Miles de adultos mayores pasan sus días de confinamiento desesperados y aburridos por no tener el permiso de sus familiares para salir de sus casas, como si ya no fueran los dueños de sus propias vidas.
La pandemia los encerró en sus hogares y las autoridades de salud reiteran advertencias diarias sobre el peligro que representa el nuevo coronavirus para ellos. Son el grupo más vulnerable y entre las víctimas mortales de la covid-19, el 68% es mayor a 65 años.
Ante el temor, sus seres queridos les limitaron su libertad con la intención de cuidarlos del virus, pero, sin percatarse, podrían haber incurrido en violencia psicológica, según explican geriatras, gerontólogas e investigadoras.
De esta forma, la emergencia sanitaria ha puesto en juego su autonomía y debilitado su poder de decisión para movilizarse, socializar o trabajar.
Marta Mora, de 66 años, dice que en ocasiones llora por varias horas porque se siente “como en una cárcel” por pasar todos los días encerrada, sin ver a nadie.
“Uno se siente muy mal aquí encerrado. Todo el día paso sola porque mi familia ya no me visita para disque no enfermarme y que yo no los enferme. Me arrimo al portón y lo toco, pero hasta me pegan gritos de que no haga eso”, relató.
Esta vecina de Puriscal es diabética y padece de presión alta. Según narró, desde hacía ocho meses no iba al centro del cantón a hacer compras, porque sus hijos le llevan todo lo que necesita.
Aunque agradece mucho el cuidado, a veces le da pena pedir cosas porque sabe que sus familiares tienen sus trabajos y rutinas, y ella no quiere “estar incomodando”.
Confiesa también que se asusta mucho cada vez que escucha al ministro de Salud, Daniel Salas, decir lo vulnerables que son los adultos mayores a esta nueva enfermedad. “Lo ha repetido demasiadas veces”, señala.
“Me da hasta miedo ver noticias de tanta cosa que hablan del virus todos los santos días. Hasta lloro a veces. Uno no puede estar tranquilo. Ya uno ni duerme ni come bien de estar pensando en eso”, relató.
Infantilización violenta
Investigadoras del Instituto de Estudios Sociales en Población (Idespo) de la Universidad Nacional (UNA), explican que la pandemia ha generado una “infantilización” de las personas mayores en el seno de las familias costarricenses.
Son miembros más jóvenes los que han asumido el control de las decisiones de los ciudadanos de la tercera de edad, lo que constituye una forma de violencia psicológica.
Las gerontólogas Maribel León, Noelia Alfaro y Fanny Arce, señalan que frases como “nosotros tenemos a mamá encerrada”, o “mis hijos no me dejan salir” son muestra fehaciente de violación al derecho a la autonomía de las personas mayores.
Las expertas participaron en el coloquio “Violencia hacia las personas mayores en distintos escenarios en el contexto de la covid-19”, donde coincidieron en que la emergencia sanitaria ha sacado a relucir los mitos y estereotipos relacionados con esta población.
Según León, el discurso sanitario sobre la covid-19, irrespetó la diversidad de este grupo etario, al asumir que solo estaba compuesto por personas enfermas, a pesar de que antes de la pandemia, muchas salieran de sus casas para realizar actividades.
También subrayó que algunas personas mayores que antes salían a trabajar y eran independientes económicamente, se vieron afectadas en el aspecto patrimonial, ya que la recomendación de confinamiento para ellas fue “prácticamente obligatoria”.
Otras han enfrentado violencia social porque se les impidió asistir a centros diurnos u otras modalidades de atención, donde ejercían, entre otros, su derecho a la recreación, el cual está consignado en la Ley Integral para la Persona Adulta Mayor, dijo Arce.
“Todos estos abusos y maltratos han estado presentes en la pandemia, que reveló que siguen los problemas estructurales que ya teníamos. Tenemos que desaprender todo lo que estamos haciendo y ver de qué manera vamos a mitigar todo esto”, aseveró.
Para Alfaro decir debemos proteger a “nuestros adultos mayores”, representa algo posesivo e implica que las personas mayores son de las familias y estas toman decisiones por ellas, con lo cual se irrespeta su autonomía.
