En el inconsciente colectivo de numerosos costarricenses está grabado el nombre de Chepe se Baña, un proyecto de relativa juventud, con apenas unos cuatro años de existencia. A pesar del corto tiempo, su fundador, Mauricio Villalobos Cervantes, ha logrado comprometer a cientos en la ardua tarea de asistir a los habitantes de la calle.
Una de las historias más icónicas, tal vez ya conocida por usted, es la de Walter Sthepen. Para Mauricio Villalobos, la situación de este adulto mayor, quien vivió muchos años en las aceras de la capital, representa uno de los casos que más han dejado huella en su vida y que en gran medida personifica la labor de Chepe se Baña.
“Don Walter llevaba 8 o 10 años de vivir envuelto en bolsas plásticas. Tenía kilos y kilos de bolsas encima. Con una tijera le quité diez años de bolsas de basura, excremento y orina. Estuvo unos días con nosotros y ahora está en un albergue.
“Su caso significa años de trabajo, no solo con Walter, sino con todos los habitantes de calle. Ahora trabajamos con muchos adultos mayores que aparecen tirados en la basura con heridas expuestas”, relató Villalobos durante un breve reposo que tomó para compartir con los lectores de La Nación un poco de sus 53 años de vida, la tarde del miércoles 23 de agosto.
Lo visitamos en su verdadero “hogar”, que es el centro de operaciones de Chepe se Baña: la Escuela de Arte, ubicada en lo que solía ser un derruido centro comercial, en las cercanías de Plaza González Víquez, al sur de San José.
El edificio estaba al borde de la ruina hasta que Villalobos y su equipo de trabajo lo transformaron en un espacio lleno de música, arte, libros y lugares para disfrutar de una taza de café caliente con un tostel.
Fue en la Escuela de Arte de Chepe se Baña impulsada por Villalobos donde un joven habitante de la calle se topó con un viejo piano. Luego todos descubrieron que aquel desaliñado muchacho tenía un talento oculto: leía música y tocaba casi como los ángeles.
Es ahí donde todos los días decenas de hombres y mujeres que duermen sobre cartones en las aceras cambian el frío del pavimento por los acordes de una guitarra o el lienzo en blanco a la espera de color, como la vida.
Decimos que la Escuela de Arte de Chepe se Baña es el verdadero hogar de Mauricio Villalobos porque pasa allí desde las seis de la mañana hasta altas horas de la noche. Mauricio es músico de vocación y formación, y en ese espacio encontró el lugar ideal para combinar sus dos pasiones: el arte y la labor social con los habitanes de la calle.
En su residencia en San José vive solo, sin la compañía de mascotas, ni siquiera de una matita. Villalobos solo llega ahí a descansar.
Resulta inevitable preguntarle acerca del origen de su vocación para colaborar con los grupos más empobrecidos, en particular con quienes se encuentran en una situación de vulnerabilidad extrema: las personas sin hogar que habitan en las calles.
No cita ningún nombre. Ni un maestro o maestra. Tampoco algún mentor o mentora. Fue la vida misma quien, desde sus primeros años, cultivó en él esta inclinación por resguardar a los más frágiles y lo condujo hacia lo que en la actualidad se conoce como Chepe se Baña.
“Ha sido un proceso en el que he tenido que aceptar mi realidad. La historia se fue construyendo poco a poco. No fue un evento en particular”, aclaró.
Mauricio Villalobos creció en Pavas, un distrito josefino lleno de contrastes, según contó: “Soy paveño, nací en abril de 1970. Tengo 53 años. Viví en muchos sectores de Pavas. Desde los urbanos marginales hasta un poquito más arriba: en Pavas centro, en Villa Esperanza, residencial del Oeste, en Rohrmoser... ahora vivo en San José centro.
“Desde pequeñito, a los diez o doce años, empecé con causas sociales, muy expuesto a la realidad de una zona en crecimiento. Hace muchos años, Pavas era un lugar de gente de cepa, pero luego se fue llenando de personas de otros sitios. Yo viví toda esa época con cambios demográficos muy marcados. Desde chiquillo, siempre traté de ser responsable con una misión humanitaria”, relató.
Lleva razón Mauricio: Pavas está lleno de contrastes. Hay barrios elegantes, como Rohrmoser, donde viven familias con mucho poder adquisitivo encerradas en sus palacetes.
En el otro extremo, este distrito josefino tiene zonas de precario, con extensas fincas que se llenaron de cartones y latas, de pobreza y abandono. Los ojos azules de Mauricio grabaron esos contrastes desde pequeño.
Reencontrar antiguos amores
Mauricio Villalobos Cervantes es uno de los dos hijos de William y Sandra. Tiene una hermana y dos sobrinos; es soltero y no tiene hijos. El músico y productor describió a sus papás como seres humanos maravillos, que hicieron todo para que estudiara.
El creador de Chepe se Baña pasó por varias escuelas de Pavas conforme su familia cambiaba de casa de alquiler. También estudió en el Colegio Don Bosco. Sus estudios universitarios fueron en Música, su gran pasión, en las universidades Nacional (UNA) y de Costa Rica (UCR).
