Leonardo Incera salió de un hospital público sin una referencia para ser atendido en algún programa de rehabilitación cardíaca, a pesar de haber pasado por una operación a corazón abierto en la que le sustituyeron una válvula aórtica obstruida. Sucedió en el 2012, cuando él tuvo que buscar por sus propios medios para entrar en el servicio que funciona en el Centro Nacional de Rehabilitación (Cenare), de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
Diez años después de que Incera pasara por ese trance, conseguir una referencia para estos programas de rehabilitación cardíaca solo es posible para una cantidad reducida de enfermos: entre un 25% y un 50% de quienes sobreviven a eventos similares al suyo tienen esa oportunidad, confirmó el médico fisiatra y coordinador del programa del Cenare, Édgar Mora Montoya.
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Los pacientes que no son referidos pierden la oportunidad de mejorar su calidad de vida con acompañamiento profesional para aprender a tomar sus medicamentos, hacer ejercicio y actividad física, controlar el estrés y mejorar la alimentación, los cuatro ejes de un programa de rehabilitación cardíaca.
Las causas más comunes para explicar la baja referencia de pacientes, según especialistas consultados, incluyen la capacidad limitada en personal, equipo e infraestructura en los hospitales de la CCSS que desarrollan estos programas.
De hecho, solo hay disponibilidad para atender a los pacientes en planes hospitalarios de 20 semanas como máximo. Luego, queda en manos de cada enfermo mantener la adherencia a los tratamientos aprendidos durante ese tiempo.
La capacidad limitada en la CCSS explica la intervención de organizaciones como la Asociación Costarricense de Pacientes Cardiópatas Rehabilitados (Acocare), creada por enfermos y personal de la Caja que notó esa necesidad. Desde el 2013, la Asociación acompaña a los pacientes cuando finalizan la rehabilitación cardíaca en los hospitales, en una fase de intervención comunitaria.
Otra causa de la baja referencia de pacientes es la renuencia de algunos médicos para indicar ejercicio físico a enfermos recién infartados, a pesar de la evidencia científica que confirma los múltiples beneficios de recetar “esta medicina” de manera controlada.
“Entendemos que hay desconocimiento sobre el tipo de función e intervenciones que hace un programa de rehabilitación cardíaca. Esto limita las referencias porque el paciente simplemente no es referido. Se han enviado correos y se ha educado a los colegas en esto. También hay un plan estratégico de la CCSS para el abordaje de las enfermedades cardiovasculares en donde se reitera sobre la importancia de la referencia”, dijo Mora Montoya.
Severita Carrillo Barrantes, quien coordina el programa de rehabilitación pulmonar y oncológica del Hospital San Juan de Dios y es una de las fundadoras de Acocare, contó que desde el 2014 hay un proyecto para ampliar las capacidades hospitalarias en la atención de estos enfermos.
Actualmente, dijo, el San Juan tiene 500 m² para consultorios, laboratorio, aula para sesiones virtuales y para ejercicio. El proyecto, que estaría ubicado en el Cenare, triplicaría la capacidad del San Juan, con la idea de convertir el programa en uno de los mejores de Centroamérica.
Para toda la vida
En Costa Rica, los problemas cardiovasculares están entre las principales causas de enfermedad y muerte. En promedio, fallecen ocho personas al día por complicaciones que incluyen el infarto agudo al miocardio, indicó Mora.
En la CCSS, además del Cenare, los hospitales Calderón Guardia, San Juan de Dios, Nacional Geriátrico, San Rafael (Alajuela) y San Vicente de Paúl (Heredia), tienen programas de rehabilitación cardíaca.
Algunos han incorporado en estos planes a enfermos oncológicos y pulmonares; estos últimos, luego de la aparición de casos poscovid por la pandemia de covid-19.
Los programas permiten a sobrevivientes de infartos o derrames −dos de las complicaciones más frecuentes por enfermedad cardiovascular− reducir el riesgo de que sucedan otra vez. La amenaza de morir, por ejemplo, cae un 20% entre quienes están en rehabilitación, un tratamiento que debe realizarse de por vida.
Datos de nueve años de Acocare con 415 pacientes atendidos desde el 2013 (personas entre los 34 y 82 años), revelan que a un 40% de quienes han seguido su programa de rehabilitación se les redujo o eliminó por completo la dosis de medicamentos.
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Además, se logró que las visitas a emergencias por síntomas cardíacos bajaran un 76%, informó Lizeth López Lobo, coordinadora y actual presidenta de la Asociación, la única en el país con tantos años de tener un programa de fase comunitaria. Aquí también atienden a personas con secuelas de covid-19, señaló López.
Esto es lo que se conoce como prevención secundaria, y se logra con planes que combinan la prescripción de ejercicio físico, alimentación, medicamentos y manejo de estrés con el propósito de cambiar aquellos factores de riesgo cardiovascular que son modificables. Por ejemplo, presión alta, diabetes, sedentarismo, estrés y consumo de tabaco.
En Acocare este programa involucra la participación de especialistas que trabajan de manera voluntaria. Hay terapeutas físicos, nutricionistas, instructores de zumba y médicos generales. Para el soporte psicológico está el apoyo del Programa de Psicología de la Universidad Nacional (UNA), Promoviendo la salud cardiovascular: de lo intrahospitalario a lo comunitario, informó Glenda Gutiérrez, vicepresidenta de la Asociación.
“Un programa de rehabilitación como estos es costo-efectivo. ¿Por qué es importante que un paciente pase acá? Porque podemos trabajar de forma más adecuada los factores de riesgo que pueden llevar a complicaciones futuras. El paciente mejorará su calidad de vida y alcanzará un nivel óptimo”, sostuvo Édgar Mora.
“No es una sumatoria común. Se multiplican los resultados. Por lo cual vale la pena, es necesario, e incluso es una recomendación de alta evidencia científica de que los pacientes deben ser referidos a los programas de rehabilitación cardíaca”, reiteró el fisiatra.
En otras palabras, agregó, si estos pacientes son referidos tendrán oportunidad de mejorar su calidad de vida con intervenciones sencillas como moverse más, comer bien, tomar medicamentos, lo cual termina siendo mucho más barato que la atención médica de rutina y de emergencia, que sigue siendo más cara para la seguridad social.