Malaria o paludismo. Una enfermedad de la que escuchamos poco, pero que va en aumento desde 2015 y tiene en alerta especial a la zona norte. El territorio fronterizo con Nicaragua, especialmente zonas como Medio Queso o El Amparo, ambos en el cantón de Los Chiles, concentra el 85% de los diagnósticos.
“La cantidad de comunidades afectadas es de considerar y los casos siguen dándose. El punto es detectarlos a tiempo, tratarlos a tiempo, buscar contactos para romper cadenas”, manifestó Melvin Anchía, epidemiólogo de la región Huetar Norte de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
Sin embargo, la cantidad de recurso humano es insuficiente, tanto en términos de asistentes técnicos de atención primaria en salud (ATAPS) como de microbiólogos que puedan procesar y analizar las muestras para las pruebas diagnósticas. Por ello solicitaron a las autoridades una “brigada de atención primaria” para que al menos durante unos seis meses pueda ayudar a la contención de la enfermedad.
“La limitación de personal es un factor determinante. No hemos podido controlar“, alertó el especialista.
En el último año, el número de afectados en el país se duplicaron. Datos del Ministerio de Salud indican que, mientras que en el 2015 se dieron solo ocho enfermos y Costa Rica estaba muy cerca de eliminar la enfermedad, en 2021 hubo 228 casos y 2022 cerró con 451.
En otras palabras, en el último año subió un 99,12%, y entre 2020 y 2022 el incremento fue de 228%. No se han dado fallecimientos y los casos de malaria grave se cuentan con los dedos de una mano, pero la tendencia al alza en la incidencia preocupa.
En la zona norte, el aumento en el último año fue del 82,99%, un porcentaje que podría considerarse menor, pero que en términos de números absolutos es muy significativo, al pasar de 211 casos en 2021 a 384, a los se deben sumar 16 personas que trabajan en Costa Rica pero viven en Nicaragua y fueron atendidos allí. Esa región no solo concentra el 85% de los casos del país, también allí están cinco de los nueve focos activos .
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Isaac Vargas Roldán, de Control de Enfermedades Vectoriales del Ministerio de Salud, aseguró que la labor es fuerte en las zonas donde hay brotes activos y se trabaja con las comunidades.
Desde 2018, Costa Rica está en alerta sanitaria por malaria, pero en la zona norte no han logrado contenerla.
Para Anchía, la atención se complica porque el laboratorio del Hospital de Los Chiles no da abasto para procesar y analizar todas las muestras (la enfermedad se diagnostica con una prueba en sangre) y aunque el Ministerio de Salud puso a disposición una microbióloga, ella está en Florencia de San Carlos, a unos 100 kilómetros, lo que retrasa los diagnósticos y el inicio del tratamiento.
De acuerdo con el funcionario de Salud, en el Caribe históricamente se han tenido casos, pero bajaron considerablemente, pues están asociados a las migraciones y a la pesca deportiva. En el Pacífico central, entretanto, se dieron muy pocos enfermos y como no se encontró un caso índice se determinó que era un foco diferenciado.
Terreno fértil para la enfermedad
En los territorios transfronterizos se unen varios factores para que la enfermedad sea mayor ahí. Uno de ellos es que en muchas áreas del sur de Nicaragua la enfermedad es endémica y muy común. Estas poblaciones son de alta movilidad y es normal que vivan en un país y trabajen en el otro, lo que dificulta el control.
Vargas aseveró que el año pasado hubo muy altos picos de migración y que el tipo de trabajo que se realizan en estos territorios hace que la enfermedad se disemine más. Cuando hay cosecha de piña se trasladan, en esta época comienza la zafra y hay otra movilidad, con las cosechas de café o naranja la población también se mueve.
“Si no le metemos fuerte a la contención vamos a seguir exportando casos a otras zonas del país”, manifestó Anchía.
Esto es así porque una persona con la enfermedad puede movilizarse a otros puntos. Como el mosquito transmisor se encuentra en el 70% del territorio nacional, si este pica a una persona infectada se infectará, y podrá picar a otras e infectarlas. Fue sí, según Anchía, como la zona norte “exportó” casos puntuales al Pacífico central.
Otra razón es que el terreno se presta para que se formen cuerpos de agua que atraen al mosquito para su reproducción. Al igual que el Aedes aegypti, transmisor del dengue, la hembra del anófeles deposita huevos en el agua. Es común que la lluvia forme lagunas o pantanos que son aptos para que el mosquito deje sus huevecillos, estos cuerpos de agua permanecen por meses.
“Hacer control vectorial en una zona de centenares de hectáreas de suampos, que son criaderos, es imposible, mejor nos concentramos en encontrar casos, tratarlos y buscar a los contactos”, expresó Anchía.
El enemigo
La malaria o paludismo es causada por el parásito plasmodium. Es transmitida por un mosquito llamado anófeles. Su transmisión es muy similar a la de otras enfermedades vectoriales, como el dengue o zika: si un mosquito pica a una persona con malaria, este se volverá portador del parásito, y cuando pica a otras personas las infectará.
“Es normal que el mosquito con el parásito pique a varias personas en una misma habitación y contagien a varios a la vez, por eso se les hace pruebas rápidas también a los contactos”, manifestó en una entrevista anterior Alid Mario Rosales, coordinador de ATAPS del Área de Salud de Los Chiles.
El plasmodium tiene varias especies, cinco afectan a los seres humanos. En Costa Rica circulan las dos más comunes a nivel mundial. La especie Plasmodium falciparum, que es la principal, y la Plasmodium vivax.
Todos estos parásitos tienen un mismo mecanismo: ingresan al hígado y migran a la sangre, donde infectan los glóbulos rojos. Puede causar fiebres muy altas, escalofríos y anemia. Los primeros síntomas surgen de forma repentina. En los casos más graves, que se dan si la persona no es tratada a tiempo, destruye células sanguíneas y daña circulación, hígado y riñones.
“La infección por falciparum es la más fatal si no es tratada a tiempo y podría tener serias complicaciones renales y cerebrales, e inclusive la muerte”, expresó Gabriela Rey, de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Vargas recordó que el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad se da de manera gratuita, sin importar su estatus migratorio o de si está o no asegurado.
Sin embargo, el hecho de que el mayor brote esté contenido en la zona norte gracias a todos los esfuerzos, no quiere decir que el resto del país no sea susceptible de ello. El mosquito vive desde los 0 metros sobre el nivel del mar hasta los 600. Incluso, en situaciones inusuales, podría viajar a mayores alturas. Por eso, se pide a la población conocer la enfermedad y también estar atentos a los posibles síntomas.
“Una persona puede tener contacto con el mosquito infectado en Los Chiles, montarse en un bus y en tres horas y media o cuatro está en San José. Si se encuentra con un anófeles este podría picarla y volverse portador, y picar luego a otras personas y contagiarlas. Mientras tengamos el anófeles en gran parte del país, pueden darse casos”, concluyó Anchía.