Todo hacía presagiar que enero del 2021 sería el mes cuando los hospitales se quedarían sin camas ante el incremento explosivo de enfermos con covid-19.
Todo también indicaba que los médicos estrenarían el año poniendo en práctica el protocolo con los lineamientos bioéticos para escoger quién sí y quién no tendría derecho a una de las ‘codiciadas’ camas para enfermos críticos, en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).
No pasó.
El país, eso sí, bordeó ese peligroso límite en los últimos días de diciembre como consecuencia del comportamiento que muchas personas mostraron a las puertas de las fiestas de fin de año. ¿Recuerdan?
Fue cuando el gerente médico de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), Mario Ruiz Cubillo, hombre de ciencia pero también de fe, reconoció, apenas el 4 de enero, que “solo un milagro” evitaría que los hospitales colapsaran tras desarreglos de fin de año.
Lo que ocurrió, por ahora, no tiene explicación clara. Lo que hay son hipótesis o supuestos entre los especialistas para identificar las variables que podrían haber intervenido en la reducción de casi un 40% en la tasa de contagio de la covid-19, registrada a mediados de enero.
El descenso ha continuado hasta la fecha, aunque de manera más estable. Al punto que la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) anunció la desescalada de camas covid-19 para comenzarlas a dedicar a otras patologías no covid.
Los hospitales arrancaron el 1.° de marzo con la recuperación de citas, procedimientos y cirugías suspendidos en el 2020 para dar prioridad a la atención de la pandemia.
Varios expertos consultados por La Nación en febrero no ocultaron entonces su intriga. Reconocieron estar sorprendidos positivamente. Las proyecciones que en su momento se hicieron para dibujar un oscuro escenario para inicios del segundo año pandémico, no se cumplieron.
El 28 de enero, tanto el Centro Centroamericano de Población (CCP), como la Unidad de Investigación de la Escuela de Medicina de la Universidad Hispanoamericana, dieron a conocer una tasa de contagio (o tasa R) de 0,81, la más baja en nueve meses, y con tendencia a la reducción en las últimas dos semanas.
Ese indicador, aunque muy dinámico, da una idea de la velocidad con la que se está diseminando el virus en el territorio. Ese 0,81 indica que 100 infectados contagian el virus a 81, lo cual deja ver que la rapidez de la propagación disminuyó porque son menos las personas infectadas por cada portador del virus.
Como se aprecia en el siguiente gráfico, apenas el 28 de diciembre la tasa R sobrepasaba el uno, lo cual indica que había constancia en la transmisión pero con tendencia a una peligrosa alza.
En junio, considerado el punto más alto hasta ahora en toda esta emergencia, esa tasa se acercó peligrosamente a 2, con un registro de 1,6, incrementando el riesgo de duplicación de casos con cada portador.
El informe más reciente ubicaba la tasa R en 0,96 para el 11 de marzo.
“Lo más importante ha sido la caída en la tasa de reproducción, y en el número de nuevos casos. Esta caída es a partir del 2 o 3 de enero. Es una caída profunda, profundísima, que nadie esperaba, para ser honesto”, comentó a finales de enero el demógrafo y salubrista Luis Rosero Bixby.
Los casos a los que se refiere Rosero son los de las últimas dos semanas de enero, que descendieron del promedio de 1.000 o más al día, y que este martes 2 de febrero se colocaron en 440 casos confirmados nuevos.
La pediatra infectóloga María Luisa Ávila Agüero, aclara que las proyecciones que se hacen no pasan de ser eso, proyecciones.
“No significa que lo que se indica vaya a pasar. En una pandemia, uno se prepara para el peor escenario, cruzando los dedos para que suceda el mejor escenario, y en este caso se dio”, manifestó la también exministra de Salud (2006-2011) quien, aseguró, sigue creyendo que la población costarricense, en términos generales, es muy educada en salud.
Para el martes 2 de febrero, el Ministerio de Salud informó de que estaban hospitalizadas 426 personas, cifra lejana de los 604 del 4 de enero. En Unidad de Cuidado Intensivo (UCI) estaban 179, también distante de los 256 del 4 de enero.
