Una de las tareas más difíciles en las cuales participó la emergencióloga Monserrat Herrero durante esta pandemia fue la reorganización de los servicios hospitalarios para ajustarlos a la oleada de enfermos de covid-19 y asegurarles la atención más oportuna posible. Así lo hizo desde el servicio de Emergencias del Hospital San Rafael de Alajuela, epicentro del golpe de la primera ola pandémica, en marzo del 2020.
La presión y el estrés que esto generaba, sumado a la incertidumbre de una nueva y amenazadora enfermedad respiratoria, provocó en esta especialista dificultad para dormir, contracturas musculares y dolores de cabeza. “¿Cuántos más van a llegar? Nuestro agobio no era tanto por la cantidad, sino por buscar la forma de que no se murieran y encontrar los sitios donde se les pudiera atender”, recuerda. Herrero está casada y es mamá de un niño de seis años.
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Hubo momentos en que ahí llegaron a atender hasta 15 pacientes intubados o con dispositivos de alto flujo, quienes implicaban una complejidad mayor a la que usualmente se atiende en un servicio de emergencia. “Fue un momento de muchísimo estrés”, reconoce. Este es su relato, dos años después de que se declarara la emergencia nacional por la covid-19:
“Cuando todos empezamos a trabajar en el hospital lo más difícil fue la reconversión y cambios de servicios, específicamente en emergencias. Realmente, no sabíamos qué esperar. Veíamos lo que pasaba en otros países pero no sabíamos cuál iba a ser el impacto directo sobre nosotros, nuestros pacientes y el hospital.
“Fue muy difícil, especialmente por el poco conocimiento que teníamos y aún tenemos de la enfermedad. El temor inicial no es si me voy a enfermar o no, sino a quién voy a enfermar. Sobre todo a familia, hijos, papás. Hubo momentos de mucha angustia y tensión.
“Como personal de salud no debemos tomar nunca en una posición de mártir o víctima. Todo lo contrario. La nuestra siempre fue una posición de querer ayudar porque es nuestro trabajo. Nunca fue ‘pobrecitos porque están en la primera línea.’ La intención siempre fue ayudar y resolver.
“Para mí no fue tanto la cantidad de trabajo, sino ver que, en algún momento de la pandemia, no había suficiente conocimiento sobre la gravedad de la situación. Muchas veces, los compañeros de trabajo nos sentimos solos. Cuando veíamos esos mensajes de quédese en la casa y ver que eso no pasara, nos hizo sentir muy solos. Hay un desgaste emocional de ver tanto sufrimiento y muerte. Eso es un recordatorio de lo valiosa que es la vida y de lo poco certera que es”.
Incertidumbre y mucho trabajo
“Al principio, no sabíamos absolutamente nada del virus y era muy difícil hasta cuidarse. Después empezamos a ver que no solo eran usuarios con factores de riesgo. Vimos también personas sin factores de riesgo enfermas. Vimos a muchos jóvenes intubados. Al final, era como jugar una ruleta rusa.
“Esto fue complejo a la hora de reconversión de las camas. En Emergencias no podemos mantener a los pacientes, tenemos que asignarle una cama dentro de otro servicio en el hospital. Llegamos a estar muy saturados. Recuerdo a uno de mis colegas manejando 15 pacientes intubados en el área de respiratorios de emergencias. Y esto no solo fue en Emergencias de Alajuela. Fue en todos los hospitales.
“También hubo que trasladar pacientes a otros hospitales. Esto conlleva un despliegue de logística importante y de temor a cometer errores, a saturarse y a no tener capacidad resolutiva. Esto, sumado a que es normal que el servicio se sature de todas las otras emergencias que no eran covid. No podíamos tampoco descuidar un paciente politraumatizado, a un paciente con un infarto que requiriera hemodinamia, no podíamos descuidar esos otros esfuerzos.
