La lluvia que había caído horas antes aquella tarde de miércoles dejaron llenas de barro las calles de Boca Cureña, a un par de kilómetros de la frontera con Nicaragua. Patricia Rojas, encargada del programa de inmunización de la Región Huetar Norte y resto del equipo de vacunación avanzaron a través de alambres de púas para ir llegando a las casas. En el grupo había especialistas en Epidemiología y Salud Pública.
No es una comunidad cualquiera. Gilbert Rojas, técnico de atención primaria en salud, cargaba consigo una nevera llena de vacunas contra la covid-19 con la esperanza de usar alguna, pero sabía que era difícil. Este poblado, de unas pocas decenas de viviendas tiene una particularidad: es uno de los de mayor rechazo a la protección contra la enfermedad.
En cada casa hay que explicar y escuchar, pero aun así el equipo se ha llevado negativas constantes en esta comunidad, una de las de más difícil acceso del cantón de Sarapiquí, pero que es atendido por el Área de Salud de Pital de San Carlos, según la división administrativa del sistema de salud.
Aquel miércoles de mediados de febrero, al dialogar con las madres, Rojas se topó con el mismo obstáculo que había visto en la campaña de adultos.
“Con la vacuna pediátrica estamos teniendo problemitas. Hay muchos padres que tal vez por mala información o por el bajo nivel educativo, tal vez no tienen la información suficiente para saber la importancia de vacunar a sus hijos”, expresó.
Este caserío, según el funcionario, es uno de los principales retos en la región, pero no es el único que se encuentra rezagado. La mayoría de la población pendiente tiene entre 18 y 57 años y podría sumarse la población infantil dado que ya los padres comienzan a expresar rechazo.
“Son poblaciones alejadas, muy nómadas y de difícil acceso. Para ponerlo más difícil, ni siquiera tienen claros los motivos para rechazar. Muchas veces es miedo a los efectos secundarios, otras dicen que no quieren que se la impongan en el trabajo”, resumió.
La Nación acompañó al equipo en este recorrido casa por casa. Ninguno de quienes estuvo ahí recibió gritos o fue echado de las viviendas, como ha sucedido con otros vacunadores. Los hicieron pasar, los escucharon, conversaron, pero en la gran mayoría de los casos la conclusión fue la misma: No.
“Desde que comenzó esto (la pandemia) nadie se ha enfermado aquí. Yo nunca salgo. No me la voy a poner (la vacuna) solo porque me dicen”, aseguró Reina Isabel Polanco, de 36 años y quien vive desde hace siete años en Boca Cureña. Tampoco permitirá inocular a sus cinco hijos.
Justo en la casa de al lado, Marta Elena Cantillano, de 32 y con hijos de 5 y 12 años, negaba la vacuna para toda su familia. “Si mis hijos quieren, que se la pongan, que decidan ellos. A los 5 años también se toman decisiones”, subrayó.
Sin moverse de ese hogar, el equipo vacunador encontró la única respuesta positiva del día. Anselma Cantillano, de 49 años y quien acaba de regresar de una temporada en Nicaragua, aceptó la vacuna para ella y para su hija Stephanie Rodríguez, de 11 años. Ella no era ajena a la protección contra covid-19. En Nicaragua recibió la primera dosis de la vacuna Sputnik, del Instituto Gamaleya de Rusia. No obstante, esa no cumple con los estándares de las autoridades costarricenses, por lo que se le ofreció iniciar el esquema con Pfizer y aceptó.
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“Esta enfermedad no es jugando. He conocido gente que la ha pasado mal. Yo no quiero que me pase eso, que si me da, que no me vaya tan mal”, reafirmó.
El camino siguió para encontrar más negativas. Minerva Espinoza dijo que la religión le prohibía vacunarse. Aclaró que su pastor no la había convencido, pues él sí estaba vacunado, pero que su forma de ver la Biblia y su relación con Dios hacen que rehúse administrarse el biológico. “Dios me protegerá de la enfermedad si Él así lo quiere”, manifestó.
Lo mismo sucedió con su vecina quien no reveló su identidad, pero dejó un mensaje “que el Gobierno se ponga todas las vacunas que están sobrando por gente como nosotros”.
Unos metros más al sur, los hijos y nietos de Asunción Espinoza visitaban a sus padres en la casa. Es una familia en la que hay quienes ya tienen sus tres dosis y quienes se niegan a la primera. Uno de los hijos, con el mismo nombre que su padre, fue despedido luego de 20 años en una compañía piñera por negarse a esta inyección.
“Si realmente fuera tan buena no tendrían por qué obligarme”, aseveró.
Comprender los temores y combatirlos
Al salir de ahí, los equipos todavía tenían dosis pendientes de colocar para no desperdiciarlas. Emprendieron camino de regreso en busca de más brazos. En Santa Rita de Boca Tapada toparon con suerte. Una mujer de 36 años, con 15 semanas de embarazo, quien había rechazado la vacuna, primero por miedos de efectos secundarios y luego por temor a afectar a su bebé, aceptó escuchar al equipo.
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“Se le explicó la importancia que tiene la vacuna, la experiencia de muchas gestantes vacunadas y los beneficios que traería la vacuna, se aclararon muchas dudas y aceptó la primera dosis. Ella también tenía miedo porque tenía familiares cercanos que habían rechazado la vacuna”, aseguró Anchía.
En todo el cordón fronterizo
El rechazo no solo se ve en la región Huetar Norte, está en muchas zonas de la frontera.
“La gente de redes sociales veía las informaciones falsas sobre lo del chip que le inyectaban y que iba a controlar a las personas. Ha sido un trabajo de convencimiento y diálogo”, señaló Josué Rojas, encargado de coordinar la vacunación en La Cruz, Guanacaste.
Al este, en Río Frío y Horquetas de Sarapiquí, la directora del Área de Salud, Rocío Gómez, confirmó que sí se ve una población, cercana a un 15%, de personas que usualmente sí se vacunaban sin problemas y rechazan esta vacuna.
“Son personas que absorben todo lo que se dice en redes sociales”, comentó Gómez.
Justo al lado, en Puerto Viejo de Sarapiquí, los vacunadores también luchan contra miedos, mitos y reticencia.
“Una señora me dijo que no quería que le vacunaran al nieto porque había escuchado que a los niños les inyectaban un chip y con eso se los llevaban a Estados Unidos”, recordó Fanier Sandoval, uno de los encargados de vacunar.
Pero esta área de salud no solo enfrenta ese problema. Los pastores de iglesias evangélicas, en algunos casos colaboran y motivan a sus feligreses, en otros casos, infunden miedo o lo prohíben.
“Un pastor llegó a sacar gente de la fila para vacunarse”, ejemplificó Gustavo Montero, director de dicha área de salud.
Pero también hay problemas con otras figuras de autoridad, como los educadores, muchos han rechazado los biológicos y esto aumenta las dudas en los habitantes.
“He oído a educadores hablar de que los están sometiendo a una dictadura sanitaria”, apuntó Mariana Row, otra de las vacunadoras.
Montero complementó: “aquí los educadores tienen más influencia que el personal de salud. Mueven mucho”.
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El funcionario también recibe peticiones de personas intentando probar que tienen condiciones de salud que les impide vacunarse, casi en ningún caso tienen fundamento.
De este cantón también han salido recursos de amparo contra la vacunación.
Sin embargo, los trabajadores de todas las zonas visitadas siguen en pos del diálogo, la escucha y con absoluta disposición a vacunar cuando los pobladores así lo decidan.
“Ya he logrado convencer a varios, pero me faltan más”, dijo Sandoval.