Rodrigo Lizano es médico general del servicio de Emergencias, en el Hospital Max Peralta, de Cartago, donde trabaja hace 11 años. Alejandro Sáenz es el único neurocirujano que queda ahí para atender a toda la provincia. Empezó a laborar en el Max Peralta en 1999.
Cinthya Calderón Alvarado es una abogada de 53 años que hace cuatro es paciente oncológica en ese centro médico. Su vecina de Aguacaliente, Estefany Castillo Guzmán, no acude con mucha frecuencia allí, pero en una de las últimas ocasiones que fue con su hijo asegura que vivió “una experiencia de terror”.
Estos médicos y pacientes conversaron con La Nación para contar, desde adentro, el calvario que viven en instalaciones que, según la Unión Médica Nacional, están sobrepasadas, desactualizadas y son de un alto riesgo para quienes las utilizan.
El Hospital Max Peralta atiende una población de referencia que ronda las 750.000 personas. La Unión Médica envió una carta a las autoridades de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCS), el 18 de diciembre anterior, en la cual les solicitó intervención inmediata y avanzar en la construcción de un nuevo centro.
Dicho proyecto se encuentra empantanado. La promesa de definir el 21 de diciembre si se construiría o no en el terreno que se adquirió con ese fin, años atrás, en El Guarco no se cumplió debido a que la presidenta ejecutiva, Marta Eugenia Esquivel, se encontraba de vacaciones.
Luego, el 11 de enero, Esquivel afirmó que coordinaba con la Embajada de Estados Unidos para traer geólogos especialistas en las fallas sísmicas de California, para evaluar la propiedad. Ante consulta de La Nación, la Embajada informó de que ellos no coordinaban ninguna visita “en este momento”.
Según el sindicato, en el último año han renunciado al Max Peralta 21 médicos especialistas. La salida de los únicos dos neurólogos puso candado a un servicio que existió 30 años, y dejó al garete a 3.000 personas con enfermedades neurológicas, quienes pasan a las listas de espera del Hospital Calderón Guardia.
En los últimos meses, el hospital también cerró el servicio de Ginecología Oncológica, después de la renuncia de sus dos especialistas, y la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos por falta de personal de enfermería y de terapia respiratoria. La renuncia de cinco anestesiólogos complica el desahogo de las listas de espera y la atención de emergencias quirúrgicas.
La Unión Médica advierte de “un colapso funcional” en el Max Peralta, especialmente en el servicio de emergencias, con capacidad de atender 70 casos pero que ha tenido días con 600 pacientes, lo cual explica que muchos pasen hasta una semana en espera de una cama en hospitalización.
¿Cómo es ir a trabajar o acudir por atención a un hospital en esas condiciones? Estos son los relatos de los doctores Rodrigo Lizano y Alejandro Sáenz, y de las pacientes Estefany Castillo y Cinthya Calderón .
‘Vivimos estrés constante’
Rodrigo Lizano trabaja como médico general en el servicio de Emergencias del Hospital Max Peralta. Hay otros 24 médicos generales como él, pero no dan abasto con la demanda.Cada día, dice, atienden entre 450 y 600 personas. La Unión Médica asegura que el hospital tiene una capacidad instalada para atender en condiciones óptimas a 70.
“Uno llega dos minutos antes de la hora de entrada y cinco minutos después ya quiere irse porque no aguanta. Es mucha presión la que se maneja. Vivimos en estrés constante. Por ejemplo, en la guardia del fin de semana pasado (13 y 14 de enero), llegó un señor con un problema respiratorio severo, a las 5:30 a. m. del domingo.
“Yo le ayudaba al emergenciólogo de guardia a manejar el paciente pero, en lo que salí a buscar un equipo, una señora me para y dice que traía a la mamá de 94 años con sangrado nasal y que llevaba horas esperando. Tuve que tomar tiempo para explicarle que esa hemorragia no le iba a causar un derrame a su mamá, y que había un paciente más crítico. Se lo expliqué dos veces, pero la señora se molestó”.