Esos números han caído sustancialmente desde entonces. Los más recientes, suministrados en el informe epidemiológico del Ministerio de Salud, el 16 de marzo, 241 enfermos de covid-19 permanecían hospitalizados; 130 de ellos en Cuidados Intensivos (UCI).
El país alcanzó los 210.447 casos confirmados de la covid-19 ese martes, con los 1.354 contagios nuevos que se sumaron en los últimos cuatro días, con un promedio de 338 diarios.
Para esa fecha, ahbía 2.886 fallecidos registrados desde marzo del 2020.
A finales de diciembre, incluso, en la primera semana de enero, el porcentaje de ocupación total sobrepasó peligrosamente el 80%.
Hasta ese jueves 28, del total de camas para pacientes críticos, severos y niños en todos los hospitales públicos, 175 tenían algún enfermo y 159 estaban libres. De estas últimas, 25 correspondían a las apartadas para la atención de pacientes críticos.
En entrevista con La Nación, a finales de enero, el ministro de Salud, Daniel Salas Peraza, también admitió la sorpresa, pero aclaró que el país no ha dejado de sentir la presión sobre los servicios de salud.
“Lo cierto es que a nivel de internamiento no hemos tenido la presión que eventualmente se vislumbraba, tampoco la cantidad de casos. Pero hay que tener claro que la capacidad del país ha estado en el límite”, manifestó el ministro.
El presidente ejecutivo de la Caja, Román Macaya Hayes, ha insistido en que, a pesar de las cifras positivas, no se puede bajar la guardia.
“Seguimos en pandemia. Las recomendaciones siguen vigentes. Los números son mejores que en diciembre, pero eso no significa que estamos en una zona de confort”, dijo Macaya.
Comportamiento social
Dos epidemiólogos, una infectóloga y un psicólogo experto en comportamiento humano, consultados por aparte, coinciden en que una de las hipótesis más fuertes para explicar esa reducción está ligada a la forma en que se portaron las personas.
“Aquí la hipótesis que todos hacíamos era que las personas se iban a enfiestar. Iba a haber mucha reunión familiar, se iba a bajar la guardia en el uso de la mascarilla por fatiga y esto iba a producir una segunda ola.
“Algo de eso pasó en diciembre, pero no pasó con la fuerza esperada. Para mí la única explicación que encuentro es que la población costarricense se portó, como promedio, bien”, expresó Luis Rosero Bixby.
El salubrista y demógrafo aclara que eso es solo para intentar explicar que la subida no fue tan fuerte en diciembre porque para lo que se está viendo en enero, aclara, entran a jugar otras variables. Entre ellas, el efecto de las restricciones a la circulación y a las reuniones.
“Otra posibilidad: algo que sí sabíamos que pasa en enero, es la llamada cuesta, en la que el costarricense está sin plata, se queda en la casa, solo los que pueden salen, hay menos interacción... menos actividad económica y social”, afirma Rosero, quien también atribuye este comportamiento a la dinámica misma de la epidemia: después de alcanzar un pico son de esperar estas caídas.
Los efectos sobre la mortalidad de esta reducción en la tasa R y, en consecuencia, en el número de casos, se esperan notar para las próximas dos semanas. El número de fallecidos por causas relacionadas con la covid-19 se ha mantenido alrededor de 15 diarios, con tendencia a la baja.
Para marzo, el promedio bajó a menos de diez casos diarios.
“Este es un descenso que esperaríamos siga así. Una de las repercusiones más visibles es la disminución de las hospitalizaciones. Por lo menos, ya estamos alejándonos del borde del abismo, donde tuvimos días con cifras graves, con más de 600 y con las UCI bordeando el colapso”, manifestó Ronald Evans, investigador de la Universidad Hispanoamericana.
El profesor de epidemiología de la Universidad Nacional (UNA), Juan José Romero Zúñiga, admitió que lo que él esperaba en la cuarta semana de diciembre y en las primeras dos de enero eran informes de entre 1.800 y 2.400 casos nuevos por día.
