¿Cuánto cree que le tomará a usted empezar a ver que su vida mejora o vuelve un poco a la ‘normalidad’ tras la pandemia?
¿Y cuánto tiempo calcula que le llevará a su comunidad, a su país y al mundo alcanzar la misma meta?
Un estudio conjunto que desarrolla desde abril la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y la de Konstanz, en Alemania, revela que, en lo individual, cada persona espera mejorar su situación en los próximos seis meses.
Sin embargo, esa ventana de tiempo crece cuando se trata de mirar fuera de sí mismos: la percepción se incrementa uno y hasta tres años cuando se trata de la comunidad, el país o el mundo.
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Costa Rica forma parte de una investigación, junto a otros 15 países, titulada Percepción de riesgo y comportamiento humano en el contexto de la pandemia del coronavirus, que a lo largo de diferentes momentos –del 13 de abril del 2020 al 30 de enero– ha medido cómo las personas reaccionan a los efectos e impactos de la covid-19.
Esa investigación ya ha emitido varios informes. Uno de ellos identificó a los hombres de entre 18 y 29 años como el grupo más proclive a dejar las prácticas para frenar la covid-19.
El más reciente analizó las respuestas que 2.262 costarricenses dieron a dos de varias preguntas formuladas en un cuestionario en línea: ¿cuánto tiempo piensa que va a transcurrir para que las cosas empiecen a mejorar (para su persona, la comunidad, el país y el planeta)? Y, ¿cuánto tiempo piensa que va a transcurrir para que las cosas vuelvan a la normalidad (para usted, su comunidad, el país y el planeta)?
Quienes contestaron las preguntas tenían, en promedio, 34 años (edad mínima 18 años, edad máxima 84 años), 58% eran mujeres, 42% hombres, 58% estaban solteros, 33% casados o en unión libre, y 8% divorciados, separados o viudos.
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Un 48% se identificó como trabajador asalariado, un 9,5% como trabajador independiente, 31% estudiantes y 4,1% jubilados, entre otros. Esta no es una muestra aleatoria y sus resultados no son generalizables a toda la población nacional.
Desplazo para no sufrir
A partir del 16 de agosto del 2020, según el último informe con datos analizados hasta el 30 de enero, tanto la percepción del tiempo para retornar a la normalidad como la percepción del tiempo que va a tomar mejorar las cosas para la comunidad, el país o el planeta superan a la que tiene la persona para sí misma.
Esta conducta se puede interpretar como un mecanismo de supervivencia que le permite al ser humano gozar de cierto bienestar frente a una situación de crisis, como la agudizada por la pandemia.
Volver a la normalidad no significa volver al periodo antes de la pandemia porque, según los investigadores, la mente supera esa historia. Volver a la normalidad es regresar a una condición de ausencia de pandemia.
Cuando se le pregunta a la persona sobre el tiempo que calcula tomará para mejorar (él o ella, su comunidad, el país o el planeta), se hace referencia los mecanismos que antes de la pandemia no funcionaban bien: desde la economía hasta el sistema de salud.
“Al 30 de enero, la persona seguía pensando que su situación individual iba a mejorar en un periodo que está alrededor de los seis meses. Es un mecanismo resistente al cambio. Siguen pensando muy parecido respecto a ellas mismas, independientemente del periodo en el que se encuentre la pandemia.
“Esto podría ser una forma de proyección y desplazamiento. Es decir, la amenaza de la situación la saco de mí, la desplazo hacia afuera y la proyecto. Obviamente, esto se hace para que yo pueda tener control sobre mis emociones, para que no me afecte. Para no sufrir, al fin de cuentas”, interpreta Benicio Gutiérrez Doña, investigador principal del estudio para habla hispana y catedrático de la UNED.
Según Gutiérrez, al revisar las respuestas por edad, el grupo de los más jóvenes (entre 18 años y 29 años), mostraba un mayor interés de que la situación se resolviera en cuestión de pocos meses, al finalizar enero.
