Manzanillo, Limón. Eran las 12:05 p. m. cuando la fiesta en la playa se detuvo. La música seguía sonando, combinando la salsa, la bachata y el calipso; pero la atención dejó de estar en el baile y la conversación para enfocarse en el cielo.
En cuestión de un par de minutos, el firmamento se había transformado. No parecía mediodía, pero tampoco daba la sensación de que anochecía. El Sol brillaba de forma tímida, como cuando viene una tormenta y está oculto por nubarrones oscuros que presagian lluvia.
Las razones de la oscuridad eran muy diferentes, y todas las personas lo sabían.
Su fiesta de playa tenía motivos específicos para ser ahí: Manzanillo era el lugar de privilegio para ver el eclipse solar anular, un raro fenómeno que sucede cuando la Luna cubre al Sol, pero su sombra no es la suficiente para taparlo por completo, por lo que deja un aro de luz popularmente conocido como “anillo de fuego”.
En virtud de este contorno incandescente, los rayos eran lo suficientemente poderosos para no oscurecer la playa, como sí se vivió en 1991, con el eclipse total de Sol.
Pero esta diferencia poco pareció importarles a quienes dejaron su fiesta para, con filtros especiales sobre sus ojos, observar el cielo desde la arena en esta playa del Caribe Sur.
Bastaron un par de minutos para ver ese anillo cerrarse en un aro perfecto. Alrededor se escuchaban gritos de asombro, no eran simples murmullos o exclamaciones a media voz, eran gritos.
“¡Uy, vean eso!” “Póngase esos filtros ya y ve eso, me lo va a agradecer toda la vida”. “Me siento como en una película”. Eran algunas frases que se escuchaban en medio de gritos de algarabía. Aunque también hubo a quienes el impacto no los dejó abrir la boca.
“La verdad, estaba tan impactada de semejante belleza que me quedé sin poder moverme”, dijo Cristina Camacho, quien a última hora decidió salir de su casa en Coronado, a la 1:45 a. m., sin más compañía que un termo con café.
“Sabía que si no venía me iba a arrepentir. Ahora me como algo y me voy de regreso, no tengo hospedaje, pero eso no me iba a detener”, precisó.
Entre aquellos que sí gritaban estaba Christopher Murillo, de 12 años, quien viajó con su familia desde Heredia.
“¿Usted vio eso? Yo al principio no veía nada, pero al momento comencé a ver las diferentes fases. Yo creía que mi abuela me estaba vacilando, pero no”, aseguró el niño.
En medio del acontecimiento hubo quienes no querían perder detalle, una mujer siguió comiendo su arroz con pollo mientras veía el espectáculo. Al fin y al cabo el eclipse se cruzó en su hora de almuerzo.
Eclipse en familia
Desde antes de las 10 a. m. la orilla del mar en Manzanillo era sitio de reunión de personas de todos los rincones de Costa Rica.
Mildred Moncada, vecina de Quepos, Puntarenas, aprovechó que una de sus hijas vive en Puerto Viejo, a unos 13 kilómetros de Manzanillo, y emprendió el viaje desde hace más de una semana. Así pasó también días con sus hijos y nietos.
“Sabíamos que el mejor lugar no era Puerto Viejo, queríamos venir a Manzanillo, pero sabía que muchísima gente iba a venir. Salimos bien temprano. Ha valido toda pena, esto es una fiesta como no la recuerdo”, destacó.
Ella fue una de las personas que comparó este evento con el de 1991.
“Es diferente. Ahora hay más información, más tecnología, uno se informa desde antes. El del 91 yo estaba en Quepos y le tenía como más miedillo, pero sí me acuerdo lo impactante que fue que se hiciera de noche, los postes de luz se encendieron, los animales se durmieron como por siete minutos, yo les conté el tiempo”, rememoró.
Michael Matarrita, de 41 años, también recordó el fenómeno de 1991: “Yo estaba en la escuela, tenía nueve años. Mis papás nos llevaron a mí y a mi hermana a una finca. El impacto esa vez fue oír a los gallos cantar cuando el Sol volvió a alumbrarse. El impacto hoy fue otra cosa, fue ver ese anillo”.
De regreso a la fiesta
El Sol y la Luna siguieron su danza y esta permitió que poco a poco se viera más luz.
El proceso se iba repitiendo como si fuera un retroceso. Las personas bajaron sus filtros y después, de vez en cuando, con curiosidad veían cuanta luz dejaba ver la Luna.
Se fue la oscuridad y regresó la fiesta. La música sonó más fuerte, los bailarines volvieron con sus pasos al son de diferentes ritmos, los bañistas se adentraron en el mar.
En todos quedó el recuerdo de un fenómeno astronómico como pocos, en uno de los lugares más privilegiados de Costa Rica para observarlo.