Si hay una persona nostálgica por el cierre del zoológico Simón Bolívar es Javier Alcázar Castro. Su historia no es como la de los visitantes que llegaron a decirle adiós al recinto para recordar sus vivencias infantiles. Lo de este vecino de Tibás va más allá e incluye prácticamente toda su vida.
Javier Alcázar ingresaba seguido a las instalaciones y estaba en las afueras todos los días. Creció escuchando el rugido de un león que vivía entre barrotes, mientras acompañaba a sus papás que vendían los globos que sacaban suspiros a los niños.
Él creó un vínculo con el zoológico que este 10 de mayo cerró sus puertas luego de que se venciera el contrato entre el Estado y Fundazoo, organización que ha administrado tanto el Simón Bolívar como el Centro de Conservación Santa Ana.
Este viernes, con nostalgia contó que desde que era un bebé, su mamá, Aida Castro Valverde, lo acostaba en una caja de manzanas que lo arropaba mientras ella vendía juguetes.
“Mis papás empezaron hace 58 años en la antigua entrada del Parque Bolívar (ubicada en el bulevar en el que está el Centro de Cine, en barrio Amón). Nacimos mi hermana gemela y yo, entonces nos tenían en dos cajitas. Luego llegaron mis otras dos hermanas. En ese tiempo no había inflables, solo globitos con palitos y los juguetes que había en aquel tiempo. Eso era lo que compraban los visitantes”, recordó.
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El negocio familiar se mantuvo hasta este viernes 10, siendo Javier el único vendedor ubicado con sus inflables, en una acera cercana a las instalaciones del zoológico. En toda la calle sobresalían sus coloridos juguetes. Si no fuera por él, todo estaría desierto.
Atrás quedaron aquellos días en los que los chipotes chillones (martillos inflables) estaban de moda y eran amarrados por docenas por los vendedores que los ofrecían a los niños y niñas que llegaban o que salían del zoológico.
Desde hace unos 10 años, todo cambió, y Javier, quien asumió el emprendimiento familiar, empezó a vender hasta un 90% menos. En un buen día, generalmente sábado o domingo, podía ganar unos ¢20.000 gracias a sus inflables de Minnie Mouse o de superhéroes. En su memoria permanecen los días de gran afluencia en los que durante un fin de semana obtenía hasta ¢300.000 en ganancias.
“Desde hace unos cinco años el zoológico empezó a decaer, cuando se llevaron al león Kivú. Desde entonces, me he ido sosteniendo con lo que se va vendiendo”, detalló.
A partir de este cierre, no sabe qué pasará, aunque tiene planes.
“Si reabrieran, si hicieran un jardín botánico, entonces podría vender artesanías, pero no se sabe nada”, comentó mientras vendía esporádicamente un sorbeto o una botella de agua, productos que complementó con su negocio de inflables.
El niño que entraba gratis al Simón Bolívar
Decir adiós al que conoció como el Parque Bolívar es difícil para Javier, un hombre que experimentó los momentos más significativos de su vida en las cercanías de este lugar que funcionó por más de 100 años.
“Aquí crecí, me casé, crecieron mis hijas y vinieron mis nietos”, recordó Alcázar. A su presente vienen aquellos días en los que la maestra de la Escuela Julia Lang lo pasaba dejando en los alrededores del zoológico para que se pudiera reunir con sus padres, Aida y Edwin.
“Ahí me ponía en una cajita y los acompañaba a vender”, dijo.
Su presencia en la zona era tan habitual que los funcionarios le permitían ingresar gratis a ver a los animales. Recuerda con cariño al león Rodolfo, animal que murió en 1999 tras 11 años de cautiverio.
“Recuerdo que ya en la entrada nueva, que cambiaron hace 45 años para ingresar al zoológico, había un castillo de lo más lindo. Tengo los recuerdos claros del león Rodolfo, del oso negro, de la pantera, de la gorila Yuri y del tigre Káiser”, rememoró.
Hace 15 días, don Javier ingresó por última vez al antes llamado Parque Bolívar. La sensación fue “indescriptible”, dice, al caer en cuenta de que “se van a llevar a los animalitos”.
Este viernes, durante el último día del zoológico abierto, el vendedor dijo sentir mucha nostalgia y, sobre todo, incertidumbre.
“A partir de mañana me quedo sin trabajito. Mi esperanza es que venga gente para ver el parque por fuera y me compren alguito”.
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