previstos en el artículo 98 del Código de Familia.
Por lo tanto, la asistencia de un notario público podría ser necesaria para armonizar este tipo de documentos con lo que es posible o no legalmente en Costa Rica.
Una guía
Catalina Saint-Hilaire Arce, directora del Centro Nacional de Control del Dolor y Cuidado Paliativo, apoya la idea del testamento vital, en la medida en que signifique un mensaje a familiares y allegados, que les sirva de guía para cuando la persona, por enfermedad u otro escenario, ya no decide.
“Con frecuencia”, dice, tiene casos de pacientes que tuvieron temor de hablar o externar algún deseo y eso conduce a apuros.
“Hemos tenido gente peleando hasta por las latas de cinc de un fallecido o personas alrededor del paciente discutiendo sobre el testamento y qué le quedó a quién. Eso es impresionante”, lamentó Saint-Hilaire.
Otra manifestación de asuntos desatendidos son agonías prolongadas; una persona clínicamente muy deteriorada sigue viviendo, aunque cuesta entender cómo.
Eso pasa, explicó, porque hay asuntos pendientes, ya que en el plano emocional y psicológico, cuando alguien se acerca a su fin, suele rememorar su vida mientras elabora su cierre.
Esto demanda apoyo y compañía para vivir la propia muerte, porque negar esta necesidad podría interferir con un buen morir. O evitar hablar del tema.
“Es preferible dejar las cosas resueltas y a lo largo de la vida, no dejarlas para el final. Y, sobre todo, debemos asimilar el hecho de que somos mortales y moriremos algún día”, reflexionó la especialista.
El neurólogo británico Oliver Sacks, autor de exitosos libros como Despertares y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, publicó el 19 de febrero del 2015 una emotiva columna en el cual reflexionaba sobre su muerte debido a un cáncer.
Sacks, quien falleció el 30 de agosto de ese año, reafirma que cada quien es dueño de su vida, pero mucho más de prepararse para su muerte, porque es el destino de cada persona es ser un individuo único, para “hallar su propio camino, vivir su propia vida y morir su propia muerte”.