El médico sacó a Milagro del vientre de su abuela. Dentro del quirófano y vestidos de verde, a la niña la esperaban ansiosos sus padres biológicos, Ana y José.
El cirujano puso a la bebé directamente en los brazos de Ana, quien por fin vio materializado su sueño de convertirse en mamá a pesar de que hacía cuatro años le habían quitado el útero para salvarla de un cáncer invasor.
Milagro nació el viernes 7 de julio del 2017.
Carmen, su abuela materna, la dio a luz en un hospital privado, al sur de San José.
Casi nueve meses antes del parto, a esta mujer de 55 años le implantaron en su útero un embrión formado con el óvulo de su hija y el espermatozoide de su yerno. La transferencia del embrión se realizó el 26 de octubre del 2016.
Para hacer este procedimiento los médicos tuvieron que frenar el avance de la menopausia de Carmen. Con tratamientos médicos, prepararon su cuerpo para los riesgos –debido a la edad– de un segundo embarazo.
Todo sucedió casi tres décadas después de haber dado a luz a Ana, su única hija.
"Desde el primer día estoy totalmente clara de que yo soy la abuelita de Milagro. Ella es mi nieta y la amo doble. Para mí, yo solo fui un canguro", aseguró Carmen hace apenas una semana.
Para Ana este es un anhelo hecho realidad.
"En mi cabeza yo me decía: me quitarán esto (cáncer), me curaré y tendré un bebé. Ese era mi pensamiento", recordó hace poco en su casa la joven mamá, hoy de 30 años, mientras daba el biberón a su pequeña.
Casi un año después del nacimiento, ella y José, su esposo, están disfrutando su sueño.
Una historia llena de desafíos
Ana, José, Milagro y Carmen son nombres ficticios de una historia real que se comenzó a escribir el 22 de junio de 2013, cuando la joven pareja contrajo matrimonio ilusionada con la idea de formar un hogar.
Se protegen sus identidades así como la del abuelo materno a solicitud de la familia.
Ellos temen eventuales ataques de personas que no logren comprender y respetar las razones por las cuales una mujer ya entrada en la menopausia presta el útero a su hija enferma de cáncer para que cumpla su aspiración de convertirse en madre.
Sobre todo, quieren proteger de la mirada pública a su pequeña Milagro.
La familia estuvo de acuerdo en contar su historia porque desean que otras parejas en una situación similar no se sientan tan solas como ellos se sintieron al inicio de este proceso.
Según los médicos que manejaron el caso, es muy poco frecuente encontrar en el mundo historias en las cuales sea la abuela quien preste su vientre para que uno de sus hijos pueda ser padre o madre.
El ginecoobstetra Claudio Regueyra Edelman, quien apoyó a esta pareja como subespecialista en Medicina Reproductiva, reconoció que este es el único caso de subrogación de vientre en el cual ha intervenido "porque estaba seguro de que no había ningún problema", a pesar del vacío legal en Costa Rica para el manejo de estos asuntos.
La fertilización in vitro utilizando óvulos y espermatozoides de esta pareja se realizó en el 2016, en un centro médico mexicano.
La transferencia de embriones también se hizo en México, pero la niña nació en un hospital privado costarricense.
Aunque para ese entonces ya se había reiniciado en Costa Rica la práctica de la fertilización in vitro, los centros privados en capacidad de realizarla se encontraban en proceso de aprobación del Ministerio de Salud.
La historia de esta familia permite, al mismo tiempo, abrir el debate sobre el vientre subrogado o la maternidad por sustitución.
En Costa Rica no existe una norma para regular esos procedimientos para la procreación. Tampoco hay alguna que los prohíba.
Por eso, Milagro fue inicialmente inscrita en el Registro Civil con los apellidos de sus abuelos maternos.
Sus primeros pasos como ciudadana costarricense la identificaban como hija de su abuela y hermana de su mamá biológica.
