En los años que lleva como encargado del pago de premios de lotería de la Junta de Protección Social, Carlos Cantero ha sentido todo tipo de emociones al ver las reacciones de quienes resultan favorecidos.
Sin embargo, pocas veces recuerda haber sentido “cólera” o eso que los ticos llamamos “chicha”, al conocer la historia de un afortunado.
Historias de suerte y decepción
Este es el caso de un estadístico que nunca en su vida había jugado chances, lotería, tiempos ni nada que se le parezca.
El hombre le contó que, saliendo del trabajo, un compañero le pidió que le acompañara a comprar un billete de Lotto, porque había un acumulado jugoso. Para este juego se escogen cinco números del 00 al 40, o se piden “gallo tapado”.
El señor que era estadístico le empezó a hacer las cuentas sobre las probabilidades remotas de lograr acertar la combinación de cinco números de dos dígitos para hacerse así con el premio.
Algo lo hizo preguntarle a su compañero, cuánto costaba cada billete y este le dijo que el valor eran ¢600, la espinita creció, hasta que se decidió a comprar un billete, pero aún con el mínimo de esperanza.
Recuerda don Carlos que el señor incluso le contó que una señora se le coló en la fila, debió esperar varios minutos porque el vendedor del puesto se puso a conversar con ella y casi casi se arrepiente y se va.
Finalmente, pidió al vendedor que le diera un “gallo tapado”. Fue así como el hombre, sin imaginarlo, resultó ganador de uno de los primeros acumulados del Lotto.
“Llegó a mi oficina, cuando supo que había ganado y me dice: ‘vea yo soy estadístico, yo sé que yo este premio probablemente lo tengo compartir con dos o tres personas’. Le dije: no señor, usted pegó solo.
El acumulado era de ¢250 millones. Se cayó casi prácticamente en el sillón, no lo sostuvieron las piernas. “¡Una vez jugó en la vida y se gana ese montón de plata!”, recordó Cantero.