Eric Bogantes Cabezas suele vestir traje entero y corbata, pero hay un detalle que rompe tanta formalidad. Solo genuinos seguidores de la música heavy metal notarán cómo, al recibir una llamada, su celular emite los acordes de Thunderstruck de la banda AC/DC.
Bajo el traje formal como jerarca de la Autoridad Reguladora de los Servicios Públicos (Aresep) habita un fervoroso rocanrolero, quien dice ser dueño de discografías de grupos como Black Sabbath, Led Zeppelin, Steppenwolf, Credence Clear Water Revival, Metallica, Queen, The Guess Who y Pink Floyd.
Dice “inyectarse” de energía cuando escucha Rapsodia Bohemia de la agrupación británica Queen, y a cuyo guitarrista, Brian May, lo identifica como su instrumentalista favorito en el universo del rock por su sobriedad en el escenario y ser astrofísico.
“Angus Young de AC/DC me parece un gran guitarrista pero es muy histriónico”, asevera.
También asegura que, como buen roquero, prefiere a los Rolling Stones frente a The Beatles y lo explica con una frase lapidaria: “Cuando se pusieron psicodélicos, se perdieron en el camino. Condenada Yoko”.
Guarda 300 álbumes entre discos de vinilo, compactos y casetes. Sin embargo, no siempre tuvo dinero para costearse su gusto por la música.
Solía llamar a la emisora Radio Uno, en el espacio Los 30 rapiditos, a pedir piezas para grabar. Una vez consiguió Guantanamera de la banda nacional Café con Leche y, en otra ocasión, compró a medias su primer disco de vinilo con su primo Leandro González Cabezas.
Era el álbum debut de la banda Dire Straits, donde venía la canción Sultanes del Swing.
Como los primos no tenían equipo de sonido, se aparecieron en la casa del amigo de ambos, José Darío Zamora, a grabar dos casetes para escuchar las tonadas sin necesidad de prestarse el disco. El ahora regulador no reveló quién se dejó aquel vinilo.
Sin embargo, sus apetitos musicales no parecen ni llamativos, ni originales. Semejan los de legiones de muchachos fieles a las mismas bandas que han agitado almas con gusto por la rebeldía y hasta vestir camisetas negras.
Lo curioso y desconocido es que Bogantes Cabezas llenó su adolescente cabeza de rock siendo uno de los más devotos miembros de los Guías y Scouts de Costa Rica.
Al mismo tiempo que abrazaba los principios del escultismo y gritaba aquello de “¡Siempre listos!”, también oía Sympathy For The Devil, de los Rolling Stones, y Stairway to Heaven, de Led Zeppelin.
Las prendas que marcaron su vida no eran oscuras: fueron pantalones cortos y una camisa color caqui atiborrada de insignias que atesora como recuerdos de una época bendita.
Querida colección de insignias
“A mí lo que me gustaba era la vida al aire libre: caminar, acampar y el senderismo, pero los Guías Scout también tienen una estructura de valores y principios que se inculca a los muchachos. Te marca de manera muy positiva”, explicó.
Fue boy scout a partir de 1982, en la extinta Tropa 72 de Alajuela, entre los 13 y 15 años. Avanzó a los rangos superiores de Wak Tsuri y después pasó a los Roberts, quienes fungían como equipo de apoyo en eventos donde iban los más pequeños.
En su experiencia, aquel tiempo le enseñó a ser responsable, autosuficiente, determinado para lograr metas, o bien, para superar adversidades. Incluso, aquello agudizó su curiosidad por aprender.
Su colección de insignias revela el tesón con el que se entregó al grupo y lo insoportable y agotador que posiblemente habría sido seguirle el ritmo, dada la enorme cantidad de trozos de tela obtenidos.
Cada insignia que recibe un guía scout refleja su progreso en la organización y destrezas adquiridas, las cuales le permiten asumir actividades más complejas y de mayor responsabilidad. Todo se verifica con pruebas a cargo de examinadores externos.
Él acumuló 20 insignias y escucharlo explicar cada una provoca una mezcla de estupefacción, fatiga y desaliento.
Recibió parches por destrezas en zoología, arquitectura, pintura, mecánica, teatro y como electricista. También por construcción, natación, carpintería, ornitología, astronomía, química, ambiente, meteorología, botánica y minería; entre un montón más.
Incluso, recibió una pequeña insignia de metal con la forma de una guaria morada, la cual es la máxima condecoración que puede lucir un niño explorador, si es que queda disponible alguna sección de la camisa donde coserla.
Mucho de todo esto se debió a sus padres.
‘Leía cuanto caía en mis manos’
Bogantes Cabezas nació en Tilarán cuando su papá, Erasmo Bogantes Arguedas, era maestro de escuela en zona rural. Toda su familia paterna es de Atenas, pero don Erasmo enseñaba en Paraíso de Tierras Morenas de Tilarán cuando se casó con Aracellcy Cabezas Badilla, también de Alajuela.
“A los 40 días de nacido me llevaron a Upala porque ahí le dieron a mi papá plaza en propiedad y por eso me crié en el monte. Así viví hasta los 12 años. Conocí las aceras a los 5 o 6 años”, explica.
Cuando se venían temporales de 15 días allí, y no era posible salir dado el impacto del agua en los caminos, el niño se dedicaba a leer.
“Me leí toda la colección de Reader Digest de mi papá, el Nuevo y Viejo testamento y una enciclopedia Sopena que había en la casa; los ocho volúmenes. Leía cuanto caía en mis manos”, cuenta entre risas.
A los 12 años, su padre lo envío con su mamá a Alajuela al colegio porque en Upala no había. Fue entonces cuando aparecieron los primeros síntomas.
Al llegar a Alajuela, no había cupo en el Colegio Gregorio José Ramírez donde él deseaba ir para participar en el concurso Antorcha de Canal 13. ¿Por qué? “Porque a mí me gustaba mucho la ciencia y las matemáticas”, explica.
Sin embargo, su mamá lo matriculó en el Colegio Redentorista y nunca concursó. Fue entonces cuando su amigo José Darío Zamora lo condujo hacia el escultismo donde halló un hábitat ideal para saciar su apetito por competir, aprender pero, principalmente, para no quedarse quieto nunca.
Cuando dejó los Guías y Scouts, el joven sacó una licencia de radio aficionado y licencia de pesca; documentos que aún conserva como trofeos.
De esos tiempos guarda una entrada para la fiesta de El Sapo y la Culebra de la Semana Universitaria de 1992, en la Universidad de Costa Rica. “Esas sí eran de verdad”, dice al mostrar el papelito y una sonrisa de oreja a oreja.
Asegura que en esa época solía llevar una transeta al hombro (así se les decía a los reproductores de música para casete) cuando iba a la playa.
En 1568, el humanista y paremiólogo español Juan de Mal Lara publicó su obra Filosofía vulgar, en la que por primera vez apareció la frase “el hábito no hace al monje”. Bogantes Cabezas parece honrar ese proverbio.
El regulador general también acumula un título de ingeniero eléctrico, otro en administración de empresas y otro de alta gerencia con una especialización para el sector de energía en la InWEnt (Internationale Weiterbildung und Entwicklung gGmbH) de Alemania.
Todos estos pergaminos fueron alcanzados sin dejar de escuchar Born to Be Wild, de Steppenwolf, o Fade to Black, de Metallica, manteniendo el hábito de seguir inquieto y curioso.