Al menos, una vez al año usted recibe su visita. Si lo encuentran en casa, le toman la presión, lo pesan, revisan cómo está su carné de vacunas, le preguntan por la última citología y por el control de su diabetes. Quizá hasta lo hayan vacunado contra la gripe o el tétanos.
Viajan uniformados y, por lo general, arrastran un carrito refrigerado donde guardan las vacunas por si detectan que a usted o algún miembro de su familia le falta una, para ponérsela. Son los Asistentes Técnicos de Atención Primaria en Salud (Ataps), enviados por los Ebáis de todo el país a vigilar el estado de salud de las personas.
Son los mismos que hoy conforman el primer gran frente de batalla contra el nuevo coronavirus. Esas visitas, casa por casa, los convierten en los mayores conocedores de la situación en la que viven muchas familias y sus riesgos. No solo sanitarios, también sociales y económicos.
En el primer operativo masivo de toma de muestras para detectar covid-19, realizado en Pavas la última semana de junio, este personal fue clave para lograr una exitosa convocatoria: se lograron recoger 1.201 muestras en tres días, y se identificaron 54 casos positivos del nuevo coronavirus.
El seguimiento que posteriormente se le ha dado a esos enfermos con el rastreo de sus contactos, confirmó la presencia de la enfermedad en 396 personas más. En total, 450 vecinos de Pavas se mantienen aislados en sus hogares y en vigilancia de la evolución de su condición de salud.
La Nación conversó con dos Ataps de Coopesalud, la cooperativa contratada por la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) para administrar los servicios de atención primaria para 88.000 habitantes del noveno distrito, en el cantón central de San José.
Brenda Figueroa Loáiciga y Cristina Gutiérrez Hidalgo estuvieron en el equipo de 15 Ataps de Coopesalud responsables de convocar a los vecinos a los sitios de recolección de muestras, entre el 25 y el 27 de junio pasados.
Vocación supera el miedo
Al entrar al salón comunal, en el precario Óscar Felipe, Brenda Figueroa cruzó la mirada con aquella señora entrada en la quinta década de vida, que unas horas antes le había dicho que no acudiría a tomarse la muestra porque “de por sí de algo se tenía que morir”.
Cuando la vio ahí, con tapabocas, haciendo la fila para la toma de la prueba, sintió que el intenso y agotador trabajo de aquel día había valido la pena solo por ella. Únicamente se saludaron moviendo la mano, de lejos. No cruzaron palabra.
Su capacidad de observación y la sensibilidad desarrollada a lo largo de ocho años de trabajar como Ataps, le permitieron a Figueroa definir en poco tiempo con cuáles palabras le llegaría al corazón de la señora para convencerla de salir de su casa, caminar un trecho largo, y realizarse la muestra.
La vivienda no era ni un rancho, porque no estaba hecha de latas o cartón. Tampoco era una casa como las conocemos. Era una especie de agregado. Ahí viven unas cinco personas, incluida la mujer que, en el primer minuto de contacto con Figueroa le dijo que no le importaba enfermar.
“Traté de llegarle al corazón y explicarle que lo que hacíamos era porque nos preocupaba ella y la comunidad. Le dije que, aunque no le importaran sus vecinos, se preocupara por sus nietos porque si ellos enfermaban iban a estar solos en un proceso doloroso y triste”, comentó.
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“¿Cómo supo que tenía nietos?”, le preguntamos.
“Porque cuando llegué, una niña le gritó desde el fondo de la casa ‘¡Abue, la llaman por teléfono!‘. Ahí me di cuenta sin necesidad de preguntarle.
Horas después, Brenda la reconoció en la fila del salón comunal.
Figueroa realiza sustitución de Ataps y por eso mismo ha recorrido en los últimos dos años cada rincón de Pavas: desde los sitios más pobres, hasta los barrios de los pobladores más pudientes.
Está acostumbrada a jornadas agotadoras y de alto riesgo, pero esta vez, con covid-19 sombreado entre las casas, reconoce que tuvo miedo. No por ella, sino por quienes viven en su casa: su esposo asmático, su hija de 11 años y la suegra, de 75 años.
La provisión de equipos de protección personal y la capacitación que le dio Coopesalud para participar en este operativo, le inyectaron confianza, y el miedo pasó a segundo plano.
“Nos sentimos protegidos del virus. Además, los líderes comunales estaban muy anuentes a ayudarnos. Uno de los lugares que me correspondió fue la escuela de Finca San Juan. La directora estuvo en todo momento encargándose con el personal de limpieza y guardas para que nos ayudaran. El proceso fue bastante ordenado y organizado”, describió Figueroa, de 40 años y vecina de Jardines de Cascajal.
Regresar al origen
Cristina Gutiérrez tiene 27 años como Ataps. Todos en Pavas. Aunque desde hace 16 se mueve más por las zonas residenciales de ese distrito, para el operativo de covid-19 de finales de junio le tocó regresar al origen de su carrera como asistente de atención primaria.
El precario Bribrí, en donde hay unas 300 casas, la recibió hace 27 años, y nuevamente le abrió sus puertas el 25 de junio, durante el primer día del operativo.
“El Bribrí que yo dejé se quemó en un trágico incendio, hace como 17 años. Lo reconstruyeron. Sigue siendo un precario pero se han animado a hacer más casitas.
“La verdad, me gustó la experiencia, casi que única en la vida. Consideramos un privilegio haber sido elegidas para esto. A mí no me dio miedo, la verdad. Contamos con buenos equipos de protección, hemos sido muy instruidos, y si uno tiene los cuidados y todo lo que se nos ha dicho, no pasa nada”, comentó.
Con los días, se han dado cuenta de que tuvieron contacto con casos que posteriormente dieron positivo, pero hasta ahora ellas se mantienen en buenas condiciones porque cumplieron con el distanciamiento social recomendado durante el trabajo de convocatoria.
Ella vive en Desamparados, junto a su esposo y un hijo de 18 años. También cuida a su mamá, una adulta mayor que vive sola y a quien ella asiste.
“Soy muy positiva, no digo que no me vaya a enfermar. Sé y soy consciente que soy parte del porcentaje de costarricenses que podrían enfermar de esto. Pero tomo mis medidas. En cuanto tenga miedo me debilito. Por eso, lo tomo con actitud positiva.
“Jamás pensé estar en primera línea. Entramos y ya después uno se da cuenta que entró en contacto con positivos. Pero no, no, no pasa nada. Ya pasó una semana, y nadie enfermó. Creo que salimos invictos, pero sí tuvimos mucho cuidado en ser obedientes. Cuando uno es obediente no desafía a las enfermedades”, comentó.