Sus papás y abuelos tuvieron que invertir casi un año en consultas infructuosas con cuatro abogados, hasta que dieron con un especialista en Derecho de Familia quien, finalmente, logró que Ana y José inscribieran a la niña con sus apellidos en el Registro Civil.
Esa inscripción solo se pudo hacer cuando un Juzgado de Familia les aprobó la solicitud para adoptar a su propia hija.
Rescate médico
Ana y José decidieron unir sus vidas luego de seis años de ser novios.
En todo ese tiempo, siempre pelotearon los nombres que le darían a su descendencia. Este nombre si nacía mujer. Aquel otro si era hombre.
"Nos conocimos a los 18 (ella) y 19 años (él). Yo siempre tuve claro que quería ser papá y de novios hablamos abiertamente sobre esto. El nombre de nuestra hija no salió de la nada. Siempre pensamos que si era niña se llamaría así.
"Nos casamos un 22 de junio del 2013. El 24 nos fuimos para Manuel Antonio (una playa en el Pacífico central costarricense). El día fue perfecto pero en la noche ella empezó a sangrar. Era una hemorragia.
"Pensamos que era algo aislado pero la sangre no dejaba de salir. Entramos en estado de pánico y nos devolvimos a la capital. Yo nunca he manejado tan rápido en toda mi vida", relató José.
Los contactos de su suegra permitieron que su esposa recibiera el diagnóstico una semana después, en un consultorio privado.
Tenía un tipo de cáncer llamado adenocarcinoma. La enfermedad probablemente fue ocasionada por la infección con el virus del papiloma humano. Aunque invasiva, fue diagnosticada en etapa temprana.
"Con solo ver al doctor yo dije: esto está mal", recordó Carmen, quien llevó a su hija a su ginecólogo de toda la vida.
"Ya nos dio la noticia y por supuesto yo me ataqué a llorar. Ana era quien me consolaba", contó con la intención de poner un énfasis en la gran fortaleza que caracterizó a su muchacha desde el principio.
"Me asombra que una persona que ha sido tan chineada (consentida) fuera tan extraordinariamente valiente", agregó Luis, el esposo de Carmen y papá de Ana.
La familia en pleno, junto a los médicos, se dio entonces a la tarea de rescatarla del cáncer.
Fue así como en cuestión de pocos días, llegaron al consultorio del ginecólogo Kenneth Loáiciga, quien también es especialista en ginecología oncológica.
Ante la falta de hermanas, primas o sobrinas, Loáciga fue el primero en sugerirles la posibilidad de que, más adelante y resuelto el cáncer, Carmen prestara su vientre para que Ana pudiera ser mamá.
"Primero, se tenía que pensar en dar una solución al problema del cáncer. La segunda prioridad que definimos fue la de conservar la fertilidad de ella, y para esto hay diferentes técnicas; una es la transposición ovárica.
"Ese fue el procedimiento que finalmente se le hizo pensando en la posibilidad de que le dieran radioterapia para tratar su cáncer. Yo sabía que si le mantenía los ovarios indemnes habría más oportunidades de que ella fuera mamá", comentó el médico.
La transposición ovárica consiste en subir los ovarios y colocarlos fuera de la pelvis para protegerlos de un eventual tratamiento con sustancias radioactivas que pudieran secarlos.
Esas terapias son comunes dentro del protocolo para tratar diferentes tipos de cáncer.
Por suerte para Ana, la operación de extracción del útero fue suficiente para frenar el avance de la enfermedad. Ella no recibió ni quimio ni radioterapia.
"Ahora, tocaba la segunda parte. ¿Quién nos ayuda con el vientre? Fue cuando pensamos en la mamá de ella, una señora con cuatro años de haber entrado en la menopausia, en atrofia de todo, pero sumamente sana. El reto fue hacerla producir un bebé, el hijo de su hija", explicó Loáiciga.