La dificultad de Cartago, explica Lizano, es que ahí no tienen servicio de emergencias de apoyo en clínicas aledañas, como sí los hay en Heredia y Alajuela, y en hospitales josefinos.
“Cartago no tiene ninguna clínica. Solo el área de salud de El Guarco, que atiende emergencias de lunes a viernes, de 4 p. m. a 9 p. m., pero solo ve a su población adscrita. Si usted vive en Paraíso y va a la clínica del parque industrial, como se le conoce, lo mandan al hospital”, explicó el médico general.
“Hace poco menos de un año, la jefatura del servicio hizo una reestructuración para abrir más espacios. Cambió el área de Pediatría, y abrió dos espacios con sillones reclinables, porque antes era estar en una silla y dormir ahí.
“Admisión la pasaron del costado sur al este del hospital, hicieron un cubículo y abrieron diez camas en Geriatría porque tenemos mucho adulto mayor que no se puede ingresar porque hospitalización está lleno.
“A un pasillo que estaba sin nada le pusieron sillas y abrieron 11 espacios más. El problema con esos espacios es que no había personal médico que los cubriera. La jefatura tuvo que buscar códigos prestados para completar un personal de emergencias que no da abasto ni en tiempo ordinario ni en tiempo extraordinario”, relató Lizano.
Entre los cambios, agregó, se abrió una consulta extemporánea con médicos de áreas de salud para ayudar con los casos menos graves. Sin embargo, luego de que esta consulta termina su jornada todo pasa a emergencias de Cartago.
“Tengo 22 años con la Caja y 11 años de estar aquí, en emergencias. Cuando empecé a trabajar, casi no veíamos pacientes después de las 8 p. m. o 9 p. m. En la madrugada, cuando mucho, diez. Actualmente, incluso en la madrugada, tenemos entre 80 y 100 pacientes”, aseveró el médico de 47 años.
Lizano está seguro de que se necesita un nuevo hospital. Sin embargo, le preocupa que la mejora en infraestructura, que probablemente traiga comodidad y monitores en cada cama, no venga acompañada del personal necesario para que funcionen los servicios de manera óptima.
“Esto nos agota y nos limita. Entonces, si nos van a dar seis consultorios pero solo cuatro médicos, quedaremos con infraestructura de primer mundo pero con el mismo personal”, advirtió.
‘Quirófanos son bodegas’
Cuando conversamos con el neurocirujano Alejandro Sáenz, el martes 16 de enero, acababa de atender a un niño de 12 años con un trauma craneoencefálico por un accidente entre un carro y un furgón, el cual dejó muchos heridos.
Sáenz es el único neurocirujano que queda en el Hospital Max Peralta, después de que renunciaron dos a quienes no se les autorizó jornada parcial para laborar.
“¿Que cómo es trabajar solo? ¿Qué le puedo decir? Es bastante duro. Tenemos brete todos los días. Acaba de pasar un accidente; atendí a un niño de 12 años con trauma en cráneo, pero eso es de todos los días. El día que no es eso es un baleado en la cabeza, y sobre todo tumores”, contó.
Alejandro Sáenz, de 60 años, dice que es “uno de los médicos más viejos” en el área de cirugía del hospital cartaginés. A él le tocó abrir el servicio de Neurocirugía en ese lugar.
“He visto la transformación del hospital, que tuvo un auge en la época de Miguel Angel Rodríguez (presidente 1998-2002), cuando recibió la recalificación (de hospital “clase A”). Vinieron plazas nuevas producto del trabajo que hicieron los médicos viejos y jefaturas y la dirección de entonces, que tenían mucho empuje.
“El hospital en ese momento mejoró mucho, hasta que llegó la famosa intervención, hace unos seis o siete años, y el hospital comenzó a caminar para atrás: menos recursos y el boom del hospital nuevo se empezó a enlentecer. No había quién luchara por mejoras. En la parte de gestión hospitalaria bajamos muchísimo”, sostuvo.
