Flor María Chavarría Hernández, de 84 años, viajó al Hospital México acompañada de su hijo Ismael, de 53, el jueves 13 de octubre. ¡Y vaya que fue un viaje completo! La casita donde ambos viven junto al esposo de Flor María y un hijo más, queda en Quebradón de Guatuso, en la provincia de Alajuela.
Para llegar a la cita que Flor María tenía el pasado jueves en Oftalmología, a la 1 p. m., tuvieron que salir a las 5 p. m. del día anterior y caminar casi dos kilómetros hasta la comunidad de El Silencio. Esa distancia puede parecer poca, pero para una adulta mayor con problemas de la vista no resulta nada fácil recorrer los barreales rojizos que dejó el paso de la tormenta tropical Julia, unos días atrás.
“Es puro barro colorado, entre potreros y ríos todavía llenos. Salimos a pie un rato por entre el barreal, para ir a coger el carrito, que queda bien largo de mi casa”, describió esta mujer, cuya mirada gris evidencia los problemas causados por las cataratas en sus ojos.
El Silencio es apenas la primera estación de su viaje. Ahí durmieron unas cuantas horas para luego tomar un carro privado que, por ¢10.000 los llevará hasta la clínica de Guatuso. Junto a otros pacientes de la CCSS, Flor María e Ismael salieron rumbo a San José a la 1 a. m. del jueves 13 de octubre para llegar antes de las 7 a. m. al Hospital México.
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Aunque su cita estaba programada a la 1 p. m., ambos debían tomar el único transporte con que cuenta la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) para transportar a los pacientes que viajan desde ese sector para acudir a citas programadas. De hecho, todos deben esperar hasta que el último sea atendido para regresar juntos a Guatuso.
En las últimas dos semanas, madre e hijo han hecho este mismo trayecto dos veces. Es largo y agotador, física y económicamente.
A ellos, los salvan parientes que viven en Heredia porque las pensiones del Régimen No Contributivo (RNC) que tienen Flor María y su esposo, no les bastarían para pagar transporte, alojamiento y comida.
A las 10 a. m. del jueves, una hermana de Flor María, Angelmira Chavarría, y la hija de esta, Xinia Arce, les trajeron varias empanadas de frijol y café para que se alimentaran mientras llegaba la hora de la cita.
“Hace 15 días tocó un viaje, ahora otro. Hay que esperar a ver qué dicen ellos (los médicos), sobre si tenemos que regresar pronto”, comentó Ismael, mientras sostenía en una de sus manos un vaso de papel con café todavía humeante.
‘Que tengan consideración’
En Upala vive Zelmira, de 75 años. La llamaremos así porque pidió no revelar su identidad. La casita en donde reside junto a su esposo está en Bijagua, camino al famoso Río Celeste, contó como parte de una historia que incluye muchos años de agotador trabajo en San José como salonera y la realización de un sueño: comprar allá una propiedad para vivir la vejez junto a su marido.
Zelmira es paciente del Hospital México y, como Flor María e Ismael, tiene que recorrer largas distancias cada vez que debe venir a alguna de sus citas con médicos que no tienen en Upala, solo en San José.
La semana pasada, le tocó salir a las 3 a. m. junto a su hija y su yerno desde Bijagua, para un examen de sangre, con la mala suerte de topar ese día con el paro de los trabajadores de la Caja en reclamo de un ajuste salarial. Pasaban de las 9 a. m. cuando logró que le hicieran la prueba, porque ya se desmayaba del hambre. Venía en ayunas.
Zelmira es muy directa: “Sería bonito que se arreglara esto y nos acomodaran todas las citas el mismo día a los que venimos de tan largo; sobre todo, a los adultos mayores. ¿Por qué a la Caja le costará tanto? Vienen tantas personas desde Santa Cruz, Nicoya, Upala...”, comentó.
Por más que su hija fue, de ventanilla en ventanilla, a gestionar que le cambiaran la fecha de una cita no lo logró. Zelmira se tuvo que quedar dos noches (jueves y viernes) donde unos parientes en Alajuela para que le hicieran un examen el pasado 14 de octubre, a las 6 p. m.
Además, tendrá que regresar una semana después, el viernes 21 de octubre, a otra consulta de seguimiento por un cáncer de cérvix que le quitaron hace cinco años. De nuevo, tendrá que madrugar.
Zelmira aprovecha para contar que ese cáncer nunca se lo detectaron en el Ebáis de Bijagua.
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“Vea lo que me pasó: yo todos los años iba a mi examen de papanicoláu, pero casi hasta el final el doctor me dijo que veía algo y que me iba a enviar donde el ginecólogo. Yo me le adelanté. Pagué ¢50.000 en una clínica de Liberia (Guanacaste) y ahí fue donde me hicieron el diagnóstico. Saqué de unos ahorros que tengo para prisas, y a los cuatro días tenía el resultado”, comentó.
“Tengo cinco años de operada. Fue un diagnóstico tardío. Hasta en el hospital de Alajuela me vieron y no encontraron nada. Porque pagamos me lo detectaron. Si me atengo a la Caja ya me hubieran enterrado”, agregó.
Zelmira se queja de la atención en el Ebáis de Bijagua. Ahí, según dice, no le han dado sus medicinas contra la presión alta en los últimos tres meses. “‘No hay. Vaya cómprela a la farmacia’, me dice el encargado de mal modo. Así funcionan las cosas allá”, reclamó.
Sin seguro ni tratamiento
No tenía cita programada porque, sencillamente, no tiene ningún seguro que le permita acudir a la Caja. María Esperanza López Noguera, de 73 años, solo se sentó en la explanada frente al Hospital México a esperar que el reloj marcara las 11 a. m. Una conocida le prometió llegar a esa hora para acompañarla a averiguar cómo puede retomar el seguimiento a un cáncer de cérvix que le operaron hace dos años.
Es nicaragüense de origen, pero lleva viviendo aquí los últimos 22 años. El jueves 13 de octubre, viajó sola en bus desde Upala. Ahí vive con una hija. Traía una bolsa llena de cosas, otro bolso grande y hasta un almohadón. También un bastón porque, como dice, la atormenta un “dolor de canillas”.
Ese jueves, recién acababa de retirar su pasaporte nuevo. Es el único documento de identificación que tiene pues carece de recursos para pagar una cédula de residencia. Aun así, no perdía la fe de que su conocida la conectara con alguien dentro del hospital que la pudiera ayudar.
Hemorragias vaginales durante varios años le avisaron que algo no andaba bien. Con algunos ahorros y con el apoyo de sus antiguos patrones, logró pagarse exámenes privados que le dieron el diagnóstico: un cáncer de cérvix en etapas tempranas.
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Renunciar a su trabajo “porque ya no era la misma después de la operación y no me estaba ganando el salario como antes” la dejó sin seguro, y ahora sin la posibilidad de dar seguimiento a las citas de control para ver en qué estado se encuentra su enfermedad. Además, es diabética y tiene los mismos dos años sin conocer cómo ha evolucionado esa enfermedad.
“Esto me atormenta todos los días, pero no pierdo la fe”, dijo.