Tres años para tomar la decisión
Después de la operación de Ana en donde le extrajeron el útero para frenar el cáncer, la pareja tuvo que afrontar una realidad ineludible.
"Ya no podíamos ser papás de manera natural. A mí me costó mucho entenderlo. Apenas tenía 26 años… Me tocó madurar a la fuerza. Para mí era muy extraño que me dijeran: ‘ey, bueno, ¡embaracemos a tu suegra!’.
"Imagínese eso en la mente de un jovencito que ha sido afortunado en su vida y nunca había tenido un problema de este tipo. Que me dijeran esto fue algo que tuve que ir asimilando", reconoció José.
Mientras Ana aún luchaba por su vida y se realizaba exámenes para comprobar que el cáncer no había regresado, no se volvió a tocar el tema de la maternidad.
"Fue un par de años donde hubo situaciones que nos separaron de esa discusión. Sucedieron algunas cosas, entre ellas, mi papá enfermó de leucemia y falleció. Luego de su fallecimiento volvimos al tema de los hijos", relató José mientras en uno de los cuartos de la casa Ana le ponía la pijama a Milagro.
Ya el médico les había advertido de que la posibilidad del vientre subrogado tenía una edad límite, establecida por el avance de la menopausia de Carmen con el paso del tiempo.
Fue en febrero de 2016 cuando todos se sentaron a conversar nuevamente del asunto.
"Doña Carmen solo dijo ‘¡Yo lo hago! Por mí no se preocupen'", recordó José.
"No tenía nada qué pensar. Por recomendación del doctor Loáiciga, acudimos al doctor Regueyra y fue cuando le dije ‘revíseme’. Si estoy bien, ¡vamos! Yo tenía cuatro años de estar menopáusica pero siempre he sido muy sana", comentó Carmen quien practica tennis y yoga varias veces a la semana desde hace mucho tiempo.
Hace 30 años, contó, su primer embarazo transcurrió con toda normalidad. Sin achaques ni complicaciones y sin alterar tampoco su rutina como empresaria y su práctica diaria de ejercicio físico.
¿Cuál, entonces, podría ser la diferencia ahora? "¡Ninguna!" respondió sin dar mayor importancia a tener 30 años más y estar entrando a un periodo en la vida de la mujer en cual se deja de menstruar y se pierde la capacidad de tener hijos.
"Para mí todo era como un tic, tac, tic tac del reloj. Yo tenía planeado tener hijos a los 30 o 35 años, pero esto se trataba de ya o ya por el límite de tiempo de la suegra", comentó José.
Al segundo intento
"Yo no creo que vuelva a tener un caso igual, y tampoco creo que otros médicos tengan un caso así en otras partes del mundo", comentó el ginecólogo especialista en Medicina Reproductiva, Claudio Regueyra Edelman.
Ana y José, así como Carmen, llegaron a su consultorio referidos por su amigo y colega, Kenneth Loáiciga.
A Regueyra le tocaba la tarea de volver a poner a funcionar la capacidad reproductiva de una mujer menopáusica y generar óvulos en Ana y espermatozoides en José con la suficiente capacidad para engendrar un embrión.
"Quienes nos dedicamos a reproducción vemos en cada paciente y en cada pareja un reto. No nos conformamos con intentarlo. Nosotros queremos que la gente se embarace. Para eso estamos aquí.
"Ya no soy un médico principiante, sino que tengo criterios formados en el tiempo que me permitieron seguir con este caso", respondió el especialista cuando se le preguntó si había afrontado algún dilema ético.
Hace un par de años, recordó Regueyra, la subrogación se sentó en el banquillo de los acusados en un debate de alcance mundial entre el cuerpo médico.
"Fue por una pareja australiana que buscó en un país oriental un útero subrogado. Le transfirieron a una señora dos embriones y quedó embarazada de gemelos. A uno, le diagnosticaron Síndrome de Down.
