Ticos con gusto por la tecnología y un dinero extra dicen que excavar criptomonedas como bitcoin y similares deja sus recompensas pero es complicado porque se requiere minería digital; una faena que ni es para mentes perezosas, ni para presupuestos modestos. Aventurarse en ello requiere dinero para computadoras especiales, abundante estudio previo y un férreo control de las propias emociones.
Todos tienen sus profesiones y carreras pero las criptomonedas, fuera de un ingreso pasivo, les ha resultado un desafío mental dada la volatilidad del mercado en el que se zambulleron. Todos empezaron sorteando turbulencias por la complejidad de la materia y también pagaron descomunales sumas en electricidad para sus aparatos que inundaron de calor y ruido sus viviendas. Igual no hay remordimientos, aclaran.
El bitcoin y otras criptomonedas son monedas digitales en las cuales se usa criptografía para asegurar la integridad de las transacciones y la titularidad de quienes participan de los intercambios. No existen físicamente, no están reguladas y no las controla institución alguna por lo cual tampoco requieren de intermediarios; solo usuarios directos. En vez de autoridades monetarias convencionales, ellos usan una base de datos descentralizada llamada blockchain.
El blockchain es una tecnología para tejer redes de supercomputadoras sin un servidor central que las enlace a todas. Funciona como un libro de cuentas visible a todos los participantes donde se registran las operaciones de compra, venta o cualquier transacción; todas las cuales se aprueban por la misma comunidad del blockchain. En esta plaza virtual, los usuarios tienen monederos digitales o wallets: un programa para guardar, envíar y recibir criptomonedas.
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Y cuentan que eso no es lo complicado.
Que una criptomoneda nueva circule en el blockchain requiere de la minería digital de las poderosas computadoras que los participantes ponen a resolver complejísimos acertijos matemáticos. Las máquinas hacen una revisión frenética de cantidades gigantescas de números. En esa excavación, los aparatos analizan en segundos trillones de cifras (un trillón es un 1 y 18 ceros al lado).
Cuando el trabajo compartido de estas computadora halla la solución al acertijo, quienes contribuyeron en ello liberan o desbloquean un nuevo bloque de bitcoins u otra criptomoneda en el blockchain y el proceso de minería de números se repite otra vez. Como pago, los mineros reciben una fracción de la criptomoneda que excavaron. Sin embargo, toda la faena puede ser un infierno. Literalmente.
David Arce Salazar, de 38 años, es ingeniero en sistemas y vive en Heredia. En su domicilio, cuenta que llegó a tener tres de estas computadoras que dispararon 80% el recibo de la luz. Hace seis años probó por primera vez la minería digital pero no funcionó. Según él, su escepticismo y socios inadecuados frustraron la experiencia.
Sin embargo, él y un amigo invirtieron el año pasado algunos miles de dólares en armar una computadora con la cual minar una criptomoneda llamada Ethereum. Al cabo de dos meses de minería, aprendieron a base de prueba y error los mejores tipos de software y componentes para un minado más eficiente. Como el asunto funcionó y compensaba el gasto en luz, agregaron aparatos. Actualmente, él ya tiene 12 aparatos pero no en su casa.
Casas convertidas en hornos
Con las semanas, Arce Salazar confirmó que la red eléctrica de una casa no soporta la voracidad de la minería. Hay, además, riesgos como un cortocircuito o cables fundidos por el calor que despiden las máquinas.
“Están conectadas 24/7. Tenés la máquina conectada pero, si alguien enciende un secador de cabello, se dispara un breaker. Generan mucho calor, son como un horno con la puerta abierta. Tuve una en la sala, la oficina y otra en otro lado. La casa pasaba caliente todo el día. Si vivís en el Monte de la Cruz que es bien frío todo bien pero, si no, es demasiado caliente”, explicó.
Por esa razón, hace unos meses movió sus equipos al Data Center CR del empresario Eduardo Kopper Orlich cuyo alquiler da condiciones controladas de energía, temperatura y seguridad. Kopper puso este negocio a inicios del 2021 cuando una planta hidroeléctrica de su propiedad apagó turbinas porque el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) se negó a renovarle su contrato para comprarle energía.
Otro cliente de ese alquiler es Joshua ten Brink, un empresario inversionista y fiebre de la tecnología, vecino de Escazú y dueño de varias máquinas para minar bitcoin. Vive en un condominio y cuando empezó, el año pasado, el fuerte zumbido de sus aparatos y consumo eléctrico lo convencieron de moverlas.
