Pamela tiene 14 años, debería estar en el colegio, pensando qué carrera estudiar, disfrutando con su familia y amigas, pero no. No está haciendo nada de eso. La menor, vecina de San José, está internada en un centro de rehabilitación para adolescentes con adicción a las drogas.
“Empecé a consumir marihuana, cocaína y éxtasis a los 11 años. El primer contacto que tuve con drogas fue por el consumo de mi mamá, yo vivía en una casa llena de consumo, porque mi mamá y papá consumían”, relató Pamela. Ese no es su nombre real, reservamos su identidad por ser menor de edad.
En ese contexto, Pamela desarrolló una fuerte adicción a las drogas. Al inicio obtenía las sustancias en su casa. “Como ellos estaban en consumo activo, no se daban cuenta si tomaba un cigarro, una cerveza o cosas así”, contó.
No obstante, conforme pasó el tiempo necesitó dosis mayores y con mayor frecuencia, para sostener ese nivel de consumo cedió a la presión de hombres mayores que le ofrecían drogas gratis a cambio de sexo. También, aseguró, le daban entre ¢10.000 y ¢15.000 por “vender sexualmente” a amigas menores de edad.
“Necesitaba tanto la droga y no hallaba otra forma de conseguirla, tuve que buscar la forma y era esa, vender amigas. Nos encontrábamos en la casa de una persona que tenía 20 años y ahí llegaban hombres, pagaban y se les habilitaba un campo”, recordó.
Como Pamela, Alicia —nombre ficticio— empezó a consumir drogas porque un hombre mayor se las dio. Narra que cuando tenía 12 años fue a un río, allí estaba un sujeto de 19 años que mantenía una relación con una amiga de 15 años, les ofreció marihuana y aceptaron.
“Después de eso me gustó y seguí consumiendo (...) Luego empecé a ir a fiestas, probé la cocaína y me gustó; no gastaba mucho porque siempre le regalaban a uno la droga, porque uno es mujer”, dijo Alicia, de 17 años, durante una conversación en el Centro de Rehabilitación Renacer, ubicado en Coris de Cartago. A ese lugar son referidas por el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) decenas de adolescentes cada año.
LEA MÁS: Saúl: Aprendiz de narco a los 13, detenido a los 16
Después de meses de terapia, Alicia es capaz de comprender que los hombres que le regalaban estupefacientes lo hacían para abusar sexualmente de ella. “Lo hacían por tener relaciones sexuales con uno”, afirmó.
El nivel de consumo se aceleró cuando fue víctima de una relación impropia a los 14 años, el hombre era seis años mayor que ella y también usaba drogas. Además, en 2022, tuvo una “una amiga” que le ofreció pastillas, su primera reacción fue de temor, pero finalmente aceptó.
Historias como la de Pamela y Alicia se repiten entre las menores de edad que enfrentan una adicción a las drogas, llegaron a esa situación por hombres mayores que les regalaron sustancias con la intención de abusar de ellas.
Por ejemplo, solo el pasado 11 de marzo, durante una entrevista con Sergio Acevedo, director ejecutivo de Renacer, recibió referencias para ingresar a dos menores que también arrastran antecedentes de relaciones impropias y abuso.
A esas circunstancias se suman otros factores, como ausencia del padre o la madre, enfermedades de salud mental, ideación suicida, rezago educativo, conductas hipersexualizadas y agresiones físicas por parte de adultos.
“Yo estoy sorprendido (...) Nosotros empezamos trabajando en esto con la población que llamaban chapulines, eran difíciles de tratar, pero la población que se atiende en la actualidad es más compleja”, comentó Acevedo
En 2023, el PANI remitió a centros de rehabilitación a 346 menores de edad, 90 eran mujeres de entre 12 y 17 años. En los últimos cinco años, la cantidad de adolescentes que fueron internados por consumo problemático de drogas creció un 35%.
Los datos del IAFA ratifican un aumento en la cantidad de menores que consumen drogas y una edad de consumo cada vez más temprana. De 2021 a 2023, las consultas en los 14 Centros de Atención Integral de Drogas (CAID) crecieron un 169%. Las cifras suministradas por esa entidad señalan que 5.826 adolescentes fueron atendidos en los últimos tres años. Del total, 1.595 eran mujeres y 4.231 eran hombres.
Pamela y Alicia tienen en común que fueron inducidas a las drogas por adultos, pero también tienen otras cosas en común: ambas provienen de familias en las que existían escasos controles de parte de los padres, vivían en barrios socialmente vulnerables y tienen baja escolaridad. Las dos confiesan sentir miedo, temen reencontrarse con las personas que las empujaron a la adicción y con el entorno social en el que están todos los riesgos para una recaída.