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"Los bebés nacieron y la pareja se llevó al sano. Al niño con Down lo dejaron con la madre subrogada. Resulta que el chiquito tenía una malformación cardíaca y empezaron a hacer una campaña mundial para operarlo. Fue cuando todo el mundo vio lo que estaba pasando y dijeron ‘¡No puede ser!’. Con útero subrogado, yo le puedo contar historias de miedo", explicó el médico.
La Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia, dijo Regueyra, tiene unos estatutos y en la parte ética ven el útero subrogado como una medida extrema.
Otra de las máximas que tienen, agregó, es que ninguna mujer de más de 55 años debería de llevar un embarazo pues se trata de una situación de altísimo riesgo para la vida de la gestante y del niño.
Este especialista reconoce que desde que Loáiciga le habló del caso pensó en la posibilidad de embarazar a la abuela con material genético de su hija y su yerno.
En su historia como médico que ayuda a parejas con problemas de fertilidad, ya le habían llegado antes personas que querían recurrir a un útero subrogado.
"En ninguno quise participar, no sé si algún otro colega lo hizo. Me negué porque se daba una relación de poder. Por ejemplo, una señora le estaba pidiendo prestado el útero a la muchacha que le limpiaba la casa", comentó.
La historia de Ana y José era diametralmente distinta a las que anteriormente habían llegado a su consulta.
Cuando Ana lo visitó por primera vez, en mayo del 2016, ya no tenía útero. Ella estaba curada de su cáncer. Sus ovarios estaban conservados gracias al procedimiento realizado por Loáiciga años atrás.
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Se comprobó, además, que Carmen estaba bien de salud y que José tenía espermatozoides en buena cantidad y calidad.
El siguiente paso era lograr la fertilización in vitro y la transferencia de embriones al útero de Carmen.
En un procedimiento de estos, se tienen que sacar los óvulos de la mamá biológica recurriendo a la estimulación ovárica con hormonas para que produzca más óvulos de los que normalmente genera el organismo.
En la primera estimulación ovárica realizada a Ana se lograron sacar dos embriones, los cuales fueron congelados mientras se preparaba el organismo de Carmen para enfrentar un nuevo embarazo, explicó Regueyra con autorización de las pacientes.
"Todo lo hicimos en México. En la actualidad, se podría realizar en Costa Rica, pero en aquel entonces no se podía.
"Preparar a doña Carmen significaba darle lo que ella no producía: las mismas hormonas que genera el ovario cuando va creciendo un óvulo para que aliste el endometrio (el tejido del útero en donde se pega el embrión para empezar a crecer y formar un ser humano), solo que se lo doy con pastillas y óvulos. Con eso logramos que se engrose el endometrio como si ella ovulara", explicó el médico.
"Ellos se embarazaron en el segundo intento. En el primero, se transfirieron dos embriones, pero el embarazo no evolucionó. A Ana se le dio tratamiento con antioxidantes para ver si mejoraba la calidad de los óvulos. En el segundo intento, se transfirieron dos y doña Carmen se embarazó", relató Regueyra.
Cambio de roles
Hasta el sexto mes de embarazo, Carmen siguió realizando su rutina matutina de yoga con toda normalidad.
Fue en ese momento cuando el ginecólogo le puso un límite y le dijo que se mantuviera más quieta, sobre todo porque comenzó a experimentar algunos episodios de presión baja que le provocaban mareos.
Tuvo que dejar su labor como empresaria y delegársela a Ana quien a su vez pospuso su crecimiento profesional en Ciencias de la Salud para asumir su nuevo rol de comerciante y administradora del negocio de su mamá, con varios viajes al extranjero incluidos.
El abuelo materno se encargó de cocinar para todos, descubriendo una faceta que hasta entonces desconocía: su habilidad como chef en ciernes.
"Yo bromeo y digo que soy mister celofán. Mi labor es ayudar, no estorbar y no quejarme", comentó el señor.