Ser el único neurocirujano para toda la provincia es muy difícil, afirmó, porque los recursos son cada vez más escasos. Comentó que solo tiene quirófano dos días a la semana. Él ve de uno a dos tumores nuevos cada siete días, que no pueden esperar.
Por eso, a Sáenz le preocupa el plan funcional del nuevo hospital Max Peralta. Si en el actual hay nueve quirófanos, el nuevo tiene previsto solo uno más.
“El hospital nuevo también debería estar sujeto a revisión. Este hospital no es para ahora; es para los próximos 50 años. Como sección de Cirugía enviamos una nota con esas observaciones a la dirección. La respuesta fue que habría más zonas verdes y pasillos amplios… Nosotros no podemos operar en zonas verdes o pasillos”, advirtió el médico.
Por otra parte, comentó que los quirófanos se han convertido en bodegas.
“Los pasillos son intransitables y ahí tenemos que trabajar. La infraestructura en consulta externa es deprimente. Todo son conexiones hechizas y drenajes mal hechos; hay momentos en donde dar consulta es imposible por los olores.
“¿Cómo puedo con todo esto? La única explicación es que a mí me gusta lo que hago. Todavía tengo ganas de venir a trabajar y operar es para mí como una catarsis. Pero lo que sí me pone hasta de mal genio es la parte administrativa.
“La semana antepasada, tuve una diferencia importante porque me quitaron uno de mis dos días de sala. Piensan que por ser solo uno viene menos gente a la consulta o a emergencias. Los pacientes siguen llegando igual, yo necesito resolver los problemas de los pacientes. Estar bregando con la parte administrativa, con los recursos de amparo y las quejas de la gente por las cosas que uno no puede nunca ofrecer… eso agota”, aseveró.
Pese a estas carencias y limitaciones, Sáenz no piensa ni en el retiro ni en renunciar. Saca pecho al contar que Neurocirugía de Cartago es el único servicio de la CCSS con un programa de manejo intervencionista del dolor y la espasticidad. Esto lo convirtió en centro de referencia nacional para casos de difícil manejo.
‘Fue de terror’
El 21 de agosto de 2023, Estefany Castillo Guzmán y su esposo, Antony Campos, vivieron lo que califican como “una experiencia de terror” al llevar al pequeño Evans a Emergencias del Hospital Max Peralta. Su único hijo tenía entonces un año y 11 meses. Una caída le produjo una lesión en la muñeca izquierda que los obligó a llevarlo en busca de atención.
“No movía la manita y pensamos que podía ser una quebradura. Llegamos al hospital alrededor de la 1 p. m. y ya estaba colapsado. No había espacio: había gente de pie, recostada a paredes embarradas de vómito, y no había por dónde pasar. Mi bebé lloraba por el dolor de manita.
“Pasaban de las 6 p. m. y no nos habían llamado. Mi bebé no podía mover la manita. Solo dejó de llorar la media hora en que se durmió. Nos cansamos de consultar en ventanilla donde nos decían que los niños eran prioridad. Que esperáramos, pero nada, ni placas (radiografías)”, recuerda esta vecina de Aguacaliente.
Decidieron irse luego de hablar con otra señora que traía a su hija de tres meses afectada por un virus respiratorio. La señora les contó que esperaban atención desde las 8 a. m.
“¿A qué hora nos iban a atender a nosotros si a ella, que estaba desde las 8 a. m., no la habían pasado? Nos fuimos y cuando íbamos a salir, el guarda nos detuvo. Nos arrancamos el brazalete que nos dieron a la entrada y nos fuimos”, comentó.
Castillo recuerda que cuando salieron de emergencias había no menos de un centenar de personas esperando atención. Muchos niños y, sobre todo, adultos mayores.
Acabaron en una clínica privada de Cartago, en donde a Evans le hicieron placas y le encontraron una fisura en su muñeca. Los refirieron al Hospital Nacional de Niños, en San José, porque en ese momento no había ortopedista privado.
Solo esa consulta y las placas les terminaron costando ¢70.000, que rejuntaron de diferentes ahorros.