La investigadora del Idespo comentó que esto sucede también en el ámbito internacional, por ejemplo en Argentina, donde se emitió un decreto para que las personas mayores pidieran permiso para salir, el cual causó gran controversia.
“Estamos interiorizando todo este bombardeo y estamos generando representaciones sociales negativas y estereotipadas sobre el envejecimiento y la vejez. ¿Qué ideas están interiorizando los niños con respecto al proceso de envejecimiento?”, advirtió.
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Rutinas complicadas
Otro punto preocupante es que la pandemia casi que destruyó las interacciones entre adultos mayores, ya que muchos compartían con sus conocidos sin tecnología de por medio.
Una amistad golpeada fue la de Rodrigo Bonilla y Oscar Solís.
“Yo me he sentido muy presionado y muy limitadísimo a salir, a tener una vida normal. No es justo que uno no pueda ni ir a una cita médica porque se lo prohíben”, dice Bonilla, vecino de barrio Saprissa de Moravia, en San José.
Afirma que trata de no pensar mucho que es parte de la población de riesgo, porque siente que eso lo puede deprimir y hasta traumatizar. Destaca que se ha informado bastante y que sabe muy bien cómo protegerse del virus.
Sin embargo, argumenta que, en su criterio, las autoridades de Salud son extremistas pues no entiende por qué él no puede salir con mascarilla y careta como las demás personas, si todas se contagian igual.
“Mis amigos adultos mayores dicen que están obstinados, muy metidos en la casa y que no comparten con casi nadie. Esto cambió totalmente el ritmo de vida de la que se llevaba antes. Yo antes salía, visitaba amistades e iba a restaurantes”, dijo.
Bonilla tiene 69 años y es hipertenso, por lo que ha decidido mantenerse lo más que puede en su casa, para cuidar su salud y la de su familia. Aunque sostiene que ya está cansado y que desearía volver a tener su rutina de antes.
Por su parte, Oscar Solís cuenta que ha vivido episodios dramáticos, como cuando sus familiares le cantaron cumpleaños desde el parqueo de su casa. Dice que ha sido “emotivamente muy duro” y que sus contemporáneos la han pasado igual o peor.
“El 90% de mis amigos adultos mayores tiene la misma sensación. Cuando usted les habla es ‘diay Oscar, aquí encerrado, qué opción tengo’. El sentimiento del confinamiento es casi generalizado en mi círculo de conocidos”, manifestó.
Solís tiene 66 años y vive con su esposa María de los Ángeles Fonseca, de 62 años, en Coronado. Afirma que se han cuidado mucho porque ambos son hipertensos, pero además él tiene una arritmia cardiaca y su pareja es diabética.
Ambos resaltan que sus hijos los han cuidado mucho, pero que extrañan los besos y abrazos, principalmente de sus nietos. Ahora cada vez que los visitan para llevarles algo, tienen que dejarlo en una silla que pusieron al frente de su casa para ese fin.
Añaden que su movilidad se ha visto muy limitada y que les hace falta ver la naturaleza. No obstante, aseguran que se sienten agradecidos por su vida y que les preocupa la gran cantidad de adultos mayores que no tienen las mismas posibilidades que ellos.
“Por dicha somos adultos mayores que traveseamos la tecnología, porque hay otros que no la manejan y eso limita mucho la comunicación con sus familiares o para acceder a servicios como farmacias, supermercados o comida exprés”, dijo Solís.
Lo que afirma este asesor de empresas pensionado es muy certero, no solo por el tema del acceso, sino porque muchos otros adultos mayores también tienen que vivir el confinamiento al lado de sus agresores, ya que conviven con ellos en su hogar.
Maltrato y sobreprotección
Según datos del Comité de Estudio Integral del Anciano Agredido (Ceinaa), del Hospital Nacional de Geriatría y Gerontología, un total de 286 adultos mayores sufrieron algún tipo de violencia en sus casas en el primer semestre de 2020.
La mayoría de denuncias se dieron por maltrato psicológico, negligencia y abandono. En promedio, las autoridades del centro médico intervienen 47 adultos mayores por mes y la mayor cantidad de víctimas son mujeres.
