La crisis comenzó a gestarse desde el 2005 pero estalló en el 2011 cuando el llamado Grupo Dallas (médicos de EE. UU.) advirtió que la mortalidad por cirugía cardíaca en Costa Rica era de un 31%, mientras en otros países rondaba el 3% o 4%. Los problemas de la entonces Unidad Cardíaca del Hospital Nacional de Niños se resumían en deficiencias detectadas en la técnica quirúrgica que conducían a elevadas tasas de mortalidad; también a un mal clima organizacional.
Ese inolvidable 2011 la bomba estalló; al menos públicamente, porque a lo interno del Hospital de Niños cirujanos cardíacos, intensivistas y cardiólogos acumulaban varios años de roces que volvían irrespirable el aire de trabajo ahí.
Informes médicos que se filtraron a la prensa y fueron publicados por La Nación, revelaron la magnitud de la crisis, que llegó a afectar a decenas de pequeños con malformaciones cardíacas congénitas y a sus familias.
Fueron años oscuros para un hospital que está instalado en el corazón de los costarricenses desde hace casi seis décadas. Las autoridades médicas de entonces negaron reiteradamente la crisis, y fue necesario hacer cambios.
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La discusión sobre el tema, investigado por este diario, llevó a una reorganización del programa de cirugías cardíacas, y una intervención de la Defensoría de los Habitantes y el Instituto Costarricense de Investigación y Enseñanza en Nutrición y Salud (Inciensa).
El Inciensa tomó la base de datos del HNN y concluyó que la mortalidad por este tipo de cirugías en el 2010 fue del 26,2% y no el 15,4%, como decía el hospital.
Hay que recordar lo que pasó para valorar el nivel alcanzado desde entonces con el paso de los años, y tras el aporte invaluable de un médico que, en sus años de estudiante de Medicina, se formó en los salones de ese hospital pediátrico: Eduardo Da Cruz Dos Santos, quien llegó en el 2014 a ayudar a juntar las piezas y a reacomodarlas.
Por supuesto, no lo hizo solo. El Hospital de Niños tenía un sustrato importantísimo en su equipo humano que permitió dar un urgente golpe de timón. Primero, de la mano de quien fuera su director en el 2014, Orlando Urroz Torres, y luego de Olga Arguedas Arguedas. quien ha dirigido el barco desde el 2015.
Urroz fue el primero en reconocer la crisis y la necesidad de hacer algo. Por iniciativa de Arguedas, quien conocía a Da Cruz desde los años de estudiantes de Medicina, se contactó al médico en Colorado, Estados Unidos, y se coordinó para que la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) y las autoridades la Junta Directiva de aquellos años aprobaran su trabajo de acompañamiento.
El plan a diez años (finaliza en el 2025) y en tres fases, integró el trabajo de la Unidad Cardíaca con los servicios de Cuidados Intensivos, Cardiología, Enfermería y Cirugía Cardiovascular. Desde entonces se conoce como Programa Cardiovascular Pediátrico.
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Anualmente, 500 bebés nacen en el país con malformaciones cardíacas; el Hospital de Niños es el único centro en la red de servicios de la Caja con capacidad para darles algún tipo de solución.
“Han existido enormes mejoras, pero tenemos grandes ambiciones. Yo todavía no estoy satisfecha. Tenemos que mejorar más. Estos esfuerzos hay que redoblarlos porque la pandemia ocasionó un impacto importante en las actividades quirúrgicas. Estamos luchando con ponernos al día con las cirugías electivas”, manifestó en agosto Olga Arguedas.
“Estos programas, que son ambiciosos y complejos, siempre enfrentan dificultades; en Costa Rica y en países desarrollados. La clave es el reconocimiento de que esas dificultades existen y la disposición de todos a mejorar”, agregó la pediatra, quien reconoce las sustanciales mejoras realizadas desde el 2014.