“La sodita estaba aquí no más. Se desplomó... Ese día habíamos bajado de la soda a la casa de habitación que estaba en la planta baja. De no ser por una loza de concreto, nos morimos”, recordó Jorge Mora mientras saborea un plato de macarrones que le acaba de servir su esposa, Elizabeth Rodríguez, a quien llaman Elisa.
Aquella violenta sacudida de tierra que azotó Cinchona el 8 de enero de 2009 se llevó años de esfuerzo familiar: la casa, la soda y una tiendita de suvenires.
La historia la comparten otras familias que tenían pequeños negocios en esta zona de gran afluencia turística.
Sin trabajo ni ingresos adicionales y con cuentas por pagar en el banco, Jorge y Elisa sortearon el riesgo y reabrieron la soda en la vieja y desolada Cinchona.
Año y medio después de la tragedia, ellos volvieron a recibir clientes, pese a que la Comisión Nacional de Emergencia (CNE) evacuó el pueblo y declaró inhabitable este poblado del distrito Sarapiquí, cantón de Alajuela.
“No nos han sacado de aquí porque nunca nos fuimos”, dijo Jorge, entre risas, pues, según dijo, aún no se han acostumbrado a la vida en la Nueva Cinchona que se levantó a unos 10 kilómetros, en Cariblanco.
Para reabrir el negocio, Mora y otro lugareño restablecieron el servicio de agua potable y, a falta de luz, optaron por con leña y gas. Al antiguo televisor le dan energía con un panel solar.
Así, la Soda y Mirador Cinchona abre todos los días a las 6 a. m., sin competencia cercana.
“Antes había cuatro sodas y ahora solo estamos nosotros”, declaró Mora, quien reconoce que hoy, el negocio es más próspero que antes del terremoto.
“Nosotros mantenemos la clientela vieja y llegó más porque la gente que iba a las otras sodas ahora pasa aquí”, aseguró.
Recomenzar. Elisa Rodríguez rememoró el comienzo después de la tragedia, cuando instalaban un rancho en cualquier lugar por donde pasara gente para venderle comida. Luego, vinieron a la soda y reciclaron todo lo que se pudo.
“Al principio fue muy difícil porque había muchos recuerdos y nos hacían mucha falta los vecinos”, añadió.
Ahora, está contenta.
Ventas para vivir. Mientras tanto, en la nueva urbanización de 91 casas iguales y pintadas de blanco se realizan otras luchas.
Algunas familias camuflan pequeñas ventas en el corredor o la sala de la casa, para mantenerse.
Este es el caso de Francia Morera, quien atendía la pulpería Tita, en vieja Cinchona. El negocio era la única fuente de ingresos de sus papás, que ahora tienen 70 y 72 años y no reciben pensión.
A los Morera no les quedó más que instalar una incipiente pulpería en la sala de su vivienda.
“Aquí no se puede poner un negocio porque nada es de nosotros. Lo único que tenemos son las llaves de la casa. Yo felicito a Elisa (quien reabrió la soda en Cinchona) si todos hubiéramos hecho lo mismo, no estaríamos en esto”, manifestó la lugareña.
Otras mujeres ponen un toldo a la orilla de la calle y los fines de semana venden gallos, empanadas y tamales para ayudarse.
Una de ellas es Cecilia Vásquez, otrora propietaria de la soda La Orquídea, en vieja Cinchona.
“Yo no tengo pensión. Solo lo que mi hijo me pueda dar. Cuando nos dieron aquí, nos dijeron que iban a construir unos locales para alquilarlos pero no ha pasado nada”, lamentó Vásquez.