Considérenme la señora de Tapedulce. Así se llama mi barrio, ubicado en el corazón de Anselmo Llorente, en Tibás. Así que soy tapedulceña a mucha honra.
Creo que las autoridades de Salud, y mucho menos las de AyA, hasta ahora no se han puesto en los zapatos de la señora de Purral. Menos en los de la del bajo Los Rodríguez o en los de esta señora de Tapedulce durante los nueve días −y sumando− que acumula esta emergencia con el agua en Tibás, Moravia y Goicoechea.
Los mensajes no han sido ni oportunos ni claros. Por eso, desde el minuto uno, cientos de damnificados por el agua contaminada con hidrocarburos hemos parecido abejones de mayo, pegando en todo lado sin saber qué hacer.
Si los tuvieran que evaluar en cualquier curso de comunicación del riesgo, reprobarían. Prueba de esto es que los vecinos, absolutamente agotados y molestos ante tanto vaivén, organizan protestas para este martes y miércoles.
Al día de hoy, el número nueve en esta bochornosa secuela, no me ha quedado más remedio que usar la poquita agua que llega a mi casa para absolutamente todo, excepto para beber o preparar alimentos.
Me baño con ella, me lavo las manos con ella, la uso para enjuagar los trastes y la ropa. Puedo dar fe de no ser la única en estas condiciones.
No me queda otro remedio porque para mi familia, como para cientos más, es materialmente imposible comprar el agua en bidones para suplir todas nuestras necesidades del líquido, principalmente la limpieza del inodoro, el lavado de la ropa, los trastes y la higiene general de la casa.
Y porque también se ha convertido en una odisea cuasi olímpica conseguir agua cerca −si uno la pudiera comprar sin límite− o seguir a los cisternas que envía AyA.
¡Tan fácil que sería ubicar los cisternas de mayor capacidad en sitios específicos, a horas específicas a lo largo del día, y a los más pequeños enviarlos a recorrer las callejuelas y anunciar a todos con perifoneo!
¿Por qué no asegurarles a hogares de ancianos y centros de cuido la visita permanente, a una hora específica, de alguno de estos codiciados transportes, lo mismo que al pequeño comerciante, que se está ahogando en esta nueva crisis?
En mi caso, Tapedulce es una calle secundaria y las dos veces que mi papá y yo hemos recurrido al cisterna al tener varios bidones vacíos, hemos tenido que salir a la calle principal y caminar unos 800 metros para localizar el camión.
(Sí, es cierto, 800 metros no son nada comparado a las distancias que recorren en otros países sin agua. No me debería quejar por la distancia).
No nos “autorizan” a tomar agua ni a bañarnos con ella, pero la distribución del líquido da pena, y los planes paliativos lo que hacen es repartir la escasez e incrementar el anillo de la emergencia.
Se me hace un nudo en el estómago al pensar en aquellas casas que tienen algún enfermo con necesidad constante de limpieza, encamado, con úlceras. ¿Han coordinado acaso con Ataps o con las municipalidades para localizar a estas familias y colocarlas en la primera línea de prioridad en la provisión del líquido? Me temo que no.
Se acercan las elecciones municipales y las clases. Estamos a cuatro días de las votaciones, y a 8 de que vuelvan más de un millón de estudiantes a las aulas.
¿Será que habrá capacidad para asegurar el suministro, en cantidad y calidad potable, para esos días? Francamente, lo dudo. El trastorno para ambas actividades del calendario será megagigantesco. A ver si este “impacto político” los motiva a moverse con mayor rapidez.
Por lo pronto, hace 40 minutos (2:40 p.m. de martes) se nos acaba de ir el agua nuevamente como parte de un plan de abastecimiento controlado −deberían rebautizarlo como racionamiento controlado−, la siguiente medida paliativa, porque hasta ahora ni se sabe qué causó la contaminación ni de dónde viene.
¿Lecciones personales? Valorar todavía más el agua, que muchas veces la damos por sentado. Dar gracias cuando la tenemos en cantidad, calidad y oportunidad. Y luchar aún más desde donde uno está por aquellos a quienes este derecho básico se les niega, restringe o amenaza.
La autora es periodista de La Nación.