“El trabajo se duplicó o triplicó y fue muy complejo para todos los hospitales, pero para nosotros especialmente en Alajuela. Recuerdo que tuvimos reuniones y recambios, hacíamos una cosa y echábamos para atrás. Al final, logramos, gracias a Dios, contener a la gente que llegaba y darle una disposición adecuada.
“Uno de los momentos más difíciles fue probablemente con la oleada de delta. Fue cuando tuvimos la mayor cantidad de pacientes ventilados en emergencia. Fueron 15 o 16 pacientes intubados o con dispositivos de alto flujo, que representan una complejidad mayor a la que usualmente se mantiene en un servicio de emergencia. Fue un momento de muchísimo estrés. Yo me preguntaba cuántos más van a llegar, pero nunca en una posición de agobio por la cantidad, sino por buscar la forma de que no se murieran y encontrar los sitios donde se les pudiera atender.
“También uno de los momentos más duros fue al principio, cuando había mucho miedo. Nos preguntábamos qué medidas de bioseguridad íbamos a tomar, cómo íbamos a separar a los pacientes o a proteger al personal, si teníamos los fármacos necesarios para preparar toda una serie de protocolos para basarnos en escalas de severidad, cuál era el mejor tratamiento. Eran muchas cosas a la vez en las que teníamos que pensar sin un plazo porque ya estaba ahí, y había que afrontarlo”.
Encarar la muerte
“Uno está entrenado para ver la muerte constantemente como médico, pero verla en tanta cantidad, en tantas familias y de tantas edades y ver también lo poco que uno podía hacer, uno se sentía un poco inseguro en cuanto a qué debía hacer. Fue sumamente triste y doloroso. Varias veces llegué a llorar a la casa.
“Gracias a Dios, de covid creo que aún no me he enfermado, tampoco de ninguna otra cosa de gravedad, pero claro que hubo momentos en que pasé contracturada, no podía dormir bien, con dolor de cabeza. Sí hubo muchos compañeros que se contagiaron de covid. En el servicio, tuvimos una médica general que falleció por covid. Esto generó un impacto muy grande y fue un duelo que tuvimos que pasar en medio de la pandemia.
“Había que concientizarnos que no estábamos exentos de enfermar o de morir y que eso siempre podía pasar en cualquier momento, lo cual siempre generaba más miedo al entrar a una sala a atender a un paciente”.
“Recuerdo que empezamos a hacer espacios donde sacábamos un grupo de médicos generales y enfermeras a hacer ejercicios de respiración o ejercicios meditativos. Se sacaban unos 30 minutos para liberar ese estrés. Se llamaban pausas activas.
“Pero, en términos, generales, fuera de esos espacios que nosotros buscábamos no había ni tiempo ni un acompañamiento de tipo psicológico, que es importante en estas cosas y que fuera constante. En la institución esto era muy abierto: uno puede pedir ayuda, pero así como recibir atención de afuera a darnos contención, no que yo recuerde.
“La soledad la sentimos cuando hubo personas que reaccionaron de una manera distinta a la esperada. Las que andaban en la calle en fiestas. Cuando empezaron a abrir las playas y se veían esas filas de gente... Siento que al personal de salud lo dejaron solo un tiempo nada más ataje, ataje, ataje. Estoy segura que también hubo gente que se tomó las cosas en serio. Pero otras no. Uno hubiera querido un poquito más de conciencia y de respeto a las normas.
“Ahorita me siento muy bien. Mucho más tranquila viendo que hay muchísima gente vacunada y que la letalidad y la gravedad de los casos ha disminuido. Siento que después de esto difícilmente las cosas retornen a la normalidad.
“Hay que darnos cuenta de muchas deficiencias que, como seres humanos, hemos causado al mundo, al daño que hemos hecho de tantas maneras. Hay que hacer un ratito de meditación y pensar qué vamos a hacer para que esta situación que vivimos como país y como mundo nos permita vivir mejor como seres humanos”.