“¿Será que ya estamos matando esta ola y vamos rumbo al control de la enfermedad? Sinceramente, no estoy tan seguro de que vayamos a llegar a tener una cantidad de casos sustancialmente baja, que sería llegar a tener menos de 400 casos. Pero la tendencia va hacia allá”, interpretó el especialista.
Romero recordó que el primer gran brinco en el número de casos fue entre junio y julio, con un incremento importante, que se agudizó en julio, se mantuvo en agosto, y luego despegó con más fuerza en setiembre, coincidiendo con una mayor apertura tras la estrategia ‘Costa Rica trabaja y se cuida’.
“De ahí en adelante, nos hemos mantenido de una forma oscilante, pero con una tendencia a mantenernos en la cantidad de casos en cerca de 1.000, más menos 50 casos diarios, en los últimos tres meses. A partir de octubre, registramos entre 950 y 1.050 casos diarios en promedio, pero en enero, tuvimos la primera semana con un incremento importante y de ahí hemos venido decayendo”, agregó Romero.
El epidemiólogo aclaró, como lo ha venido haciendo desde el inicio de la emergencia, que lo reflejado en las estadísticas son los casos evidentes. Los asintomáticos no los vemos, y los sintomáticos leves no van al sistema de salud.
“Una buena parte de lo que estamos viendo es una apariencia: una aparente reducción en la cantidad de casos. Esto quiere decir que muy probablemente tengamos bastante más infectados y contagiados que los que estamos viendo. Fácilmente, en Costa Rica deberían haber 1,2 millones de personas expuestas. Lo que estamos registrando en los números es una quinta o sexta parte de la realidad”, dijo.
Además, es importante tomar en cuenta que la mayor infección se da entre población joven, que pertenece a la Población Económicamente Activa (PEA). En este grupo, además, la enfermedad se comporta de manera asintomática o con síntomas muy leves.
Estas dos condiciones podrían explicar que muchos no se acerquen a los servicios de salud porque le huyen a una incapacidad o a una orden sanitaria, prefieran salir a ganarse la vida, pues muchos, quedaron sin trabajo y necesitan ingresos para que sus familias subsistan. En consecuencia, no quedan reflejados en las estadísticas.
Red sanitaria robusta
La capacidad del sistema de salud costarricense es otro de los factores que se suman a las variables para explicar el descenso que se está registrando, afirmaron los especialistas.
“Costa Rica, a pesar de lo que la gente crea, ha manejado bien el tema de la pandemia. Compare: no hemos sido de los países más restrictivos, pero nos ha ido mejor que Argentina o Panamá, y eso solo puede atribuirse a nuestro sistema de salud y a la educación de nuestra población.
“Por supuesto que no podemos dormirnos en los laureles, siempre hay focos de disidentes en la salud, en una era donde la infodemia está a la luz del día no podemos bajar la guardia para que podamos sacar cosas positivas de esto”, apuntó María Luisa Ávila, en referencia a la sobreabundancia de información, alguna de ella, falsa.
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Para Benicio Gutiérrez Doña, psicólogo con un doctorado en comportamiento humano, los investigadores asumen la tasa R “como la manifestación de la punta de un iceberg”.
“Desde el punto de vista de evidencia científica, esa no es la realidad como tal. Nosotros, en análisis comportamental, hacemos un proxy de la realidad. No es la realidad, es una aproximación a la realidad.
“Nunca vamos a saber cuáles son las cifras reales en ninguna pandemia o brote. En esto hay que ser, desde el punto de vista científico, humilde. Uno solo va a conocer solo una parte de la realidad. Nunca la realidad como tal”, aclaró.
En el comportamiento humano, explicó, hay un grupo que adopta las medidas, otro que las adopta y las abandona y uno que nunca las practica.
“Por eso, no doy por sentado de que esa variación sea permanente. Simplemente, es un proxy. La inmunidad de rebaño no la hemos logrado, seguimos siendo un país altamente vulnerable.
“Me alegraría que fuera un descenso permanente y entremos en fase pospandémica. Pero estamos rodeados de una pandemia viva”, advirtió Gutiérrez.