No se quejan para nada de la atención en el Nacional de Niños, de donde salieron pasada la medianoche de ese 21 de agosto, con Evans enyesado. La férula la tuvo que usar durante un mes.
“En todo el hospital se vive una verdadera emergencia. El nuevo se necesita desde hace años, y urge. Todo ahí es de terror. La infraestructura va a servir un montón, pero también tendría que venir con un buen trato.
“El caso de mi bebé por dicha no era algo muy urgente, pero uno escucha historias donde realmente la gente se muere. Ya ha pasado. Urge también un cambio de chip, de humanidad”, concluyó.
Gotas de empatía en el caos
Cinthya Calderón es paciente oncológica del Hospital Max Peralta. Tiene cuatro años de llevar tratamiento por un cáncer de seno y ahí ha llevado sesiones de quimioterapia.
Lo primero que aclara esta abogada cartaginesa, de 53 años, es que en medio de la situación tan crítica que vive el hospital ella ha recibido permanentemente “gotas de empatía” de parte del personal.
Lo anterior no le impide ver las condiciones en las que ella y otros enfermos de cáncer se ven obligados a recibir atención. Su situación se complicó porque tuvo que vivir las primeras etapas del tratamiento en plena pandemia.
“Resulta que tenían que ver cómo quitaban espacio de un lado para poner una sillas de quimio y separarnos de los pacientes con covid-19. El primer día que empecé la quimio fue un jueves. La cita la tenía a las 3 p. m. pero me la fueron poniendo a las 7 p. m. porque no había espacio.
“Vi gente descomponerse, a médicos corriendo para poner camillas para ayudar a pacientes a tener una espera un poquito más cómoda. Los médicos y los enfermeros hacen lo imposible”, reiteró.
Su última cirugía tuvo que ser ambulatoria, a pesar de que necesitaba hospitalización para los cuidados posteriores.
“Fue el 4 de abril del 2023. Tuvo que ser ambulatoria a pesar de que era un proceso invasivo porque no tenían dónde meternos. No solo fui yo. Éramos 20 personas. Fue una semana en la que hicieron todo ambulatorio y nos mandaron para la casa.
“Me dieron apósitos, gasa y todo para que yo misma me curara. Dos veces a la semana me vino a visitar una enfermera del Ebáis. A mí se me abrió la herida. Todo esto complica la situación y ellos mismos dicen: ‘mejor no se quede aquí porque tengo que ponerla en un lugar donde no va a estar bien y se va a infectar’. Siempre buscan la forma de atenderte y abrazarte, pero no se puede”, explicó Calderón.
Actualmente, ella asiste a seguimiento en la consulta que Oncología comparte con Ortopedia. Según contó, es preocupante ver lo reducido del espacio y la incomodidad de las sillas para enfermos que vienen con tornillos y otros dispositivos ortopédicos.
También ha tenido que experimentar el cansancio de andar por servicios desperdigados, dentro y fuera del centro médico.
“He tenido que ir a hacerme exámenes a tres diferentes lados por razones de espacio. Si tenés que ir a un electro, te lo hacen en el tercer piso, pero si está muy lleno lo envían a Cardiología.
“Para sacar sangre a veces lo mandan a uno adonde revisan a los donantes, o a un edifico fuera del hospital, con mucha gente, y si no lo mandan al Ebáis del Parque Industrial para que uno pregunte si le pueden hacer el examen.
“Usted llega al hospital y uno va caminando encima de la gente. La gente de Ortopedia anda con sus aparatos y se sientan casi uno encima del otro. Un día andaba con mi mamá, de 77 años, y ella se puso a ayudar a una jovencita con muchos pines en una rodilla que no se podía sentar, porque las sillas están una encima de la otra en un espacio totalmente disfuncional.
¿Se resolvería esto con un nuevo hospital?, le preguntamos.
Para Cinthya Calderón no hay situación ideal, pero al menos como paciente consideró que un nuevo Hospital Max Peralta sí resolvería la gran mayoría de los problemas que hoy sufren cientos de pacientes y de personal médico.
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