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José fue el único que, quizá, mantuvo su rutina sin cambios demasiado drásticos.
Mientras su bebé crecía en el vientre de su suegra, él tenía que aguantarse las ganas de contarle esta experiencia a sus compañeros de trabajo.
Solo compartió su historia con algunos amigos muy cercanos y con los jefes, pues sabía que llegaría el momento del parto y él tendría derecho a solicitar sus días de permiso por paternidad.
"Decidí contarle todo a mis jefes, que quedaron fascinados con la historia. Una vez sí me equivoqué: estábamos en una reunión y yo con estas ganas de contar. Estaban hablando de algo, y digo: mae, yo ni a palos le doy a mi hija celular antes de tantos años… y me preguntaron si iba a ser papá y les dije que sí. Quedé feliz porque yo quería externarlo desde hacía mucho tiempo", contó.
Contrario a su esposa, que pasaba todos los días a casa de su mamá para sentarse a escuchar a Milagro, hablar y sentir los movimientos de su bebé en el vientre de Carmen, José nunca se atrevió a tener ese tipo de aproximaciones.
"La suegra me decía ‘¡toque!’, pero yo no me atrevía. La pancita estaba en la casa de los suegros y yo en lo mío seguí igual durante todo el embarazo, pero cuando vi a Milagros salir de la pancita el día del parto fue una experiencia impresionante. Son momentos que solo se viven una vez y sentimientos que no se pueden expresar", reconoció el joven papá.
Para Ana resultó más fácil: “Yo tenía una rutina: llegaba a almorzar a la casa mis papás, ‘hablaba con Milagro’ y con mami, y después me iba para el negocio. Yo la veía todos los días, le hablaba a la pancita".
En el dormitorio de Carmen hay un sillón amarillo que ella adora. Gran parte de sus descansos durante el embarazo los pasó ahí, acostada.
Era cuando Ana se tiraba en el suelo para ponerle la oreja en el vientre y escuchar o sentir los movimientos de Milagro.
También tuvieron que pasar por la prueba de comentar su decisión con otros miembros de la familia, quienes en general lo tomaron bien.
La mayor preocupación era la abuela paterna, la mamá de José, una mujer muy católica y practicante. La señora es ministra de la eucaristía en la iglesia de su comunidad.
Cuando su hijo le comunicó la noticia, ella consultó con un sacerdote.
"Nosotros, en el fondo, teníamos un susto porque para ella esto podría ir en contra de sus creencias, pero tiene un padre (sacerdote) muy cercano, una persona joven muy abierta, que le dijo: ‘Si Dios quiere que esto pase, esto pasará’", comentó Carmen.
Y, efectivamente, sucedió, ante los ojos curiosos de medio mundo que se convirtió en testigo de cómo fue creciendo la pancita de Carmen cuando todos imaginaban que esta señora había cerrado el capítulo de la maternidad muchísimos años atrás.
"Las clientas de mi negocio llegaron a pensar que seguro me estaba engordando por comer", comentó jocosamente.
"Una vez, en México, las muchachas de una tienda nos miraban entre curiosas y extrañadas de que un par de viejillos estuvieran revisando la información sobre vitaminas prenatales. Nosotros solo acatamos a reírnos", comentó Luis.
Hija de los abuelos
Milagro pesó 3.500 gramos y midió 49 centímetros.
Ese viernes 7 de julio del 2017, su abuelo ni siquiera había empezado a comerse el gallopinto que compró para el desayuno en el restaurante del hospital cuando le dieron la noticia de que la niña ya había nacido.
El alumbramiento se produjo a las 7:47 a. m.
Regueyra fue el cirujano que atendió el parto, asistido por Loáiciga. Al cirujano le correspondió registrar a la niña según lo indica la ley: como hija de Carmen, la mujer a quien le hizo la cesárea.
Por eso, la primera identidad de la pequeña consigna los apellidos de sus abuelos maternos y no los de sus padres biológicos.
