Candy Cristina Mora Ilama, vecina de San Rafael Abajo de Desamparados, se dedica a servicios de entrega a domicilio de comidas rápidas. A sus 42 años y tras perder un trabajo por la pandemia, consiguió un puesto como repartidora motorizada.
“Gracias a Dios iba despacio porque pesaba mucho el cajón. Había mucha presa porque era la hora pico. Por el Maxi Palí, íbamos todos en carretera, hay un ceda y yo avanzo por un lado. Había una patrulla que le dio campo a un señor que tenía un alto, y yo no lo veo.
“Seguí mi ruta subiendo y cuando lo vi lo tenía de frente. Como estaba lloviendo por más que frené no pude evitar el impacto. Lo recibí con la pierna. Lo que me dicen es que yo reaccioné con las manos y eso me hizo volar y fracturarme el hombro”, recordó el 17 de enero, en la cama 190 del Hospital del Trauma, un día antes de que le operaran la clavícula.
Según contó esta mamá de dos varones, uno de 25 y otro de 12 años, ese ha sido el primer accidente en su vida.
Desde los 18 años tiene licencia y maneja moto desde que tenía 10 años. “Nunca me había pasado absolutamente nada. Siempre he manejado con bastante prudencia. Solo sustos”, admite.
Uno de los pocos recuerdos que guarda de los primeros minutos tras el choque es estar en el suelo preguntándose “¿Por qué a mí?”.
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“Estaba inmóvil pensando que eso era un sueño, que esto no me podía pasar a mí. Al principio, me quedé unos segundos como analizando: ¿es en serio? ¿Me pasó a mí? Cuando reaccioné fue porque me dolía mucho la pierna.
“Después, cuando traté de sacar el teléfono, me di cuenta que no podía levantar el hombro. En mi pierna se veía la tibia. Los paramédicos me dijeron que era una fractura expuesta. Mi rodilla quedó bastante afectada”, comenta.
Como suele pasar en circunstancias como esas, lo primero que hicieron con Candy Mora fue trasladarla al hospital más cercano. En su caso, al San Juan de Dios. Ahí, comenta, la experiencia fue terrorífica.
“En el San Juan fue pésimo. Increíblemente, a como estaba yo, me dijeron que así tenía que irme para la casa. Les tuve que llorar y suplicar que yo no podía irme para mi casa. Me dijeron que me iban a enviar en bata de hospital en ambulancia.
“Tuve que llorar y llorar y llorar. Llegó una muchacha del INS (Instituto Nacional de Seguros), ella habló conmigo para ver si podía pedir el aviso de accidente. Mi hermana llegó en ese momento y entre ella y yo tratamos de convencer al doctor que me dejara esa noche mientras llegaba el aviso.
“Para el manejo del dolor solo una vez me dieron tramal. Ni siquiera comida porque dijeron que yo iba para acá (Hospital del Trauma)”, recuerda.
Ya en ese centro de salud la historia dio un giro radical. A Mora la cubre la póliza de Riesgos del Trabajo (RT) al haber sucedido el accidente en su jornada laboral.
Para esos días, previos al ingreso a clases y aún hospitalizada, Candy pensaba en su hijo de 12 años, que iba para sétimo año de colegio. No lo había podido ver, y eso le aguó los ojos varias veces durante la conversación.
Esta sobreviviente de cáncer de cérvix dijo haberse prometido a sí misma que también saldrá adelante de esto, como lo hizo con esa otra enfermedad, diez años atrás.
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“Todos los que manejamos moto lo hacemos a veces por trabajo y la mayoría porque nos gusta. Hay que tener muchísima precaución porque aunque uno trate de manejar muy bien hay que estar siempre atento a todo. Obviamente, el chasís es uno”, comentó.