Esta población también sufre de violencia física, sexual, financiera y patrimonial, social (expulsión de su comunidad), institucional (en los lugares de asilo) y hasta de explotación laboral.
Milena Bolaños, directora del centro médico, afirma que si las personas mayores ya vivían episodios de maltrato en sus hogares antes de la pandemia, la situación ahora se empeoró por pasar más tiempo allí.
Y destaca que, además, hay un importante grupo de adultos mayores que, con tal de no “lastimar” a su familiar que los agrede, evitan poner la denuncia y continúan soportando la violencia en sus propias casas.
“Si ellos ya estaban metidos en un círculo de violencia antes de la pandemia, imagínese ahora que el agresor no sale a trabajar porque está de teletrabajo o porque perdió su empleo, es una historia muy dura”, precisó.
La directora comenta que es importante no malinterpretar el mensaje de las autoridades sanitarias sobre el cuido de las personas mayores durante la pandemia ni mucho menos tratarlas como niños pequeños.
“La sobreprotección es tan dañina como el abandono. Cuando caemos en extremos, al final el efecto es negativo, porque se coarta la libertad del adulto mayor por querer cuidarlo”, explicó.
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Bolaños subraya que no hay ningún problema en ayudar a las personas mayores cuando estas dependen de sus familiares, ya sea por alguna discapacidad o insuficiencia, pero que es determinante respetar la autonomía de las que no tienen estas limitaciones.
Además, la violencia psicológica debido a la sobreprotección en los hogares, puede generar severos cuadros de ansiedad y depresión en estos ciudadanos, según detalla la doctora.
“Compañeros de Geriatría y Psicología nos han reportado que, en las consultas telefónicas de seguimiento que le dan a los pacientes mayores, muchas veces ellos las utilizan como una forma de catarsis para expresar su angustia por el encierro”, aseguró.
Autoridades preocupadas
Las autoridades encargadas de velar por la salud de los adultos mayores se encuentran sumamente preocupadas por las afectaciones que ha generado el confinamiento a esta población.
Lisbeth Quesada, presidenta de la Federación Cruzada Nacional de Protección al Anciano, afirma que cuando se limitaron las visitas de familiares en los lugares de larga instancia, se afectó emocional y psicológicamente a las personas mayores.
Dice que los sitios debieron proveer otros medios de contacto para mantener la comunicación y que los huéspedes no se sintieran solos, pero que los lugares no tenían los recursos para hacerlo, ya que “ni tienen presupuesto para hacerle frente a la pandemia”.
Otra efecto de la pandemia y el aumento del desempleo, es que los adultos mayores han tenido que asumir la carga económica de grupos familiares con sus pensiones, comentó Isela Corrales, de la Asociación Gerontológica Costarricense.
Además de ese golpe, han dejado de asistir a grupos comunales organizados en los que compartían con otras personas mayores, por lo que su socialización entre pares se ha visto muy perjudicada, a pesar de que intentan recobrar el contacto por medios digitales.
Ambas profesionales concuerdan en que la pandemia debilitó la autonomía de la población mayor, por lo que las familias deben velar por brindar las herramientas adecuadas para que la afectación a futuro no sea más dañina.
Aunque el tema tiene muchas aristas, las soluciones pueden llegar fácil si se actúa desde el amor y la comprensión en los distintos hogares del país, al menos esa es la hipótesis de Kattia Chinchilla, experimentada geriatra costarricense.
Ella sostiene que las familias solo deben explicar la situación actual de la manera más solidaria y sincera posible a los adultos mayores, para que ellos, con esa información, puedan tomar decisiones y participar del cuido conjunto sin sentirse presionados.
"Yo, en lo personal, apoyo que sigan protegidos en sus casas el mayor tiempo posible, pero entiendo que esto no es algo que podamos mantener indefinidamente sin que la balanza entre el riesgo y el beneficio se nos vuelque de manera negativa.
“Cada adulto mayor independiente y autónomo, en ausencia de un deterioro cognitivo, deberá ir tomando sus propias decisiones de cara a todos los meses por venir de esta nueva normalidad, pues a menos que el virus mute o se desarrolle una vacuna efectiva, es lo que nos tocará vivir por tiempo aún indefinido”, resaltó.
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