Ni Angie ni Samanta ni Carlos conocen a María Daniela Leitón Villavicencio, pero leyeron la denuncia de la joven en Twitter, donde contó los maltratos de los cuales, asegura, fue víctima durante su internamiento en el Hospital Nacional Psiquiátrico.
A la denunciante tampoco la conoce la mamá de una adolescente que, hace casi dos años, pasó cinco días internada en ese hospital con una crisis.
Todos ellos, sin embargo, se sintieron identificados con el reclamo, porque, según afirman, vivieron historias similares.
De las cinco personas que conversaron con La Nación un día después de la publicación del tuit, solo Amira Rodríguez Angulo conocía a María Daniela Leitón. Ambas, compartieron internamiento en junio pasado, y dicen haber sido testigos de lo que sucedía en el pabellón 1A de mujeres.
Los cinco conversaron por aparte y autorizaron publicar sus relatos.
‘La tenían chinga y la amarraban’
Los maltratos que denuncia esta madre los sufrió su hija adolescente (guardamos la identidad de ambas a pedido de la mujer), en febrero del 2019, cuando la joven vivió una crisis de ansiedad.
“Ella estaba totalmente descompensada, con ideación suicida. Del Hospital Calderón Guardia la enviaron al Psiquiátrico y ahí la metieron a la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos). Nosotros perdimos todo contacto con ella a partir de ahí. Hasta los lentes le quitaron, y ella es totalmente miope. En ningún momento nos dieron información sobre su evolución, ni a ella le decían que nosotros llamábamos”.
Fueron cinco días de internamiento. La señora asegura que su hija salió peor de lo que entró.
“La tenían chinga (desnuda), la amarraban, le ponían pañal... los enfermeros pasaban con música de plancha a todo grito, la obligaban a comer, a no hablarle a otras pacientes. ¡A una menor de edad, a una menor de edad!
“Salió peor de lo que entró: con estrés postraumático y brotes de violencia que nunca había tenido. Eso fue en febrero. En agosto, tuve que sacar un préstamo y pagar un internamiento en un hospital privado, donde topamos con un ángel, que es el que la tiene compensada ahora”, comentó la mujer.
‘Amarran hasta dejar manos moradas’
Amira Rodríguez Angulo tiene 39 años y vive en La Aurora de Alajuelita. Padece trastorno afectivo bipolar, dice, desde que tenía unos 19 años, cuando vivió su primera crisis.
Uno de esos episodios la hizo caer en el Psiquiátrico, en junio pasado.
“Ingresé el 13 de junio, por Emergencias. Uno llega asustado, pero lo primero que hacen es ponerle inyecciones que lo dejan a uno como muerto. El primer contacto con el paciente es lo más feo, muy traumatizante”, dijo Rodríguez, para quien este no ha sido el primer internamiento por esta causa, desde hace 20 años.
“Lo espantoso en todos mis internamientos es que uno se siente tratado como si fuera una yegua. En este último, primero me metieron a la UCI. Ahí lo inyectan y lo amarran a uno, con mucha fuerza, hasta dejarle las manos moradas. Lo amarran con gasas grandes. Dijeron que yo era agresiva, lo cual era mentira.
“¿Cómo hacen eso? Uno va triste, y lo amarran y lo meten en un cuarto aislado. ¡Es lo más triste! Uno no es un chancho para que lo tiren a un atril (sic). Cuando yo conocí a Dani (Leitón), ella estaba muy asustada, pasaba con mucho miedo, como todos ahí”, relata Rodríguez.
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Esta mujer es madre soltera de tres hijos, de 3, 10 y 13 años. Su mayor angustia durante el internamiento fueron sus hijos, aunque sabía que los tenía el papá bajo su cuidado.
Rodríguez paga alquiler, es una guía turística desempleada desde el inicio de la pandemia. Vive de lo que le dan de pensión por sus hijos. No puede pagar seguro. Con esto, justifica la necesidad que tiene de ser atendida en ese hospital. “No me queda otra”, afirma.
‘Me tocó ser de las que amarraban’
Angie Barboza Méndez tiene 23 años y es vecina de Desamparados, al sur de San José. Es estudiante de último año de la carrera de Medicina y estuvo internada en dos ocasiones en el Psiquiátrico.
“Yo leí el hilo del tuit (de Daniela Leitón) donde las personas contaban que las amenazaban con amarrarlas. A mí no me tocó ver eso, me tocó ser de las que amarraban. Desde el primer día, en la tarde, estaba ansiosa. Sin decirme nada, llegaron tres asistentes de pacientes, me jalaron de un brazo y del otro, me amarraron de piernas. Solo me soltaron una mano para poder comer.
“Son sujeciones sumamente apretadas. Producto de la sujeción, tenía sangre y la piel quemada. En una ocasión, el supervisor de Enfermería le pegó una regañada a la enfermera porque yo tenía la mano morada y helada.
“Ellos hacen que uno se ponga peor, yo trataba de soltarme, pero más duro me sujetaban. Un día, asistentes hombres me quitaron toda la ropa en frente de las demás pacientes, al frente de todo el mundo, y me pusieron un pañal.
“Yo les decía que los entendía, que era parte de su trabajo pero que eso no era un trato humano. Lo que hacían era quedarse callados y la siguiente vez, era más duro. Como yo había hablado me trataban peor. De los 15 días de mi primer internamiento, estuve amarrada 13, hasta por 16 horas diarias, cuando las indicaciones para las sujeciones es un máximo de 8 horas, que igual me parece exagerado”, dice la futura médica.