Ahí empezó la siguiente batalla.
Pocas semanas antes, esta familia había comenzado a preguntarse cómo harían para dar a su bebé la identidad que realmente le correspondía por derecho.
"Todo, absolutamente todo lo que se hizo fue considerando siempre el derecho de ella de tener los apellidos de sus padres biológicos", reiteró su abuela.
Durante varias semanas, pasaron por cuatro abogados que no hicieron más que describirles historias de miedo sobre lo que les podía pasar en este proceso, no sin antes sacarles importantes sumas de dinero por cada consulta.
Hasta les llegaron a decir que los procedimientos en Costa Rica eran tan engorrosos que la niña seguramente entraría al kínder todavía inscrita como hija de sus abuelos y para sacarla del país tendrían que estar solicitando permisos a doña Carmen y a don Luis constantemente.
"La primera abogada que consultamos prácticamente nos dijo que el PANI (Patronato Nacional de la Infancia) y el Juzgado de Familia iban a ser nuestros enemigos. El discurso que ella manejaba (era una supuesta experta en adopciones internacionales) nos obligaba a mentir.
"Nos aconsejó inventar una historia: que nosotros habíamos quedado embarazados por obra y gracia de Dios y que como mi hija no podía concebir les íbamos a ceder a la criatura. Nos dijo, además, que teníamos que pagar a un trabajador social del PANI para que nos dijera qué teníamos que contar", relató indignada Carmen.
"Lo que más me molestó fue cuando nos dijo que ella tenía que estar en el hospital el día del parto porque si las enfermeras sospechaban de una adopción tenía que ir a calmarlas y a disimular. Que ella se iba a hacer pasar por una tía", agregó José.
Como bien lo informaron después en la relación de hechos que presentaron como parte de su solicitud de adopción ante el Juzgado de Familia, Niñez y Adolescencia, "la gestación y nacimiento de Milagro es producto del acto de amor más sublime".
Ellos no querían mentir. Querían contar su historia tal y como realmente había sucedido.
La misma historia que le contarán a su pequeña cuando esté en edad de comprender el significado de lo que hicieron por ella sus padres y abuelos.
Vacío legal con vientres subrogados
Una amiga del club de tennis al que asiste Carmen desde hace varios años, fue quien le dio el contacto de Óscar Corrales Valverde, abogado experto en Derecho de Familia.
Corrales es pensionado del Poder Judicial, donde laboró por 33 años. Ahí fungió como juez de apelaciones del Tribunal de Familia, fue miembro de la comisión de familia, y presidente y fundador de la Asociación de Jueces de Familia de Costa Rica.
Además, participó en la comisión redactora del Nuevo Código Procesal de Familia.
Desde que Luis, el papá de Ana, lo visitó en su oficina y le contó el caso, Corrales identificó que, ante el vacío legal en el país sobre el tratamiento jurídico para casos de vientres subrogados, la única salida posible era impulsar un proceso de adopción conjunta nacional.
"Yo nunca dudé. Tampoco del éxito. Les dije: aquí nada vamos a ocultar, todo va a ser transparente", comentó el abogado a quien nunca le había llegado un caso de este tipo.
Según el especialista, el derecho y el ordenamiento jurídico están obligados a responder a estas necesidades, y deben encontrar las soluciones jurídicas que satisfagan tanto el bienestar general como los derechos humanos de aquellas personas que necesitan que la ley las ampare.
"Yo no siento temor de enfrentar al sistema si considero que la causa es decente, justa y debe validarse, como en este caso", enfatizó.
La primera puerta que tocó Corrales fue el Registro Civil, adonde consultó si se podía registrar a Milagro.
Ahí le negaron la inscripción y lo obligaron a recurrir al Juzgado de Familia, en donde se planteó una solicitud de adopción por parte de los padres biológicos de la niña, el 11 de setiembre de 2017.
