Luz Marina Ávila Sáenz tiene 90 años recién cumplidos. Es viuda desde hace 33 años, abuela y bisabuela. Para entrevistarla, le enviamos un enlace a Google Meet al cual se conectó desde su celular porque notó que su computadora le daba problemas. Maneja la tecnología al derecho y al revés; es algo que aprendió en los últimos tiempos. Hablamos largo y tendido por esa vía durante casi una hora.
“Eso de estar uno encerrado en la casa sin hacer nada te lleva al cementerio”, dijo entre muchas frases contundentes. Conversamos el viernes 15 de diciembre antes de que saliera para las clases de catequesis que imparte en la iglesia católica de San Cayetano, en San José, las mismas que también da jueves y sábados.
Su agenda semanal está llena. Las mañanas de los lunes asiste a un grupo de cuentacuentos y por la tarde se entretiene con los “papelnonos”: abuelos que construyen instrumentos musicales de papel, con quienes aprovecha para tomarse un cafecito antes de salir de vuelta para San Cayetano.
“Los miércoles recibo un taller de manualidades porque nadie puede decir que lo sabe todo. Ahí lo que aprendo lo transmito a las señoras a quienes les doy un taller los viernes. El año pasado hicimos un atrapasueños”, cuenta.
Las mañanas de los jueves, viernes y sábados son para catequesis. Solo los martes y domingos se queda en casa, tiempo que aprovecha para limpiar y sembrar, o salir a hacer alguna compra.
Luz Marina, como le gusta que la llamen, es catequista desde los 14 años, cuando vivía en las inmediaciones de la iglesia La Dolorosa. También es la única sobreviviente del primer grupo de voluntarios que reunió la Asociación Gerontológica Costarricense (Ageco), en 1991, organización que en la actualidad tiene a casi 200 adultos mayores en diferentes programas de voluntariado.
Pero ella ha sido voluntaria desde que tiene memoria, afirma. Ya les contamos que se inició como catequista. Sin embargo, convertirse en costurera y maestra de manualidades le abrió las puertas a un mundo que hoy la tiene feliz y activa, pensando en el siguiente curso que impartirá a otros adultos mayores.
“Yo creo que el adulto mayor debe mantenerse siempre activo. Hay quienes se pensionan y se meten en la casa. El que se encierra en la casa es porque no quiere vivir, o quiere vivir enfermo.
“Yo quiero vivir hasta que Dios me diga”, cuenta con una vitalidad envidiable, la misma que le permite salir casi todos los días de su casa, sola, tomar el autobús y asistir a los cursos que imparte y a otros que recibe porque, enfatiza, “uno nunca deja de aprender”.
El voluntariado del cual es pionera doña Luz Marina está en auge entre las personas adultas mayores (PAM) costarricenses. Este es uno de los hallazgos del segundo informe sobre esta población presentado el 17 de octubre por el Centro de Investigación Observatorio del Desarrollo, de la Cátedra Envejecimiento y Sociedad, de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Este segundo informe analiza datos de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT), del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), correspondientes a los años 2017 y 2022.
En ese periodo, la participación de las personas adultas mayores en voluntariado pasó de 34.072 voluntarias a 48.110, un 41% más. En el 2022, el 35,5% de esas personas se dedicaban a labores de voluntariado en construcción y limpieza en la comunidad; un 28,6% a labores de cuido en otras familias; un 19,3% a trabajos comunales, cívicos o políticos, y un 16,6% en instituciones.
Con respecto al total de la población adulta mayor (de 65 años y más) hay un aumento leve pues se pasó del 8,6% de este grupo de edad dedicado en el 2017 a voluntariado, a 8,9% en el 2022.
El incremento se da pese a la pandemia de covid-19, que impactó en todos los ámbitos en los años 2020, 2021 y 2022. Los adultos mayores fueron los más afectados por el confinamiento obligatorio.
El estudio de la UCR destaca el aporte voluntario de las personas adultas mayores con valores como la solidaridad, el servicio desinteresado y la vinculación social.
“La participación social de las personas adultas mayores representa un derecho humano fundamental. Sin embargo, su mayor trascendencia radica en las contribuciones, muchas veces anónimas, que este grupo realiza a la sociedad costarricense.
“Garantizar el derecho a una participación social plena y efectiva en todos los ámbitos debe ser la prioridad del Estado, especialmente en la formulación, implementación y monitoreo de políticas públicas dirigidas a este segmento de la población”, destaca el informe.
El estudio también descubre que un grupo importante de personas adultas mayores realiza actividades dedicadas al ocio por salud y bienestar; actividades que buscan diferentes objetivos: recreación, diversión, entretenimiento y esparcimiento.