No se detectaron diferencias significativas en la percepción por género.
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“El 13 de abril, los hombres pensaban que este asunto iba a empezar a mejorar en alrededor de seis meses. El 29 de octubre, la percepción cambió y aumentó a uno y dos años. Los seres humanos somos así, oscilatorios conductual, emocional y cognitivamente.
“Esto nos permite adaptarnos al entorno. Si no fuera así y si tuviéramos patrones de adaptación fijos, ya nos hubiéramos extinguido como especie. La oscilación es un mecanismo que garantiza la sobrevivencia”, explicó Gutiérrez, quien es psicólogo, con un doctorado en comportamiento humano.
Como una guerra mundial
Los efectos en las personas de una pandemia de las dimensiones de la desencadenada por la covid-19 son comparables con los de una guerra mundial.
“Es un macroestresor. La característica principal de este macroestresor es la falta de controlabilidad”, explicó Gutiérrez Doña.
Con base en las investigaciones y en la experiencia de la última gran pandemia, la generada por la AH1N1 (2009), las secuelas más agudas de la causada por el SARS-CoV-2 se sentirán en un periodo que va de uno a tres años.
Ese es el tiempo, que según Gutiérrez Doña, le tomará al país y al mundo aprender a controlarla bien.
“Estamos en el segundo año, que va a ser más suave que el primero. Basado en el principio de inferencia analógica, no esperaría un agravamiento. No tengo una visión apocalíptica para esto. El planeta está entrenado.
“El primer año de entrenamiento es el más estresante, con la afectación en fase aguda. El segundo año recibiremos los impactos crónicos. Me atrevería a decir que el 2021 y hasta marzo del 2022 va a ser la fase de descenso. Y la fase pospandémica es cuando la OMS (Organización Mundial de la Salud) declare que no hay pandemia”, explicó.
Todavía estamos en la fase pandémica avanzada, que se caracteriza por la transición de la fase aguda (primer año) a la crónica.
Se abre, entonces, una ventana de desafíos, sobre todo para aquellos grupos de población caracterizados por lo que llaman los expertos “sistema inmunológico social” debilitado.
Son las personas que afrontaron una o múltiples pérdidas: trabajo, casa, amigos, familia.
Ese sistema inmunológico social está formado por los recursos personales (inteligencia y autoestima, por ejemplo), y sociales, y también protege a la persona de enfermedades, explicó Gutiérrez.
Según Gutiérrez, la adaptación de los seres humanos a este evento estresante (la pandemia) dependerá de seis factores: el tiempo; la cantidad y la severidad de recursos perdidos por la pandemia; y la cantidad y tipo de apoyo social que puedan movilizar y recibir de diferentes fuentes de apoyo como sus amigos, familiares, comunidad y organizaciones.
Esa adaptación también dependerá de las capacidades individuales (inteligencia) y los recursos de personalidad (resiliencia, fortaleza del yo); de la valoración y el significado que cada quien atribuya a la pandemia (si la ve como amenaza, daño o pérdida, beneficio, reto o irrelevante); y de las estrategias que use la persona para afrontar la situación.
“Tiene que ver con el apoyo social recibido, el tipo y la fuente de ese apoyo. Es como si fueran linfocitos en sangre, los linfocitos que nosotros cuantificamos en el sistema inmunológico social, son los amigos, familiares, los grupos informales y los formales (organizaciones).
“Si no se activan los soportes, se activarán espirales de pérdida, que lo van a afectar en su salud física, afectiva y mental. No es solo un bono Proteger, es que todo el aparato, todas las instituciones que ha desarrollado a este país, sostengan y fortalezcan al grupo más debilitado”, advirtió el investigador.
Si todo ese aparato no entra a dar soporte, reiteró, la consecuencia que ya se ha anunciado es un incremento importante en los casos de depresión, ansiedad, somatización, estrés postraumático de tipo acumulativo, burn out, adicciones, y una disminución sustancial de la calidad de vida física, mental, social y ambiental.