“Sigo aprendiendo, es una curva de aprendizaje tremenda. La rentabilidad es sin duda importante pero, aprender de la tecnología futura que se viene, es apasionante e interesantísimo. Cuando empecé me costó mucho configurar el aparato. He recibido mucha instrucción técnica y consejo de personas en la actividad, pero todo es tan nuevo que no hay muchos expertos como se cree”, explicó.
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Según su relato, es un aprendizaje de prueba y error en un asunto que requiere ser observador y leer y leer del tema conforme se avanza. Eso sí, una vez montados los equipos, estos luego requieren poca atención y todo es más pasivo. Hecha la inversión inicial, todo sigue en forma pasiva y automática. Dijo haber gastado unos $1.000 en su primera máquina que calcula recuperar en un año. Después, todo es ganancia.
“Eso sí, a quienes se apunten, les diría que primero aprendan y se informen mucho. Investigar qué hacer en el mercado es primero. Es un negocio atractivo por la rentabilidad, pero sí obliga a acumular mucho conocimiento y no desesperar”, sugirió.
Manrique Vargas Álvarez, un artista tatuador de 33 años y también vecino de Escazú, empezó hace unos meses en la minería digital. Pasó muchas horas aprendiendo de cómo es un sistema de monedas fiduciarias, cómo funciona la inflación y cómo esto lo contrarrestan las criptomonedas por su lógica descentralizada.
“Sí investigué mucho antes de tirarme al agua. Empecé hace como seis meses y un primo me habló del alquiler de Eduardo Kopper. Pensando en esto, me dije que el futuro son las criptomonedas”, comentó Vargas Álvarez quien tiene cuatro máquinas localizadas en la instalación de Kopper en Bajos de Toro Amarillo por las cuales paga al mes $1.000 en dicho alquiler.
Dijo que invirtió poco más de $10.000 en su arranque y calcula que, por la dinámica de la actividad, en un máximo de dos años recuperará la inversión inicial y lo demás sería ganancia. Si todo sale bien y las predicciones de algunos expertos son correctas, quizás en un año o menos.
Él participa de un pool de 180.000 máquinas debido a la longitud de series de números y la complejidad del trabajo de las computadoras resolviendo acertijos. Un pool en minería digital es un espacio donde los mineros operan de forma cooperativa para minar de manera más eficiente bloques de criptomonedas.
“Imaginate que cada máquina resuelve 104 hectahash por segundo. Tengo cuatro y son parte de las 180.000 en el pool donde estoy y que también están haciendo lo mismo”, detalló.
El hash o la actividad llamada hashing se resume en pasar datos a través de una fórmula matemática que produce un resultado llamado hash. Estos son parte del proceso de resolución numérica de las computadoras. Esos 104 hectahash por segundo equivalen a 104.000 hash por segundo. Solo una de estas máquinas produce 374.4 millones de hash en una hora.
Con cada bloque que se libera, Vargas, Arce y Ten Brink reciben un pequeño porcentaje de ganancia, según los hashes o funciones que aportaron sus computadoras.
“Por cada hash te llevás un poco del bloque liberado, cuando se llega a una cantidad de 0,01 bitcoins le transfieren ese dinero a una billetera digital. Desde ahí, yo normalmente lo dejo en bitcoin pero a veces compro criptomonedas que me parecen interesantes como Etherium, Cardano, Polygon Matic y Avanlache. De hecho, como tatuador me han pagado sesiones en Etherium”, señaló.
Avaricia y miedo
A su entender, la tendencia general siempre es a ganar en criptomonedas pero es tan volátil el mercado que su aprendizaje principal (y consejo a los interesados) es tener mucha paciencia, no dejarse vencer por la avaricia y el miedo; las dos emociones más complicadas con las cuales lidiar en este asunto, según cree.
“La incertidumbre es parte de este juego; de esta apuesta pero, si se tiene seguridad, paciencia y calma para no desesperar o arrepentirse, en poco tiempo hay tranquilidad. Al inicio, uno no sabe qué esperar, es como un niño en un parque de diversiones donde todo se ve abrumador. Hay subidas y caídas de valor en el mercado, pero se aprende a lidiar con ello. El bitcoin puede subir $3.000 o caer $5.000 y eso asusta. Pasé por ese proceso antes de que dejara de ser una montaña rusa de emociones”, relató.
De todos modos cuenta que es muy emocionante porque ayuda a descubrir cuán temeroso o impaciente se puede ser. Eso sí, recalcó que para que este negocio funcione se requiere abundante estabilidad emocional. “Hay un aspecto matemático y algoritmos, pero al final todo vuelve a la esencia que es el ser humano y su naturaleza: los sentimientos, percepciones y emociones detrás de cómo se decide algo como, por ejemplo, cuándo transar tus monedas o cuándo no”.