Pero es en este trabajo como director de orquesta en la Fundación ProMundo en la cual Chepe se Baña es uno de los proyectos, en donde, asegura, está su razón de existir.
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“Ha sido difícil. La vida me lo ha puesto. Bastantes veces he renunciado a hacerlo. Siempre he querido ser productor y artista. Algunas veces me he querido ir por ahí, pero la vida me devuelve a hacer esto”, cuenta.
Es en sus cincuentas, una época maravillosa según sus propias palabras, cuando consiguió mezclar sus amores, la música y la producción audiovisual, en la escuela de arte para personas sin hogar.
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“Esa es mi cueva, donde me siento cómodo. Pero definitivamente nunca dejo de estar en la calle. Siempre estamos midiendo la calle, con causas sociales. No dejo de hacerlo. Siempre estoy diseñando proyectos, reinventándonos.
“Después de mucho tiempo, encuentro cosas que amo en lo que hago. En algún momento he tenido que renunciar (a lo que le gusta hacer) para poder seguir con estos proyectos, que son muy difíciles, muy áridos, de pocos recursos. Es muy difícil manejar esta realidad, que es un poco frustrante”, reconoce.
Los últimos 20 años de su vida los ha dedicado a personas como Wálter Sthepen. La Fundación ProMundo, creada por él hace 17 años, ha sido la base para construir decenas de proyectos, de los cuales Chepe se Baña es el más reciente.
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“Hemos tenido muchos proyectos sociales pero ninguno tan mediático como Chepe se Baña: albergues, dormitorios, proyectos para ayudar a zonas indígenas, para emprendedores… Chepe es el último, es el que la gente conoce más. La mayoría de costarricenses saben de qué se trata”, comenta.
¿Hay algo más allá de Chepe se Baña en la vida de Mauricio Villalobos? Su respuesta es un rotundo no. Este músico de corazón respira, come y sueña las 24 horas con Chepe se Baña, que de por sí es una obra humanitaria compleja y absorbente.
Su equipo de planta lo integran 20 personas, que son una extensión de su familia de sangre. Esas 20 crecen hasta convertirse en miles cuando se trata de festivales de música dedicados a la población de la calle, a compañas de limpieza o a rescatar adultos mayores habitantes de las calles en época de pandemia para protegerlos.
“Yo creo que soy un emprendedor social. Produzco proyectos y programas sociales. Eso es mucho de lo que hago. Siempre estoy creando programas donde la gente pueda involucrarse y tener responsabilidad social. Soy un puente entre la gente y la necesidad, para que pueda poner su recursos donde más se necesitan”, explica.
¿Cómo descansa de tanto ajetreo? “Yo me recargo solo. Con gente me descargo un montón. Necesito estar solo. Como vivo solo, en la noche me recargo solo. Soy de escuchar música y de ver audiovisuales.
He aprendido a no comprometer mi corazón: normalmente, espero poco. Mi equilibrio emocional no depende de lo que me dan, sino de lo que yo puedo dar
— Mauricio Villalobos
“Estoy viendo mucho audiovisual de iniciativas de máquinas para producir. Porque me encantaría poner a los muchachos a producir y que se conviertan en emprendedores”, explicó mientras la mirada se clava en el techo visualizando sus sueños.
Una de sus aspiraciones, dice, es montar una lavandería. Otra que ya está en proceso, es lanzar un podcast manejado y producido por habitantes de calle. Otra aspiración más: una cafetería administrada por esta población.
Semejante tormenta de ideas en su cabeza solo logra apaciguarse durante la hora diaria que dedica a caminar o trotar, ya sea de madrugada o en la noche, los únicos espacios de tiempo absolutamente suyos.
“En esos momentos pienso, medito y me conecto. Una hora diaria. Ahí es donde me saca de todo. Es una hora súper valiosa”, afirma.
Las necesidades de los habitantes de la calle son infinitas. Los sueños personales de Mauricio están enfocados en resolverlas. Dos, especialmente.
“Si el cielo me dijera qué quiero o qué necesito, yo le diría que un programa para los adultos mayores habitantes de calle de la capital. Ellos nunca se van a ir a meter a un cuarto o a un albergue, pero si yo pudiera darles un dormitorio para que lleguen y luego salgan tempranito, un programa profesional... Pero eso cuesta dinero. Significa asistentes de pacientes, enfermeras, convenios. Si un ángel se ma aparece, yo le pido ese lugar.
“Y una unidad de emergencias para atender a gente de la calle, con ambulancias especializadas. Que no vayan al hospital, sino a Chepe se Baña, y que de aquí se vayan referidos al hospital, si fuera necesario. Le quitamos ese broncón a la Caja”, dijo.
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Mauricio Villalobos planea pasar sus últimos años de vida trabajando porque nunca se piensa retirar. “Algún sueño se me va a quedar sin cumplir. Voy a morir trabajando. Eso espero. Pero uno nunca sabe lo que Dios quiere.
“Como sea, estaré agradecido con la vida, con la ciudad y con el montón de voluntarios. También con Dios, que me dio la oportunidad de intentar ayudar gente y de dejar a muchos un poquito más acompañados”.