Una luz tenue se vislumbra a través de las rejillas de una tabla de madera, a 58 oscuros metros bajo tierra. Detrás de esa tabla, un enorme bombillo naranja calienta dos decenas de envases de almuerzos para los obreros.
Muy cerca del bombillo suena un teléfono; uno idéntico a cualquier otro y que ofrece una llamada del exterior. Hay vida ahí, en lo subterráneo, las 24 horas de los 365 días del año.
Los 20 obreros inyectan concreto en las paredes cafés y húmedas de la galería 220. Al reforzarlas moldean el levantamiento de un gigante: el Proyecto Hidroeléctrico Reventazón.
Esta monumental obra –realizada por 4.300 trabajadores dentro y fuera del área subterránea– dará electricidad a 525.000 hogares a partir del año 2016.
“¿Que si me canso? ¿Y quién no se cansa, a veces, de lo que hace? Aquí vivimos, comemos, tomamos café y hace rato que dejó de sentirse pesado el aire”, relata Óscar Valverde, de Perforación e Inyección, del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE).
Reventazón. El que será el proyecto hídrico más grande de Centroamérica, es hoy una especie de ciudad provisional que funciona con la precisión y rigurosidad de un reloj. Puntuales suenan las alarmas y más puntual aún es la hora de irse a la cama.
A la distancia, desde donde sea, sobresalen cientos de cascos y toldos con logos del ICE.
Hay pulpería, gimnasio de pesas, salas de juego y televisión, y hasta cancha sintética para fútbol. Algunos duermen en el campamento y otros se dan el lujo de retornar a sus casas: treinta y cinco buses los trasladan fuera.
La vida en esta “ciudad”, ubicada en Siquirres, Limón, no solo incluye soldadores, peones, ingenieros o técnicos hombres. Trescientos empleados (el 8%) son mujeres y 89 de ellas son obreras dedicadas a labores de construcción.
Las filas siempre serán extensas si se pretende obtener una porción en el comedor institucional más grande del país. En un día cualquiera se sirven 434 kilos de arroz y 218 de frijoles; 75 libras de sal, 150 pulpas de fruta, 144 latas de atún con vegetales y una tonelada y media de muslo de pollo.
Cada día que pasa, unas chorreadoras enormes –de más de un metro de altura y hechas a la medida por costureras– sacan 20 tandas de café: 3.000 litros a partir de 80 kilos de grano molido y 6,5 kilos de azúcar.
La demanda de cafeína es tanta que para dar abasto debieron recurrir a los– por muchos repudiados –percoladores genéricos.
La mayoría de obreros labora por 11 días y tiene tres libres, desde el inicio de las obras, en marzo de 2010. Jesús Serrano, técnico en vertedero de excedencias, aprovecha los “huecos” para viajar a donde su familia cartaginesa.
‘La familia... ’. Ese recuerdo viene a menudo acompañado de un suspiro, a veces con una lágrima nostálgica. En esa ciudad se acostumbraron a trabajar largas jornadas, por lo que su contacto familiar está lejos de ser cercano.
A pesar de ello, Óscar Valverde, de la galería 220, cuenta que los obreros se toman días libres cuando sus hijos se gradúan, “como cualquier otro empleado”.
La cercanía con hijos y nietos aún la extraña el arqueador y soldador Rafael Suárez. A sus 60 años, él admite que se agota, pues le toma mes y medio arquear cada anillo del más grande tanque de oscilación del ICE, hasta hoy.
Ya selló y dio forma al anillo 16 mas aún le faltan dos. Le quedan también un par de años para su pensión y ni recuerda qué día estrenó empleo con el Instituto. Solo sabe que estaba muy joven y que, como muchos otros ahí, pasó ya por varias plantas.
A unos cuantos kilómetros de Suárez, una máquina articulada, al mando de Marvin Arce, acarrea materiales del río hacia el sitio de la obra. Mientras escucha radio y prende el aire acondicionado. Esta máquina sueca, que cuesta unos ¢300 millones, es solo una de 40 que adquirió el Instituto para el proyecto Reventazón. Cada aparato cuenta con seis computadoras, 93 sensores y, en caso de que el conductor dude, “la máquina suelta la alerta de freno”, comentó Arce, el operador.
Hoy, el Reventazón tiene más de un 80% de avance y estaría listo en el verano del 2016. Son 15 las comunidades de influencia directa y 40 las medidas de compensación que les ofrecerá el Instituto.
Una de ellas es la preservación del ambiente. Edwin Gómez, biólogo apasionado del bosque, lidera la unidad que, antes de cada obra, se encarga de rescatar las plantas, ranas, lagartijas, congos u osos perezosos, cuya vida pudiese peligrar con el proyecto.