¿Cómo plantearle a un adulto joven que vive en una cuartería con seis o más personas que aplique las medidas preventivas para evitar la transmisión de la covid-19, cuando ni siquiera tiene sus necesidades básicas satisfechas?
¿Cómo decirle a un jefe o jefa de hogar que se quede en casa cuando saben que de su salida a la calle depende que su prole tenga comida? Esa es la impotencia que siente hoy el personal de salud al observar y palpar que la nueva ola de covid-19 tiene un comportamiento muy diferente al que tuvo la primera en el territorio costarricense.
Covid-19 vino a delatar las terribles grietas y brechas que posee el edificio social costarricense en pobreza, marginalidad, desempleo, subempleo, informalidad, problemas de vivienda, educación, drogadicción, delincuencia, prostitución…
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Deja también planteada la dicotomía entre las estrategias sanitarias y económicas y en la urgencia de buscar un equilibrio que permita proteger, a la vez, la salud y el bolsillo de la población.
A este panorama también se suma el relajamiento y la indisciplina de ciertos sectores de la sociedad costarricense de no acatar las medidas preventivas que han sido difundidas por la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) y el Ministerio de Salud.
Se trata, de acuerdo con autoridades, epidemiólogos, salubristas e intensivistas consultados por La Nación, de una crisis que rebasó el aspecto sanitario y que ahora exige una mayor acción por parte de todos los sectores, sin excepción.
Diferencias entre olas
Mientras que en la primera ola de covid-19 los afectados tuvieron la oportunidad y las condiciones para aislarse, en la segunda buena parte de los infectados son seres humanos que viven hacinados, desempleados, trabajan en la informalidad, algunos sin seguro, viajan en transporte público y además poseen un bajo nivel educativo.
Para los especialistas, este perfil de los nuevos contagiados pone cuesta arriba las medidas de mitigación que se deben aplicar para retrasar la velocidad de transmisión de este coronavirus y, más bien, son el caldo de cultivo para un incremento del contagio.
Se explica por qué mientras que de marzo a mayo se llegó a cerca de 1.000 contagios, en los meses de junio y julio se quintuplicó esa cifra, al punto que ya el país superó las 5.000 personas infectadas.
Según Guiselle Guzmán Saborío, jefa del área de Salud Colectiva de la CCSS, es difícil decirle a un paciente cabeza de hogar con un trabajo informal que se quede en casa, cuando sabe que todos los días debe salir a la calle a buscar el sustento para que su familia tenga qué comer.
Marco Vinicio Boza, especialista del hospital Calderón Guardia y quien integra el comando de acción de la CCSS contra la covid-19, expresó la misma impotencia. Tiene muy claro lo que debe hacer con un paciente que llega al hospital, pero no sabría cómo decirle a un grupo de muchachos que vive en una cuartería en un barrio josefino que guarden la distancia o que se laven las bien las manos con agua y jabón cuando no tienen cómo hacerlo.
“Sé lo que debo hacer cuando un paciente llega a la Unidad de Cuidados Intensivos del Calderón Guardia, pero no sé cómo actuar cuando una persona no tiene cómo satisfacer sus necesidades básicas de higiene, alimentación, vivienda, trabajo…”, confesó.
Tanto María del Rocío Sáenz Madrigal, salubrista, exministra de salud y expresidenta de la CCSS como Juan José Romero Zúñiga, epidemiólogo de la Universidad Nacional (UNA), opinan que este nuevo perfil de afectados complica el abordaje de esta pandemia y requiere una acción integral, enérgica e intersectorial para reducir la velocidad de contagio. Ellos saben que así las cosas el incremento del contagio es inevitable.
Romero, Guzmán, Boza y Sáenz coincidieron, por separado, que en la primera ola el nivel social y económico de los afectados era medio alto, quienes posiblemente se infectaron en un viaje de estudio, negocios o turismo y tuvieron que hacer su cuarentena en su casa de habitación en condiciones de idoneidad: muchos con baño privado, recursos tecnológicos, con una muy buena red de apoyo, con un nivel académico que les facilitó seguir al pie de la letra las recomendaciones médicas y con un trabajo estable que le permitió tener una incapacidad de la CCSS.
Además, estaban dispersos y tuvieron la posibilidad de estar cuidadosamente vigilados tanto ellos como sus contactos, mientras tanto, una mayoría de las personas contagiadas en la segunda ola tienen una elevada movilidad, están concentradas en fincas agrícolas, zonas urbanas y marginales del área metropolitana y buena parte de ellas vive en condiciones de hacinamiento, en cuarterías, sin condiciones higiénicas, sin mayores recursos tecnológicos y sin tener sus necesidades básicas satisfechas.
En esta segunda ola las personas están llegando más tardíamente a los servicios de salud y con cuadros más severos, lo que eleva la probabilidad de muerte como se ha evidenciado en los últimos días.
Acciones clave
Esta situación obliga al país a modificar considerablemente las estrategias de abordaje que permitan la atención de poblaciones con mayor vulnerabilidad no solo desde el punto de vista de salud (diabéticos, hipertensos, adultos mayores), sino también desde el punto de vista social.
Para los especialistas, en esta fase de transmisión comunitaria en la que entró el país es urgente una mayor conciencia por parte de la población de manera que no se dejen de aplicar las medidas preventivas.
Mario Ruiz Cubillo, gerente médico de la CCSS, Romero y Boza reiteron la urgencia de que los ciudadanos acaten las recomendaciones que se están dando a escala mundial y nacional para protegerse y reducir el ritmo de contagio.
“Hoy más que nunca necesitamos de una población disciplinada, madura, solidaria y con mucha fe para enfrentar la pandemia”, dijo Ruiz.
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Sáenz fue enfática en que en esta fase se requiere una acción muy clara y protagónica del primer nivel de atención, pues son los Asistentes Técnicos de Atención Primaria (Ataps) quienes saben dónde hay grupos vulnerables a quienes proteger.
“Requerimos una mayor percepción del riesgo por parte de la población”, expresó la exjerarca de Salud.
También señaló la urgencia de acelerar la notificación de los resultados a las personas cuya prueba da positivo y que esa información se incorpore rápidamente al expediente electrónico para que haya trazabilidad de la información.
Destacó la urgencia de trabajar con indicadores de éxito que permitan plantearse metas de trabajo para la detección temprana de casos en zonas de alta vulnerabilidad social y las medidas respectivas de aislamiento. Esta práctica evita que áreas de alta intensidad afecten aquellas de baja intensidad.
Es preciso aumentar el apoyo de redes sociales para que mientras llega la ayuda estatal, las familias donde haya personas en riesgo o enfermas cuenten con un respaldo inmediato que les permita aislarse y satisfacer las necesidades básicas. Guzmán destacó que esta acción comunal ha sido clave en los últimos días pues ha visto cómo grupos de la propia comunidad salen en la ayuda de sus vecinos.
Se requiere, según Boza y Ruiz, de mucha solidaridad y de respeto por los demás para protegernos entre todos. Ruiz fue claro que esta guerra no se va a ganar desde los hospitales, sino desde cada casa, cada barrio, cada comunidad.
El desafío será retrasar la velocidad y el ritmo del contagio para evitar que muchas personas se enfermen de gravedad simultáneamente, y eso conlleve al colapso de los servicios de salud.