Aprender a pedir ayuda cuando la ansiedad golpea o cuando la depresión pareciera hundirlo a uno en un túnel aparentemente sin salida, se vuelve un asunto vital. Sin embargo, es un paso que, para muchos, resulta muy difícil de dar, pues la gran mayoría de las personas ven en ese grito de auxilio un signo de debilidad.
Pero resulta que ese llamado de ayuda no es sinónimo de fragilidad, aclara la psicoanalista Jessica MacDonald, directora de la Escuela de Psicología de la Universidad Nacional (UNA). Todo lo contrario.
“El problema es el estereotipo de que uno es frágil si busca ayuda. Y no. A veces, los más valientes son los que la buscan y reconocen que tienen un problema el cual deben entender y trabajar”, explica la psicoanalista.
Muchas veces, la salida fácil es refugiarse en el síntoma, acudir a los servicios de salud por la pastilla o el tratamiento para el perenne dolor de cabeza, la gastritis que estalla a cada momento o el dolor de espalda que nos inmoviliza un día sí y otro también.
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Los servicios de salud, recuerda MacDonald, están repletos de los policonsultantes: pacientes que son visitantes asiduos a las consultas médicas. Son personas, dice, que terminan con cirugías innecesarias porque aseguran que el problema lo tiene su cuerpo y no el manejo de sus emociones.
“Finalmente, es un ataque a uno mismo. Antes de medidas radicales, esos pequeños signos y una atención a tiempo tienen mejores resultados que situaciones que se vuelven más crónicas y difíciles de tratar”, advierte MacDonald.
Los primeros obstáculos a brincar en esa búsqueda de ayuda son la falsa sensación de “yo estoy bien”, “yo no tengo nada”, “yo no estoy loco”, “yo no tengo problemas”.
“Ese es el primer problema que debemos enfrentar pero como sociedad. Aunque ya lo estamos logrando. La pandemia nos permitió hablar de esto y reconocer que no todos estamos felices en esta felicidad recetada”, afirma Jessica Macdonald.
Acudir por atención psicológica no es signo de debilidad. Tiene el potencial de convertirse, incluso, en el camino de un proceso de autoconocimiento y de mejora personal insospechado.
“Puede ser hasta una inquietud de conocernos a nosotros mismos en esta ansiedad que me ataca y que no entiendo por qué me da. O esa sensación de falta de energía y vitalidad... ver la oportunidad, en estas situaciones, de buscar a alguien que nos pueda escuchar y atender.
“A veces, es un llamado de auxilio en situaciones límite. En otras, es la búsqueda de una mano amiga que me permita salir adelante. Veámoslo como una oportunidad de vida para crecer”, recomienda la psicoanalista.
“Nos parece más fácil buscar un médico que nos resuelva la gastritis que reconocer que tengo un problema que necesito entender y trabajar Los procesos de terapia son una oportunidad de crecimiento tan grande. Mucha gente agradece que por esta ansiedad que me dio descubrí mis potencialidades. Son personas que buscan ayuda y en ese proceso experimentan una maravillosa metamorfosis”, explica.
Apoyos grupales y comunales
Es cierto que no todas las personas tienen las facilidades de pagar este tipo de ayudas. En la Seguridad Social los equipos también están muy saturados. Sin embargo, desde las universidades públicas y privadas, los colegios profesionales como el de Psicólogos, y las organizaciones comunales se han abierto espacios de ayuda.
Según Jessica MacDonald, las terapias en grupo que se trabajan a nivel comunal tienen un enorme potencial de ayuda desde donde quiera que se les mire. Por ejemplo, le permite a las personas reconocer que no están solos y que no son los únicos que están experimentando esas crisis.
Junto a otras personas, descubren estrategias, comparten y socializan formas y cajas de herramientas. Son grupos de autoayuda y apoyo. “A eso deberíamos apostar como salud comunitaria en un país como el nuestro”, dice la psicoanalista.
La solidaridad entre las personas es una de las fuentes de mayor salud y con más capacidad terapéutica, también fuente para la promoción de la salud mental, agrega MacDonald.
“Si entendiéramos la importancia de las emociones, no como algo que tengamos que esconder, sino que son nuestro radar para entendernos. No hay razonamiento sin emociones.
“La ansiedad y la depresión son emociones tan gigantes que son difíciles de digerir, metabolizar incluso. En una terapia lo que se hace es tratar de metabolizar esas emociones. De eso se trata los procesos terapéuticos”, explicó.
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