“El consumo de mi mamá me afectó mucho, porque me dejó literalmente abandonada. Entonces, yo me sentía muy sola (...) Me dan mucho miedo las personas del pasado, me da mucho miedo la relación con mi mamá, me da mucho miedo fallar o que ella me falle en algún momento”, expresó Pamela, quien está a pocos meses de concluir el plan de tratamiento en Renacer.
Usada para entregar pedidos de crack
Stephanie prefiere no decir su nombre completo porque teme que su pasado de adicción a las drogas la afecte profesionalmente, tiene más de 30 años y más de 15 años sin consumir estupefacientes. Ella es una de las decenas de mujeres que han completado el programa de rehabilitación en Renacer.
Cuando Stephanie tenía 13 años conoció a un hombre unos 10 años mayor. El sujeto se apostaba en las afueras del colegio al que ella asistía y poco a poco empezó a acercársele, le decía piropos y la halagaba. Ella tenía baja autoestima. “Él siempre llegaba al colegio, empezaba a decirme cosas: ‘salgamos, vamos de fiesta, estás muy linda’. Me enredé con él y ahí empezó todo”, rememoró.
Al poco tiempo, descubrió que vendía drogas. “A veces me decía: ‘vaya a dejarme tal cosa’. Era droga y me decía que tuviera cuidado, que había un carro del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) y que si lo veía tenía que botar la droga para evitar problemas”, relató.
Un día, cuando iba a hacer una entrega, a Stephanie se le ocurrió decir que vio el carro del OIJ y que botó la droga, pero en realidad lo que hizo fue dejarse cinco piedras de crack para probar. Desde semanas atrás, veía a otras personas usar esa sustancia y tenía curiosidad.
“Desde ahí me enganché y me enganché feo”, manifestó la mujer. Después de ese momento, el consumo escaló. Usaba drogas en fiestas, en la cotidianidad, antes o después de mantener relaciones sexuales.
Mientras estaba en esta espiral de consumo murió su papá, lo cual agravó su situación. Recordó que recibió ¢575.000 de dinero que tenía ahorrado su padre y solo se compró un bolso de ¢32.000 “El resto me lo pasé por la garganta”.
Por fortuna, el hombre que inició a Stephanie en las drogas salió de su vida, desapareció y al tiempo se enteró de que estaba preso. “No volví a saber nada de él”. Sin embargo, el daño estaba hecho, siguió consumiendo hasta que su madre y su hermana la enfrentaron y la persuadieron para internarse en Renacer.
LEA MÁS: Adolescente, migrante y en adicción: ‘Las drogas me robaron la paz’
Aún tiene fresco el recuerdo de cómo le ofrecieron ayuda. Un día, mientras estaba en su habitación consumiendo, su hermana mayor metió una carta debajo de la puerta, le decía que sabía “que estaba mal” y que sabía “que necesitaba ayuda”.
“Le abrí la puerta, le dije que necesitaba ayuda y que no sabía cómo salir de ahí”, admitió.
Antes de conocer a ese hombre, Stephanie había probado sustancias desde los 9 años, comenzó con tabaco y alcohol junto a varios primos mayores. “Eso lo hacía para no quedarme atrás, era como una travesura”, dijo.
En la actualidad, es capaz de analizar que fue víctima de un entorno social que normalizaba el consumo de sustancias como el tabaco y el alcohol y luego de una relación muy peligrosa.
Menores adictos tienen poco apoyo
Muchas de las mujeres menores de edad internadas en Renacer no tienen dónde ir cuando terminan el programa de rehabilitación. Por eso, el Centro de Rehabilitación construyó cinco apartamentos para ubicarlas mientras se les consigue una red de apoyo o un plan de vida.
Se trata de adolescentes que provienen de familias disfuncionales, están en abandono o no pueden volver a sus casas porque ahí están los factores de riesgo que las llevaron al consumo.
“Esos apartamentos son para adolescentes que ingresan muy jóvenes, que terminan su proceso y que, ante la poca respuesta del Estado y las familias, tienen que quedarse un tiempo más, pero no recomendamos que se queden más de dos años”, aclaró Sergio Acevedo, director ejecutivo de Renacer.
En 2023, el Estado desembolsó ¢2.044 millones para la atención de menores en los tres centros de rehabilitación disponibles, ese monto es 224% mayor a lo requerido en 2019.
Acevedo agregó que todo el plan de tratamiento está aprobado por el IAFA y los procesos de ingreso y egreso se realizan en conjunto con el PANI. Según Renacer, de cada 10 menores que entran al programa, 7,4 lo completan.
“En algún momento tuvimos estadísticas más altas, pero las poblaciones han venido siendo más difíciles de tratar”, concluyó.