Según la ENUT, citada por el Observatorio, en el 2017 las personas adultas mayores que admitieron realizar actividades relacionadas con el ocio eran 101.704, mientras que en el 2022 llegaron a 144.000; un 41,6% más.
Eso quiere decir que en el 2022, al menos un 27% de estas personas realizaron alguna actividad de ocio, principalmente juegos de mesa, de video o al aire libre, colección de objetos y rompecabezas u otros (12%), seguido de visitas a parques y cines (9,5%) y actividades artísticas y cursos (5%).
Beneficios del voluntariado
Isela Corrales dirige los programas Gerontológicos de Ageco. Para ella, el voluntariado en las personas adultas mayores cumple una función muy importante como factor protector pues, entre otros muchos beneficios, le da sentido a la vida al ayudar a otras personas.
“Esto es importantísimo porque una de las cosas que se ve más afectada durante la vejez es el sentido de vida y el sentido de pertenencia porque se puede producir un desarraigo, por ejemplo, con la jubilación.
“Además, el grupo familiar tenía un conjunto de roles, pero los hijos se casan o se van y la pareja vuelve a quedarse sola. Todo cambia. Esto produce un desarraigo emocional y saltan preguntas sobre qué hago con mi vida”, explica Corrales.
Es por eso que el voluntariado en este grupo de edad constituye un espacio para retomar alguno de esos roles, sobre todo los que dan esos sentidos de capacidad, utilidad y posibilidad. Les da una razón de ser.
El perfil del voluntariado en adultos mayores cambió con el tiempo, asegura Isela Corrales. Se pasó de tener un alto interés por el asistencialismo en centros de ancianos, hospitales y grupos de niños, a labores más vinculadas a organizaciones sociales, trabajo ambiental, de promoción de la salud o educativas.
Cuando Ageco inició sus labores en 1980, su objetivo era sacar a la gente de la casa para que participara en espacios de aprendizaje. Los adultos mayores de hoy se han vuelto más exigentes y propositivos, reconoció Corrales.
Hay un porcentaje importante de jubilados que desean seguir aportando. Tienen un nivel socioeducativo muy alto, incluso con posgrados universitarios, y han manifestado interés en continuar como voluntarios en su área de especialización. Es el caso de los docentes pensionados, citó como ejemplo.
Es un ‘ganar ganar’
En la farmacia de Coopesiba, la cooperativa que brinda servicios de atención primaria en salud en Barva de Heredia, cuatro adultos mayores de la comunidad apoyan en el preconteo y empaque de medicamentos, especialmente, los de pacientes con enfermedades crónicas como diabetes o hipertensión.
El jefe de Farmacia de Coopesiba, Mauricio Chaves Villalobos, reconoció la ayuda enorme que estos voluntarios dan. Sin ella, los tiempos de espera de los asegurados para tener sus medicamentos serían muy altos. Estas personas colaboran de dos a tres días por semana, en horarios de 7 a. m. a 4 p. m.
“Ellos agilizan mucho el tiempo en Farmacia. Cuando no hay el preconteo de medicinas que ellos hacen la espera aumenta y hay un colapso del servicio.
“En Emergencias nuestro tiempo es de 30 minutos, y de una hora para pacientes subsecuentes. Si los voluntarios no estuvieran, la gente esperaría hasta cuatro o cinco horas, incluso podrían llegar a esperar hasta el otro día”, dijo Chaves.
Uno de esos voluntarios es María Isabel González Sánchez, de 76 años, vecina de Puente Salas. Por lo que ella cuenta, descubrió su vocación de servicio cuando cuidó a su mamá en el Hospital Calderón Guardia. Ahí sintió que le gustaba ayudar a otros pacientes que necesitaban apoyo.
Doña María Isabel ha realizado labores de cuido de familiares y vecinos por puro amor, sin recibir ningún pago. Y en Coopesiba apoyó muchísimo en los peores años de la pandemia de covid-19, cuando se realizaban jornadas de vacunación.
También forma parte del comité de salud de Puente Salas. “El beneficio no es solo para la farmacia, es para los pacientes. Y para mí esto es una terapia”, reconoce.
Uno de sus compañeros de voluntariado en Coopesiba es Manuel Enrique Cordero Vargas, un apasionado de las motocicletas que, a sus 75 años, dedica una parte importante de su tiempo libre como jubilado a ayudar en la farmacia.
Para Cordero tampoco es su primera incursión en el voluntariado. Ya tiene camino. Recientemente, entregó la presidencia de la Asociación Pro Hospital San Vicente de Paúl, donde trabajó 15 años.
“Me gusta el voluntariado porque es parte de mi forma de ser. Tiene que haber sensibilidad humana para meterse en esas cosas y sentirse uno bien. Me satisface estar ahí metido colaborando, preparándole paquetitos de medicamentos a personas que ni siquiera conozco o me conocen”, dijo.
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