Era indiscutible, era un limpiabotas. Estaba ahí con la tradicional caja de quienes se dedican al oficio.
Cuando llegué al parque central de San José, un viernes a eso de las 7:30 a.m., no atendía a ningún cliente, se estaba limpiando sus propios zapatos. Luego me explicó por qué. “Un limpiador con zapatos sucios, no es limpiador”.
Su primera respuesta era previsible, banqueros, artistas y hasta deportistas de fama mundial requirieron sus servicios en el pasado, cuando andar con los zapatos bien lustrados era importante.
La historia que siguió no la esperaba. Aunque, la verdad, lo inesperado se ha vuelto la costumbre con los personajes de la ciudad.
Don Omar Rojas, además de limpiabotas, fue futbolista, recluso de La Reforma, indigente y ahora un hombre felizmente enamorado.
Se enamoró de una mujer que le tendió la mano cuando lo encontró en un poyo en ese mismo parque. Tenía cuatro días sin bañarse ni comer.
“Ella me chinea como nadie nunca me había chineado”, dice. Fue así como el amor lo salvó.
Lloró al revivir muchos de sus recuerdos, pero las últimas lágrimas fueron de felicidad.
Don Omar se despidió de la peatona, pronunciando bendiciones, contento y a la espera de zapatos que limpiar.