Para Barboza, en este sitio no existe ni privacidad ni dignidad para el paciente. “No sos una persona. Sos un estorbo”, dijo.
Un día, cuenta, le impresionó cómo una psiquiatra de la UCI le dijo que ella, como estudiante de Medicina, sabía qué tomar, conocía la anatomía y “sabe dónde cortarse”.
“En la epicrisis que me dieron al egreso pusieron que se me dio manejo interdisciplinario. Eso es una mentira. Ahí la violencia no es solo psicológica, también es física”, afirma.
“Siento que en vez de ayudarme, empeoré muchísimo. He tenido que pagar muchas cosas a nivel privado porque me da miedo regresar ahí. Soy una persona sumamente reservada. Este tipo de cosas nunca las he hablado, pero cuando vi el tuit de Daniela vi el montón de personas que también habían tenido experiencias muy duras en ese hospital.
“Espero que hagan un alto en el camino en ese trato. Muchos hemos sido víctimas de maltrato. Sentí mis derechos y mi dignidad pisoteados. Sentí que no valía como persona”, concluye.
‘Ni un animal merece esto’
Samanta Castro Zúñiga relata la experiencia que vivió en el 2018, cuando tenía 15 años, y pasó dos semanas en el Hospital Psiquiátrico. La joven ingresó ahí por autolesiones y una crisis, contó.
El episodio que más la marcó durante ese tiempo, sucedió en una ocasión que no le permitieron bañarse luego de haber ido a una sesión de ejercicio en uno de los gimnasios del hospital.
Venía sudada, sucia y con la bata embarrada en vómito, porque durante los ejercicios se sintió mal producto de los medicamentos y vomitó sobre su ropa.
Aunque le habían prometido que al regresar al pabellón se podría bañar, cuando llegó a su salón se lo impidieron. Castro, quien siempre ha sido muy meticulosa con su aseo personal, sufrió por esto una crisis de ansiedad, que la envió a Cuidados Intensivos, donde permaneció amarrada.
“Llega un doctor y me agarra del cuello, y obvio que yo me empiezo a quitar. Jamás iba yo a tener la misma fuerza de él. Luego, me pone un paño en nariz y boca, y yo empiezo a patalear porque no podía respirar. Me amarran en una camilla de manos y pies. Como yo había ingresado por autolesiones, tenía en mi brazo izquierdo los granitos de unas heridas, y me ponen la gasa ahí, muy fuerte.
“Aunque les dije que me estaban apretando mucho, la enfermera dijo: ‘hasta que no se le corte la circulación no se la voy a aflojar’.
“En UCI, entre cuatro hombres me quitan la ropa y me intentan poner un pañal. Me amarraron con una sábana el torso y las piernas, me inmovilizaron y solo podía mover la cabeza de un lado a otro”, relata.
Castro comenta que es muy común escuchar las burlas y amenazas del personal contra los pacientes con frases como estas: ‘Usted no va a salir hoy’ o ‘lo dejaremos internado dos meses más’.
La joven no ha regresado al hospital después de ese episodio. Su mamá, al conocerlo, le prometió que nunca más la llevaría ahí, y que si fuera necesario encerrarse con ella un mes en el cuarto en alguna de sus crisis, lo haría con tal de impedir que vuelva a sufrir una pesadilla como la del 2018.
‘Pacientes pasan sedados’
Carlos Zúñiga Montero tiene 29 años y es vecino de Heredia. Es técnico en computación. Hace dos años, una crisis emocional lo hizo caer en el Hospital Nacional Psiquiátrico.
Ahí estuvo de finales de octubre a finales de noviembre del 2019.
Este joven, hoy desempleado debido a la pandemia, lo que recuerda del mes que estuvo ahí es que pasó sedado desde el primer momento en que puso un pie en Emergencias del hospital.
“No recuerdo mucha información porque siempre me tenían muy sedado. Me pasaron a la UCI. Un día, cuando desperté, estaba amarrado, solo con un trapo en lugar de ropa interior, con las muñecas lastimadas y todo irritado.
“Ya más consciente, me desataron y me dieron de comer. Me pasaron a un pabellón, donde me recetaron varios medicamentos, pero uno, Lorazepam, me empezó a caer mal. Me lo daban solo para dormir, pero yo me sentía muy mal, con mucha ansiedad”, cuenta.
“Yo todo esto se lo comentaba a la psiquiatra, pero no hay muchas oportunidades de hablar con ella. En una de esas citas, le comenté que no me sentía muy bien, que tenía todas despellejadas las manos, y no me dio la crema de rosas que pedí”, recuerda.
De toda su experiencia, lo que más le preocupó a Zúñiga es que el tiempo que estuvo ahí sirvió de poco.
“No vi ni a la trabajadora social ni a la psicóloga. Tuve muy poca atención. Solo estuve muy empastillado. No recibí terapia, solo medicación. Ahí no hay nada que hacer, solo hay un televisor, es lo único. No hay libros, no hay nada. Hay talleres, pero muy pocos, como uno a la semana. Básicamente, uno está ahí encerrado y muy medicado.
“Yo le expliqué esto a mi mamá, que no me sentía bien y no me dejaban salir. Cada vez que preguntaba, como que uno siente la negativa de quienes trabajan ahí. No les gusta. Lo que me molestó y afectó mucho fue que la psiquiatra, luego de estar insistiendo mucho, cuando me dio la salida, me dijo que me iba a dejar salir pero que yo, en pocas semanas, volvería a pedirle medicamentos y a estar internado”, recuerda.
Zúñiga se quedó callado porque lo que quería era salir. En la actualidad, el joven asegura sufrir todavía las secuelas de ese internamiento.