Luis Guillermo Chinchilla, director interino del Registro Civil, explicó la causa de esa negativa.
"Aquí los temas pasan por un principio de legalidad que nos rige a todos los funcionarios públicos. Basados en ese principio, se nos veda realizar actos que no se encuentran descritos en una ley.
"Cuando nuestra registradora auxiliar se encuentra en un hospital, y quien está hospitalizada es una persona embarazada, en principio le corre la presunción de madre. A partir de allí, nace un ser que lleva la filiación de la mamá, y la mamá es quien acaba de dar a luz", aclaró Chinchilla.
"Esto nos impide hacer un análisis más profundo de si efectivamente hay una maternidad subrogada, porque en la especie lo que a nosotros nos llega es una declaración de nacimiento de que aquella persona dio a luz un hijo", agregó.
El funcionario reconoce abiertamente que no hay legislación en el país para regular el tema de la maternidad subrogada y que casos como el de esta pareja plantean una oportunidad para cambiar paradigmas.
Por eso, augura más casos similares al de Milagro.
De hecho, Chinchilla confirmó que con este ya son cuatro los asuntos de este tipo que ha conocido en los últimos tres años, pero el de esta niña es el único en donde la abuela es quien ha prestado el vientre para la gestación.
Los otros son procedimientos realizados en su totalidad en el extranjero, en países con legislaciones que permiten inscribir a los niños con los apellidos de sus padres biológicos, algo que en Costa Rica todavía no es posible hacer de manera directa.
Precedente legal
En tanto se resolvía la solicitud de esta adopción, Milagro crecía saludable y vigorosa en casa de Ana y José desde el primer día de vida.
La abuela regresó como si nada a sus actividades normales y bajó en cuestión de pocos días los siete kilos que le dejó este segundo embarazo.
Ana, por su parte, puso a un lado su actividad laboral y profesional para dedicarse totalmente a su pequeña, mientras su esposo pudo disfrutar sus días de licencia por paternidad.
Todas las semanas José pasa en carreras para llegar a su hogar justo antes de que la niña empiece a buscar la cuna.
Porque Milagros, dicen sus papás, duerme como un ángel: se acuesta a las seis de la tarde y se despierta pidiendo leche 12 horas después.
Fue el pasado 4 de abril cuando esta familia recibió la noticia del Juzgado de Familia que les confirmaba la aprobación para adoptar a su hija y registrarla con sus apellidos.
Claro, tuvieron que esperar unos cuantos días más para que la sentencia se ejecutara y su hija, por fin, apareciera en la base de Datos del Registro Civil con la identidad que le corresponde por derecho.
En esa sentencia, la jueza Yerma Campos Calvo reconoce la evidencia aportada en este proceso, donde se demuestra que Milagro fue gestada por sustitución o mediante gestación subrogada "debido a la imposibilidad de Ana de quedar embarazada producto de las secuelas de una enfermedad".
"(…) es necesario tener por demostrado que se tutelaron los derechos de los padres intencionales, la libertad de la mujer gestante y la defensa del interés superior de la niña que nace como resultado de la gestación por sustitución".
La jueza también admite que "la figura de maternidad subrogada no está regulada formalmente en nuestra legislación", y recuerda un mandato de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (caso Gómez Murillo y otros versus Costa Rica, de noviembre de 2016), en donde se insta al país a "iniciar una discusión amplia y participativa acerca de la maternidad por subrogación como procedimiento para la procreación".
"Nosotros entramos en un proceso legal de adopción con un caso realmente atípico. Aunque el proceso fue engorroso, ¡qué bien mi país! Comprobamos que el Estado aun sin tener una regulación nos abrió la puerta y todo salió bien", comentó José.
Milagro nació el 7 de julio del 2017.
Sin embargo, el 4 de abril del 2018, nueve meses después de salir del vientre de su abuela, esta pequeña vivió un nuevo nacimiento.